“ Me casé engañada -se quejó la hermana de Babalucas-. Mi novio me dijo que estaba embarazada, y no era cierto”. Quienes en la era actual han escrito la historia de Roma -Mommsen, Malet, Montanelli- omitieron un suceso importante del episodio conocido como “El rapto de las sabinas”. En el curso de ese acontecimiento fundacional un gallardo romano, hombre guapo y musculoso, entró con violencia en una casa y vio a una hermosa doncella de ese pueblo a quien acompañaba una mujer madura. El apuesto mílite le dijo a la atribulada joven: “Prepárate a sufrir los efectos de la guerra”. “¡Por piedad!” -clamó con desesperación la bella sabina. ¡A mí hazme lo que quieras, pero no toques a mi fiel nodriza!”. Al punto dijo ésta: “¡Calla, muchacha tonta! ¡La guerra es la guerra!”. Candidito, joven varón sin ciencia de la vida, fue invitado por Dulciflor, preciosa chica, a visitarla en su departamento. Lo recibió vestida solo con un transparente negligé que revelaba todos sus encantos, y sin más lo tomó de la mano y lo llevó a la alcoba. En una de las paredes de la habitación había una estampa religiosa. Considerable fue el asombro de la damisela cuando vio que Candidito se arrodillaba al pie de la susodicha estampa y se ponía a rezar devotamente, juntas las manos y la vista baja. “¿Por qué haces eso?” -le preguntó, extrañada. Respondió el pavitonto: “Tú me lo pediste”. “Ay, Candi -suspiró Dulciflor-. Yo no te dije: ‘Rézale’. Te dije: ‘Órale’”. Don Calendárico, octogenario caballero, les dijo en el café a sus amigos, contemporáneos suyos: “Voy a sugerirle a la empresa farmacéutica que ponga en el mercado un Viagra Light. Necesitamos algo que nos sirva para no mojarnos los zapatos al hacer del uno”. Ya conocemos a Capronio. Es un individuo ruin y desconsiderado, carente de buenos sentimientos y de urbanidad. Dicho de otra manera: es un cabrón. Su suegra le contó apesadumbrada: “En la calle un hombre me dijo que tengo cara de perro”. “No haga caso, suegrita -la consoló Capronio-. Para que se le pase el sentimiento voy a traerle unas croquetas”. Al empezar la noche de las bodas el recién casado tomó por los hombros a su desposada y le preguntó, severo: “Dime, Petatina: ¿soy yo el primero?”. “No -respondió ella con sinceridad digna de elogio-. Ha habido cuatro antes que tú. Pero alégrate: no hay quinto malo”. El novio le envió un mensaje a su dulcinea: había tenido un accidente doméstico y traía vendadas las dos manos. Contestó ella: “Entonces no tiene caso que vayamos al cine”. Doña Panoplia de Altopedo, mujer de buena sociedad, visitó con las Damas del Voluntariado Voluntario la prisión municipal. Le preguntó con obligada compasión a uno de los reclusos: “¿Por qué está usted aquí, buen hombre?”. Respondió, hosco, el sujeto: “Porque no me dejan salir”. Don Maturino, señor de 60 años, majadero y jactancioso, le dijo a su esposa, señora de su misma edad: “¡Lo que haría yo con una muchacha de 20 años!”. “No harías nada -repuso ella-. 60 no puede entrar en 20. Pero no te descuides: 20 puede entrar tres veces en 60”. Doña Gules despidió con enojo a su joven y curvilínea mucama. Le hizo saber: “Y ni creas que te recomendaré con mis amigas”. “No se preocupe, señito -contestó la muchacha-. El señor ya me dijo que me va a recomendar con sus amigos”. Tiempos de revolución en el sur del país. El peón de la hacienda le preguntó en voz baja a su compadre, que acababa de llegar del pueblo: “¿Viene Zapata?”. “No -respondió el otro-. Me traje el burro”. (Nota. Un chiste más como éste y mis cuatro lectores quedarán reducidos cuando mucho a dos). FIN.