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Cuando el miedo llega a la casa

JORGE RAMOS

Las imágenes en su celular eran más que suficientes. La guerra entre Israel e Irán se podía extender a otras partes del mundo y, de pronto, la palabra "terrorismo" entraba en su vocabulario. La situación militar no estaba muy clara pero sí su determinación de no subirse a un avión. Esta adolescente entendía perfectamente que, si Estados Unidos se involucraba en ese conflicto, el gobierno iraní podría contraatacar. "Daños irreparables", había amenazado el máximo líder iraní, el ayatolá Alí Jameneí. "El daño que [Estados Unidos] sufriría sería mucho mayor que el que Irán podría recibir".

Con turistas estadounidenses viajando por todo el mundo este verano, la amenaza tenía peso. No, ella no se iba a subir a un avión. O al menos lo evitaría en ciertas fechas. Los planes de su verano tendrían que cambiar por algo que estaba ocurriendo a miles de millas de distancia.

Lejos de Miami y el atlántico, frente al otro mar, Erick le estaba haciendo la vida difícil a los mexicanos. Erick era un poderoso huracán categoría 4 en el pacífico que, al tocar tierra cerca de Punta Maldonado en Guerrero, disminuyó a categoría 3 pero causó numerosos destrozos en carreteras y fuertes inundaciones en Oaxaca.

Más que los daños, la sorpresa y el temor surgieron porque Erick llegó a mediados de junio. John Morales, uno de los meteorólogos en quien más confío, también estaba asombrado. En su cuenta de X dijo que "ningún huracán importante había azotado antes de agosto en la costa del pacífico mexicano" hasta que Erick lo hizo. ¿Por qué? "Climas extremos". ¿Qué los causa? El cambio climático y el aumento de las temperaturas globales. El futuro nos alcanzó. Ya no hay ni a dónde correr.

En Houston, Texas, el miedo viene vestido de camiseta roja. Una mujer lloraba desesperada luego de que unos agentes migratorios detuvieran a un hombre cubano que había solicitado asilo político. Tras cruzar la frontera en el 2023 se entregó a las autoridades y hace solo unos días se presentó a una corte de migración para continuar con los trámites de su solicitud. Pero su caso fue desestimado e inmediatamente después de salir de la corte, fue detenido por un agente con camiseta roja y metido a un auto gris.

El video del arresto fue posteado por el diario El Nuevo Herald que asegura que lo mismo está ocurriendo en otras partes de Estados Unidos. Es gente que hace lo correcto, sigue las reglas y luego, como en una emboscada, termina arrestado.

Lo que antes parecía imposible está ocurriendo. Personas que llegaron a Estados Unidos escapando de los regímenes autoritarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua ahora corren el riesgo de perder su protección migratoria y de ser deportados de vuelta a una dictadura. De hecho, el gobierno del presidente Trump obtuvo la aprobación de la Corte Suprema para quitarle su permiso temporal o la protección humanitaria a 850 mil inmigrantes que, hasta hace unos días, se sentían protegidos. Contrario a la narrativa oficial, no se trata ni de invasores, terroristas o miembros del Tren de Aragua, sino, sencillamente, de personas que buscaban una segunda oportunidad. Nada más.

En la ciudad de Miami, donde vivo, los comisionados aprobaron una controversial decisión que le permite a la policía local colaborar con agentes migratorios de ICE, el servicio de inmigración. Esto, en la práctica, convierte a policías en agentes que persiguen a gente que huyó de su país por la violencia y la pobreza. Pero en una ciudad como Miami, donde muchos hablamos español y donde la mayoría es latina, esta desatinada decisión pone a hispanos deteniendo a otros hispanos. Así Miami, vergonzosamente, se une a otras 250 ciudades en la Florida que firmaron un acuerdo de cooperación entre la policía y el servicio de inmigración.

Es cierto que durante el gobierno de Barack Obama, por ejemplo, hubo más deportaciones de las que existen actualmente en el gobierno de Donald Trump. La gran diferencia es que la mayoría de las deportaciones con Obama ocurrían cerca de la frontera con México y se trataba de inmigrantes que aún no se habían integrado a la vida en Estados Unidos. El terror que está causando el gobierno trumpista es que las redadas ocurren en cortes, casas, centros del trabajo, escuelas y hasta en autos cuyas ventanas son destrozadas por agentes para que se bajen del vehículo los conductores.

Nadie se opone a la detención de verdaderos criminales, ni a su deportación. Pero es una injusticia mayúscula cuando se arresta a personas que se entregaron originalmente a las autoridades o que corren peligro en sus países si son deportados. Son grotescas las escenas en que se separa a padres y madres de sus hijos en nombre de una cuestionable política migratoria.

Por eso Alex Padilla, senador de California, se metió a una conferencia de prensa de Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Nacional, en Los Ángeles. Padilla tenía muchas preguntas. Pero no le permitieron hacer ni siquiera una. Agentes del equipo de seguridad de la secretaria lo detuvieron, lo sacaron de la sala de prensa, lo hincaron, lo tiraron al piso y lo esposaron con las manos en la espalda. "¿Qué pensarán mi esposa y nuestros tres hijos?", escribió Padilla en The New York Times. Si esto le ocurrió a un senador de Estados Unidos, "mañana podría ser cualquiera". El mensaje de ese inusual e injustificable arresto es que nadie se puede sentir seguro en Estados Unidos en este ambiente de miedo.

El miedo anda flotando. Casi se puede tocar. Por terrorismo y la guerra, o por el cambio climático y las redadas de migración. Y estamos en un punto en que no se trata de vencerlo sino, tristemente, de acostumbrarse a él.

Eso pasa cuando el miedo llega a casa.

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