
(ARCHIVO)
La Campaña Internacional para Abolir Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) describió en su apartado sobre arsenales nucleares que actualmente existen ojivas tácticas que si bien son consideradas “pequeñas” o de “menor rendimiento” que otras armas, estas pueden llegar a causar explosiones de hasta 300 kilotones o el equivalente a 20 veces la bomba que destruyó Hiroshima.
En un descriptivo comentario para la Gaceta UNAM, el académico de la Facultad de Química, Benjamín Ruiz Loyola, desarrolló brevemente sobre los efectos de la detonación de un arma nuclear:
“… La temperatura se eleva a miles de grados centígrados: todo lo que está ubicado cerca se calcina, se derrite; los seres humanos, los seres vivos quedan evaporados; las estructuras se funden y dispersan por la explosión.”
El ICAN señaló que le toma 10 segundos a la bola de fuego de la explosión nuclear el alcanzar su tamaño máximo, liberando amplias cantidades de energía en forma de la ola expansiva, calor y radiación. La onda de choque alcanza velocidades de cientos de miles de kilómetros por hora matando a miles de personas en la zona cero y causando daños pulmonares, en el oído y sangrado interno a personas más apartadas.
La radiación térmica puede vaporizar casi todo en la zona cero, aparte de causar quemaduras severas e iniciar fuegos en grandes áreas.
Al largo plazo, la detonación de un arma nuclear resulta en la radiación ionizante, la cual contamina el ambiente y termina por matar o enfermar a las personas expuestas, causando daños a largo plazo en la salud incluyendo cáncer y daño genético. Este último se pasa a las siguientes generaciones, siendo el principal ejemplo de esto los llamados hibakusha de Japón, quienes son sobrevivientes o hijos de personas afectadas por la radiación de los ataques a Hiroshima y Nagasaki.