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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

En el Bar Ahúnda una sílfide cuya profesión podía adivinarse a simple vista se acercó al parroquiano que bebía en la barra y le ofreció sus servicios. Estaba en la hora feliz, dijo. Si el cliente lo deseaba podía gozar dos por el precio de uno. El hombre rechazó el ofrecimiento. Declaró: “Podrá parecerte raro, pero hice voto de castidad hasta que encuentre a la mujer ideal”. “¡Caramba! -exclamó admirada la otra-. ¡Eso debe ser muy difícil!”. “Para mí no tanto - replicó el sujeto-. La que está resintiendo la promesa es mi esposa”. La tía de Pepito era dueña de exuberante busto, erguido y levantado como proa de galeón.

El papá del chiquillo lo reprendió, severo: “No me importa lo que tu tía ponga sobre la mesa. Tú no pongas los codos”. Aquellos casados se desesperaban porque no tenían hijos. Cinco años llevaban ya de matrimonio sin encargar familia. Todas las noches hacían lo posible por ser padres, y no lo conseguían. El cura de su parroquia les dijo: “Voy a ir a Roma. Encenderé una vela en la basílica de San Pedro para que Dios les conceda la gracia de tener un hijo”. ¡Oh milagro! La señora quedó embarazada. Y un milagro más se hizo: a los nueve meses dio a luz unos preciosos quíntuples.

El papá de las criaturas le dio al párroco una buena suma de dinero. Preguntó el cura: “¿Es esto una limosna para agradecer el don del Cielo?”. “No -aclaró el sujeto-. Es para que vaya usted a Roma a apagar la desgraciada vela”. Don Juan Berino, que goza ya el descanso de los justos, fue un gran alarife de Saltillo, mi ciudad. Decir “alarife” es lo mismo que decir “albañil”, pero se oye más impresionante. Fue él quien puso la fachada de ladrillo en la casa de mis padres. Siete décadas hace ya de eso, y ningún mantenimiento ha requerido su obra. Además de ser diestro en su oficio el señor Berino era muy responsable. Le pedí que colocara el piso de una pequeña terraza en mi jardín. Se disculpó, apenado. Por esos días, me dijo, tenía mucho trabajo. “No es grande la terraza -aduje-. Puede usted poner el piso por la noche en unas cuantas horas”. Respondió: “Si lo hago sin buena luz no quedará bien”. Y seguidamente pronunció una frase aplicable no sólo a esa ocasión, sino a muchas otras. Dijo: “Lo que de noche se hace de día aparece”.

Recordé las sabias palabras de aquel bonísimo señor ahora que autoridades de Estados Unidos señalaron a varias instituciones financieras mexicanas por presuntamente haber lavado dinero del narco. ¿Pensaron los supuestos lavadores que por estar al lado del poder no saldrían a la luz sus hechos? Se equivocaron.

Lo que de noche se hace de día aparece. Libidiano, hombre lascivo, lujurioso y lúbrico, invitó a cenar en restorán de lujo a una damisela sin ningún roce social. Todos los demás roces ya los había tenido, pero ése le faltaba. Consumidos los platillos y el postre le preguntó: “¿Qué te parecería ahora un expreso?”. “Está bien -aceptó ella-. Pero, la verdad, no me gusta hacerlo tan de prisa”. Don Languidio le dijo muy orgulloso a su mujer: “En el Club Silvestre me van a dar el trofeo al Hombre del Año”. Replicó en tono acre la señora: “Más bien te deberían dar el trofeo al Hombre de una Vez al Año”. (Nota: y se saltaba los bisiestos). Tres señoras casadas hablaban acerca de los métodos anticonceptivos. Dijo una: “Yo uso el método del ritmo”. Dijo otra: “Yo uso la píldora”. Dijo la tercera: “Yo uso el método de la tina y los platos”. “¿Cómo es ése?” -preguntaron las otras. Explicó la mujer: “Mi marido es bastante más bajo de estatura que yo. Lo hacemos de pie, parado él sobre una tina. Cuando los ojos se le ponen como platos le doy una patada a la tina”. FIN.

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