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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

“ Te amo tanto que si ahora mismo no te entregas a mí me suicidaré”. Eso le dijo el ardiente galán a la linda chica en su departamento. Preguntó ella, alarmada; “¿De veras te suicidarás?”. “Sí -respondió él con firmeza-. Es lo que siempre hago en estos casos”. El maduro señor le comentó, preocupado, a un amigo: “He oído decir que los rayos equis pueden provocar impotencia en el varón. Debe ser cierto: hace 30 años me tomaron una radiografía, y estoy empezando a sentir los efectos”. “Las mujeres somos más honestas y administramos mejor recursos públicos y privados”. Palabras más, palabras menos, eso dijo la Presidenta Sheinbaum. Al decirlo no pensó que con su declaración se llevaba de encuentro a su mentor, tutor, benefactor y creador, Andrés Manuel López Obrador. Yo pienso que en cuestiones de moral y eficiencia administrativa el sexo opuesto es igual al sexo opuesto. El género, masculino o femenino, puede determinar algunas cosas, por ejemplo la manera de hacer pipí, pero no necesariamente influye en la moralidad o la inteligencia. Personas sinvergüenzas y pendejas las hay en los dos sexos.

En mi caso particular, empero, lo que dijo la Presidenta de México es verdad. Cuando tuve la inmensa fortuna de que la amada eterna aceptara unir su vida a la mía hice lo que ningún hombre de mi tiempo acostumbraba hacer: desde el principio mismo de nuestro matrimonio le entregué a ella todo lo que ganaba, en aquella época en que se consideraba a la mujer casada como una especie de menor de edad incapaz de manejar el dinero, por lo cual el marido le daba únicamente lo necesario para cada día. A eso se le llamaba “el gasto”, “el chivo”, “el diario”, etcétera. La gran mayoría de las esposas ni siquiera sabían cuánto ganaba su cónyuge. Entregarle a la mía todo mi sueldo fue la mejor decisión que pude haber tomado. Si no lo hubiera hecho, les digo a mis hijos, ahora estaríamos sentados en un hormiguero, y no de muy buena calidad, pues a mí el dinero se me ha escurrido siempre de las manos como agua.

Mi señora, en cambio -señora en el sentido de esposa; señora en el sentido de dueña-, administraba el dinero con prudencia y eficacia. A eso se debe que hayamos tenido casa, vestido y sustento. Bien vistas las cosas, ella fue la Divina Providencia. Por eso digo que la Presidenta Sheinbaum acierta cuando dice que las mujeres son mejores administradoras que los hombres. Claro, con numerosas excepciones. Si quieres tener razón en lo que dices no generalices. Hay mujeres frívolas y gastadoras que en tratándose de dineros son un pozo sin fondo, igual que hay muchos hombres sin seso que tampoco tienen llenadera, como se dice en lenguaje popular.

Venturosamente la mandataria actual no ha incurrido en ninguno de los absurdos gastos de su antecesor, y aunque ha anunciado la creación de trenes de pasajeros aún no consuma ese dislate, que de seguro llevaría a un fracaso como el del Tren Maya o el AIFA. Para probar que las mujeres son mejores administradoras que los hombres la señora Sheinbaum debe suspender ese proyecto, condenado ab initio, o sea desde el principio, a la más quebrada de las quiebras. Los mexicanos esperamos que nuestra Presidenta administre bien los recursos nacionales, los pocos que le dejó quien la precedió en el cargo. Un cierto caballero llegó a la recepción del hotel a registrarse. Lo acompañaba una rubia mucho más joven que él. “Es mi esposa” -le dijo al encargado. Preguntó éste: “¿Desean camas matrimoniales o cama king size?”. Se volvió el caballero hacia la dama: “¿Qué prefieres, mi vida?”. Respondió ella: “Lo que usted quiera, señor”. FIN.


               
               

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