Afrodisio Pitongo le dijo en una fiesta a don Cucoldo: “¿Ve usted a aquella mujer? Anoche le hice el amor. Fue una pésima experiencia; la señora no pudo haber estado peor”. “¡Oiga usted! - profirió don Cucoldo hecho una furia-. ¡Esa dama es mi esposa!”. “Perdone -se disculpó Pitongo-. Me retracto. La señora pudo haber estado peor”... Babalucas veía en la tele un partido de futbol. Su hijo le preguntó: “¿Qué equipos juegan?”. Respondió el badulaque: “América y Chivas”. “¿Cómo va el marcador?”-se interesó el muchacho. “3 a 2”. -contestó Babalucas. Quiso saber el hijo: “¿Quién va ganando?”.
Le informó el tonto roque: “El que lleva 3”... Don Ultimio fue a pasar unos días en la playa. Ahí, por desgracia, sufrió un síncope, y el pobre chupó Faros.
(Nota: Uno de mis cuatro sapientes lectores me informa que la expresión “chupó Faros”, eufemismo usado para no decir “se murió”, proviene de los fusilados en la Revolución, a quienes antes de morir se les concedía la gracia de fumarse un cigarrito de esa popular marca. Por cierto, a uno de esos condenados le dijo en su celda el oficial: “Te íbamos a fusilar a las 6 de la mañana, pero te concederemos una hora de gracia”. “¡Fantástico, mi jefe! -se alegró el reo-.
¡Que pase Gracia!”). Murió, pues, don Ultimio cuando estaba gozando de sus vacaciones, y un empresario de pompas fúnebres se encargó de arreglarlo para el velatorio. Le puso traje y corbata; lo maquilló muy bien. Cuando llegó la esposa de don Ultimio vio a su marido en el ataúd y dijo muy emocionada: “¡Qué bien se ve! ¡Unos días en la playa hacen milagros!”... Capronio, sujeto muy desconsiderado con su prójimo, viajó a otra ciudad, y fue a comer en un restorán de mala muerte. El mesero que lo atendió había sido su compañero de colegio. Le dijo Capronio: “¡Qué pena me da verte trabajando en un lugar como éste!”. “Sí -respondió el otro-. Pero yo no como aquí”... El cine mexicano de antes tenía joyas.
“Cuando los hijos se van es una de ellas”. (Tuve un tío que era padre de dos hijos solteros, verdolagones ya: uno tenía 38 años, y el otro pasaba de 40. Ninguno de los dos hizo carrera; y ambos eran más güevones -con perdón sea dicho- que la quijada de arriba.
En toda su vida no completaban entre los dos un turno de 8 horas de trabajo. Para colmo vivían en la casa de sus padres, que debían hacerse cargo de ellos como si fueran críos adolescentes. Un día me preguntó mi tío: “¿Te acuerdas, Armandito, de aquella película que se llamó ‘Cuando los hijos se van’?”. “Sí la recuerdo, tío -dije yo, cinéfilo irredento-. Actuaron en ella Fernando Soler, Sara García, Joaquín Pardavé, Carlos López Moctezuma, Miguel Inclán, Emilio Tuero, Marina Tamayo, y el narrador era Manuel Bernal”. “¿Verdad -prosiguió mi tío- que es una película muy triste?”. “En efecto, tío -reconocí-.
“’Cuando los hijos se van’ es una película muy triste”. Y rebufó mi tío: “¡Pues es más triste cuando no se van!”. No reconocerán jamás los capitostes de la 4T y sus servidores lo aberrante que es la elección judicial urdida por López Obrador y cohonestada por su sucesora, ni se irán las muchas malas consecuencias de esa torcida acción. Poco o nulo interés ha despertado ese proceso entre la inmensa mayoría de los mexicanos. Aún los cálculos más optimistas estiman entre un 10 y un 15 por ciento la votación de los ciudadanos. Preparémonos, sin embargo, para oír que esa participación fue del 23,514 por ciento.
La esposa de don Cornulio mostraba síntomas de fatiga, y fue a consultar a un médico. Regresó a su casa y le comentó a su marido: “El doctor dice que estoy haciendo el amor con exceso”. Replicó, extrañado, don Cornulio: “Pero si no lo hacemos tanto”. Replicó la señora: “Tú no, pero yo sí”... FIN.