Una de las más tristes paradojas que registrará la moderna historia de nuestro país es que López Obrador se valió de la democracia para destruir la democracia. En efecto, los triunfos electorales de AMLO y su virreina fueron indiscutibles.
Desde luego debemos acotar que a López el poder se lo dio Peña, con la rampante corrupción de su sexenio y -afirman algunos- con complicidad a cambio de impunidad. Por su parte, la llegada a la Presidencia de la corcholata de AMLO se debió a nosotros, los que trabajamos y pagamos impuestos, pues nuestras contribuciones sirvieron para pagar las pensiones, becas y demás dádivas usadas por el tabasqueño para crear una clientela electoral de donde salió la inmensa mayoría de los votos que dieron el triunfo a la señora. No creo faltar a las buenas maneras, y menos aún a la verdad, cuando atribuyo la calidad de virreina a la Presidenta actual. Parece estar gobernando en nombre y representación de AMLO. Lo que sucede es que, movido por su megalomanía, sus irrefrenables ansias de dominación y su deseo de seguir ejerciendo el poder creó un recurso que hizo que quien lo sucedió llegara atada de pies y manos a la silla presidencial. Esa espada de Damocles es la revocación de mandato. Tan poderoso es López, tan grande es el dominio que ejerce sobre la masa -peyorativo término, pero adecuado-, que un movimiento de su dedito bastaría para desatar un movimiento que defenestraría a la Presidenta si osara cambiarle una coma a los dictados que le dejó el caudillo. Al estilo de las purgas estalinistas o maoístas la acusaría de traición al movimiento, de haberse vuelto conservadora y neoliberal, y la entregaría a las multitudes que antes la adulaban y aplaudían. Esto no es política ficción: es posibilidad real fincada en el conocimiento de la persona de AMLO, en su sevicia, su ánimo vindicativo, la insana egolatría que lo ha llevado a sentirse continuador de las realizaciones de Hidalgo, Juárez y Madero. La torcida y retorcida elección judicial del próximo domingo es una de las nefastas herencias dejadas por el destructor de la República. Soy respetuoso de la libertad de cada quien, pero pienso que quien vaya a votar lo hará acarreado, equivocado, o movido por un interés personal por encima del bien nacional. Tan absurda y nociva es la tal elección que ya ha hecho de nuestro país objeto de la burla y desprecio de otras naciones, y lo dañará irremisiblemente no sólo en lo que hace a la impartición de la justicia, sino también en lo atinente al equilibrio de poderes en que se finca el ejercicio de la democracia. Una sola razón me bastaría para no ir a votar el próximo domingo: amo a México. Más que suficiente es esa razón para negarme a participar en tan grande y tan grave sinrazón. Hacía un calor de 44 grados Celsius a la sombra. Así, la bella viajera decidió no ponerse a la sombra, sino buscar la frescura de un arroyuelo cuyas frescas y cristalinas aguas la invitaban. Aprovechando la soledad de aquel paraje se despojó casi por completo de su atuendo. Digo “casi por completo” porque se dejó los aretes. En eso llegó un cazador que, olvidado de sus afanes cinegéticos, se puso a contemplar las esculturales formas de la hermosa bañista. Ella le pidió que se diera la vuelta mientras se vestía, pero el hombre respondió que sus pies no podían hacer lo que sus ojos les prohibían. Respuesta gongorina, pienso yo, pero eso fue lo que dijo, y debo consignarlo. La joven se irritó: “A las claras se ve que no es usted un caballero”. Replicó el sujeto: “Y a las claras se ve que usted tampoco lo es”. Respuesta poco gongorina, pienso yo, pero eso fue lo que dijo, y debo consignarlo. FIN.