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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

“ Es eso que se les levanta a los hombres”. Así respondió la señorita Peripalda, devota catequista, cuando alguien le preguntó si sabía lo que es un falso testimonio. He recordado aquí a la viejecita que al confesarse le dijo al sacerdote: “Acúsome, padre, de que levanto falsos que luego salen ciertos”. No creo incurrir en falsedad si digo que algunos políticos son hábiles para meter la mano en los dineros públicos.

Un munícipe lugareño le reprochó a su antecesor: “El primer día que fui a la oficina abrí la caja de la tesorería. En ella estaba una moneda de 10 pesos”. “Es que no la vi” -se justificó el otro. En su juventud cierto alcalde fue ordeñador de vacas en el rancho de su padre. Un antiguo criado de la casa se lo topó una tarde. “¿Todavía ordeñas vacas?” -le preguntó. “No, don Juanito -respondió el edil-. Ahora estoy ordeñando la Presidencia Municipal”. Don Adolfo Ruiz Cortines se vio en la precisión de ayudar a un compadre suyo que le pidió empleo. Sabía de las limitaciones del solicitante, así que lo colocó en un cargo ínfimo. Al mes de ocupar ese anodino puesto el individuo renunció. Le dijo en son de queja al Presidente: “Adolfito: ahí donde me pusiste no hay manoteyo”. Es difícil entender por qué el régimen de la 4T insiste en la supina necedad de crear trenes de pasajeros, sobre todo después de conocer el fracaso del Tren Maya, costosísimo capricho del autócrata. La única explicación que se me ocurre es que atrás de ese proyecto ferroviario hay alguien, o algunos, que sacarán beneficio económico de la obra. “De las obras las sobras”, dice un proverbio aplicable a funcionarios venales. Esos trenes están destinados a la quiebra. Igual sería echar a una alcantarilla los miles de millones de pesos que costará su construcción. Hay en el país una excelente red de autobuses de pasajeros. Yo he viajado en ellos cuando así lo han requerido mis andares de juglar, y he quedado gratamente sorprendido por su comodidad y buen servicio. No podrá competir con ese sistema de transporte el de los ferrocarriles, cuya operación es incosteable en la mayor parte de los países, hasta el punto en que deben ser subsidiados con los impuestos que pagan los contribuyentes. Lo mejor que pueden hacer quienes se beneficiarán con esos trenes será tomar desde ahora la tajada que les tocaría por esa inviable obra, y no crear otro barril sin fondo. De esos barriles ya tenemos muchos. “Mi novio me invitó a conocer su departamento”, le dijo la cándida Loretela a su mamá. “Me preocupa que vayas a estar sola ahí” -se inquietó la señora. “No voy a estar sola -replicó la ingenua chica-. También va a estar mi novio”.

Dos musas de la noche hablaban de sus recientes experiencias. Comentó una: “Estuve con un millonario excéntrico lleno de extravagancias eróticas. Me pidió que lo hiciéramos dentro de un ataúd”. “¡Caramba! - se asombró la amiga-. Debe haber sido una experiencia rara para ti”. Respondió la otra: “Más rara fue para los que iban cargando el ataúd”. En su cochecito compacto el galán llevó a su dulcinea al campo. Ella señaló un ameno paraje con umbrosos árboles y un arroyuelo murmurante, y propuso: “Hagamos el amor ahí”. La joven bajó con cierta dificultad del diminuto vehículo, se despojó de las ropas que la cubrían y se tendió en el césped, lasciva y voluptuosa, dispuesta ya a la celebración del amoroso rito. Su compañero, sin embargo, tardaba en llegar a ella. Con impaciencia le dijo la muchacha: “Si no bajas del coche se me pasarán las ganas”. Contestó, apurado, el novio: “Y si a mí no se me pasan las ganas no podré bajar del coche”. (No le entendí). FIN.

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