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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

En ocasiones las palabras duelen. No las que se oyen, sino las que se pronuncian. Me duele decirlo, pero mi país está podrido hasta la médula. Todo decoro en la clase política de la 4T se ha abandonado, y priva sólo un afán desmedido de poder y de ganancia crematística, esto es, de dinero. Los delincuentes de cuello blanco proliferan: comparados con la corrupción reinante los latrocinios del último sexenio priista, el de Peña Nieto, son nimias corruptelas. El intermitente combate a la delincuencia organizada es sólo para dar gusto al amarilloso mandatario yanqui, pero después de la genuflexión siguen reinando los grupos criminales en vastas zonas del territorio nacional. Ni siquiera se recatan ya los detentadores del poder para exhibir la red de impunidades que en los últimos años se ha tejido. El espaldarazo que recientemente dio la Presidenta al gobernador de Sinaloa indica que a la cúpula del morenismo no le preocupa lo que antes se llamaba “el qué dirán”. Recuerdo ahora las tarjetas de presentación de algunos personajes a quienes conocí en mi lejana -tan cercana- juventud. Don Pancho Gámez, llamado “La gallina” por su modo de caminar, fue gran maestre de los matachines del barrio del Ojo de Agua, el más antiguo y de mayor tradición en Saltillo, mi ciudad. Pajarero de oficio, te entregaba parsimoniosamente su tarjeta de presentación: “Francisco Gámez Cardona. Secretario General del Sindicato Nacional de Captores y Expendedores de Aves Canoras, de Ornato y Similares de la República Mexicana”. La tarjeta de un cierto escribidor municipal rezaba: “Profesor Zutano. Autor de libros”.

Y la de un periodista saltillense decía con modestia: “Fulano de Tal. Modelador de la opinión pública”. Pues bien: esa opinión tiene sin cuidado a la cúpula de la 4T, que hace y deshace a su antojo -más deshace que hacecon una prepotencia semejante a la que se ve en las dictaduras. El llamado huachicol fiscal evidencia un entramado de complicidades que no podría existir sin la participación de funcionarios y autoridades de alto nivel.

Otra vez la moral vuelve a ser un árbol que da moras.

Ante esa situación es necesario alzar la voz, aunque eso suene declamatorio, para denunciar al régimen que no sólo atenta contra la libertad, la democracia y la justicia, sino también contra la decencia y las más elementales formas del quehacer político. Lástima de país, caído en manos que lo desprestigian y lo llevan a la ruina.

Atemperaré el anterior áspero réspice con un par de cuentecillos de humor lene. La linda novicia se confesó con el curita joven: “Acúsome, padre, de que no me gusta usar ropa interior”. Le indicó el padrecito: “He leígdo y estudiado el Thesaurus Confessarii, de monseñor Busquet, y hasta donde recuerdo eso no es pecado. De cualquier modo reza un padrenuestro y un avemaría, y aprovechando que no hay gente en la iglesia échate una maroma”. Salacino, hombre dado a menesteres de carnalidad, conoció en el Bar Ahúnda a una dama de sinuosas formas. Entabló conversación con ella, y para su satisfacción advirtió bien pronto que su nueva amiga se mostraba complaciente. Después de tres o cuatro copas ella lo invitó a acompañarla a su departamento. No haré larga la historia. Tras un breve foreplay de apasionados besos y caricias se fueron a la cama. Cuando Salacino se disponía ya al amoroso trance vio sobre el buró el retrato de un hombre. “¿Es tu marido?” -le preguntó, inquieto, a la mujer. “No soy casada” -dijo ella. “¿Tu novio, entonces?”. “No tengo novio”. Desconcertado inquirió Salacino: “¿Entonces quién el hombre del retrato?”.

Con una sonrisa contestó su sensual pareja: “Soy yo, antes de la operación”. FIN.

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