Pocas cosas tan fascinantes como el estudio del poder. Entender los mecanismos, los resortes, lo que tiene de personal y lo que le es común a todos los poderosos. De eso se ha escrito -y sin duda se seguirá escribiendo- muchísimo. De lo que se ha escrito poco es de los límites del poder. No los límites constitucionales que toda democracia que se precie de serlo pone al ejercicio del poder en turno, sino los límites reales, esos que hacen que el poder no pueda.
¿Quién manda aquí? La impotencia ante la espiral de violencia en México y América Latina (Debate, 2025) de Javier Moreno es un magnífico y recomendable ensayo sobre los límites reales del poder. Desde la extraordinaria perspectiva que le da haber sido director de El País México, del periódico económico Cinco Dias, del País América y en dos ocasiones director general de El País en España, Javier Moreno tuvo acceso a varias presidentas y presidentes de América Latina en los últimos 40 años. Testigo privilegiado de las transiciones democráticas en estos países, Moreno fue capaz de observar el abismo que se abría entre la voluntad de los presidentes y su capacidad real para gestionar el poder frente a quienes ejercen la violencia de manera legítima, las Fuerzas Armadas, particularmente allá donde hubo dictaduras militares como Chile o Brasil, e ilegítima, fundamentalmente los grupos de crimen organizados en sus diferentes expresiones en México, Colombia o Ecuador.
Para el caso mexicano, trabajado a mayor profundidad en el libro, Moreno entrevistó a cuatro expresidentes, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, con la voluntad de entender dónde están los límites de una presidencia aparentemente todopoderosa. Las oligarquías, el crimen organizado y las Fuerzas Armadas, la mayoría de las veces en colusión unas con otras, han terminado por vencer cualquier voluntad de cambio.
En el caso mexicano el gran límite al poder, y lo es cada día más, es el crimen organizado y sus vínculos con policías y Fuerzas Armadas. Es ahí donde da igual quien gobierne, el presidente en turno se enfrentará a su propia impotencia. El caso de cómo el Estado mexicano, ya en el sexenio de López Obrador, se doblegó frente a las acusaciones por vínculos con el crimen organizado contra el ex secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, es la cereza de un pastel hecho con diferentes recetas, pero siempre con el mismo resultado.
¿Pueden los presidentes cumplir con la promesa básica de cada sexenio de pacificar al país? La respuesta es no, el poder no puede, ni podrá. Mientras existan grupos de crimen organizado sustentados en el poder del propio Estado y con Fuerzas Armadas más o menos corruptas, empoderadas ahora por un poder civil impotente cuya única respuesta ante la violencia seguir cediendo poder, difícilmente vamos a salir de esta espiral.