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¿Cual es la urgencia de un periodo extraordinario?

JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

Mientras el mundo se atemoriza y convulsiona, por la llamada guerra de los doce días, que lo mismo podrá durar doce que veinticuatro o más años, en México la labor de destrucción de instituciones avanza de manera desaforada. Prueba contundente de que así es, la tenemos en la innecesaria cuanto absurda celebración de un periodo extraordinario de sesiones del Congreso, para continuar con la agenda que desnuda lo que antes el oficialismo negaba con insistencia.

Ahora ya lo reconoce y además lo dice abiertamente: que sí está -como siempre estuvo- en sus planes, hacer de la Guardia Nacional un cuerpo plenamente militar y que tiene también necesidad de establecer ya -con cierta urgencia, según se ve- medidas para evitar la crítica e impedir la libertad de expresión. Y que en ambos casos requiere que así quede consagrado de inmediato en la ley, nada de esperar hasta el 1 de septiembre, cuando las Cámaras iniciarán su siguiente periodo ordinario de sesiones.

¿Cuál será realmente la urgencia del régimen de llevar esas disposiciones a la ley, que no pueda esperar un par de meses más? ¿O habrá llegado su perversión a tal grado, como en la historia de los Dos Amigos, que "pa' no venirse de oquis robaron Guanaceví"? Quizá más grave todavía: ¿Habrá alguien que aún dude que el régimen sigue exactamente la misma pauta y camino recorridos antes por Cuba, Venezuela y Nicaragua? ¿Será posible tanta miopía e ingenuidad, por decir lo menos? De no creerse.

Claro, siempre será posible alegar -como de hecho algunos consideran, lo reconozcan o no- que estamos al borde del abismo pero aún no hemos caído en él; que estamos a un pie de precipitarnos en el tobogán y que echar reversa siempre será posible, en cualquier momento. Cuidado, mucho cuidado, porque mientras más demore la ardua tarea de iniciar en serio y llevar a cabo el rescate democrático del país, más difícil y costoso será lograrlo. Así lo demuestra la historia en los casos del porfiriato y del priato, lecciones que debemos aprender.

Las cosas no se dan solas ni por mera casualidad. Ahora vemos claramente que el obradorato tuvo siempre bien diseñado un plan y definida su estrategia. Elementos clave de uno y otra consistieron en: 1. victimizarse todo el tiempo; 2. polarizar a la sociedad (lo que implica un alto grado de infantil maniqueísmo: nosotros somos siempre los buenos y ustedes los malos, y el caudillo define quiénes son unos y otros, los que estén con él son los primeros y los que no los segundos, quienes sin embargo -estos últimos- podrán purificarse en automático, simplemente con hacer acto de fe obradorista, así continúen siendo tan corruptos como antes y aun más. Ejemplos sobran).

Tercer elemento: como conocedor que es de las miserias humanas, al caudillo le ha sido fácil y le ha resultado políticamente exitoso apelar a los más bajos instintos, entre éstos el resentimiento, alimentar el deseo de venganza y la adopción de la mentira sistemática, no sólo como fórmula de comunicación con la sociedad sino para llevar a cabo su indoctrimamiento en los términos que le oficialismo pretende.

Hay un cuarto dato, en el que aparentemente hasta ahora nadie ha caído en la cuenta. Se trata de un proceso, que ha consistido en pasar de la negación oficial y sistemática del gobierno de la evidencia (de errores, tropelías, latrocinios, corrupción, caprichos y arbitrariedades), para luego pasar a su aceptación tácita, es decir, hipocresía lisa y llana, verdaderamente de campeonato. Para finalmente caer en el más descarado cinismo.

Cínico por el sistemático y brutal adoctrinamiento al que previamente ha sometido a la sociedad. Y que paradójicamente ha tenido el efecto de blindar al régimen. Increíble, pero así parece funcionar.

Por eso las denuncias documentadas de corrupción, que en los últimos siete años se han presentado como nunca antes en la historia de México, han tenido el curioso efecto de que nada ocurra. Tal vez sea esto lo que explique la urgencia de militarizar la seguridad pública y reprimir la crítica y la libre expresión.

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