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Urbe y Orbe

Crisis hídrica, o la distopía que se cumple

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Más o menos entre los paralelos 20º N y 50º N ocurre una coincidencia multidimensional. Es en esa franja del planeta donde se desarrollaron las primeras civilizaciones hace poco más de cinco mil años, en torno a las cuencas de grandes ríos. Se trata además de la franja en donde se encuentran las principales megalópolis del mundo y donde se concentra el mayor porcentaje del PIB mundial. Es decir, es la zona con más actividad urbana y económica del orbe. Pero también es, por mucho, la franja en donde se ubican las regiones con mayor estrés hídrico. Y es la franja en la que se localizan los conflictos que ponen en jaque el orden internacional. De todas las crisis que experimenta el mundo en la etapa de transición en la que nos encontramos, la del agua es, quizá, a la que menos atención le damos.

A lo largo de la historia, y desde muy temprano, se tienen registros de desastres y conflictos vinculados con las fuentes de agua. Alrededor del año 2500 a. C., las ciudades sumerias de Umma y Lagash entraron en una larga guerra por el control de los canales de riego y las tierras fértiles de Guedenna. Se sabe también de ciudades abandonadas por el agotamiento de las fuentes de agua durante el Imperio romano. El problema hoy es que la mancha del estrés hídrico se ha expandido a los cinco continentes. Asimismo, los conflictos y las tensiones se han reproducido al grado de alcanzar cifras sin precedentes.

El Pacific Institute reporta que, en poco más de una década, los eventos de conflictos por el agua se han multiplicado por 17 para alcanzar casi 350 en 2023. En el reporte publicado en agosto de 2024, los investigadores del instituto explican con claridad el cuadro al que nos enfrentamos. Morgan Shimabuku, investigador principal, dice que "el gran aumento de estos eventos indica que se está haciendo muy poco para garantizar el acceso equitativo a agua potable y suficiente, y pone de relieve la devastación que la guerra y la violencia causan en la población civil y la infraestructura hídrica esencial".

La explosión demográfica del último siglo provocó una presión inusitada sobre las fuentes de agua. Pero no tanto por el consumo directo de los humanos, sino por el uso intensivo del recurso hídrico en la agroindustria. La industrialización incide en la aceleración del calentamiento global, el cual propicia sequías más duras y prolongadas en cada vez más regiones de la franja 20-50. Un buen número de gobiernos se han visto rebasados para atender la creciente demanda humana de agua en calidad y cantidad suficientes, lo que ha hecho más apetecible para empresas privadas el control de las fuentes con fines de comercialización de agua embotellada. Más que escasez, en muchos de los casos en donde se reportan niveles preocupantes de estrés hídrico lo que ocurre es una mala gestión del líquido que lleva al acaparamiento de las fuentes en pocas manos.

A la agroindustria, que es la actividad económica que más agua consume, se ha sumado recientemente la industria tecnológica, altamente demandante del recurso hídrico. Ya sea para generar energía o producir insumos, ya sea para enfriar espacios o limpiar componentes, el agua es elemento vital para la industria del futuro. La disputa por el control de las fuentes ha subido de tono y se coloca ya como uno de los principales detonadores de conflictos y tensiones. La Antártida y Groenlandia de pronto aparecen en los titulares como territorios helados en pugna debido a sus abundantes recursos, entre ellos, el agua dulce.

Las guerras que acaparan los reflectores del mundo son atravesadas por intereses bañados por el líquido de la vida. Uno de los puntos críticos de la guerra en Ucrania fue la destrucción de una presa del río Dniéper, y el uso del agua como factor de presión sobre la población. En Palestina, Israel controla alrededor de 80 % de las fuentes, lo que ha provocado una crisis humanitaria por el acceso limitado al líquido por parte de la población gazatí. En Siria, la escasez de agua debido a una larga sequía fue una de las causas de la cruenta guerra que estalló en 2011. En Cachemira, parte del conflicto entre India y Pakistán tiene que ver con el acceso a la cuenca del Indo. La entrega de agua de México a Estados Unidos se ha vuelto uno de los asuntos más espinosos en la relación bilateral.

Demografía. Consumo intensivo. Demanda creciente. Mala gestión pública. Privatización. Industrialización. Tensiones. Guerras. Se trata de un cuadro complejo. La lentitud en la aplicación de soluciones integrales a un problema global tiene como consecuencia la agudización de problemas ambientales, sociales, económicos y políticos. A los cientos de miles de muertos que dejan las guerras en las que el control del agua es uno de los factores, debemos sumar los desplazados por falta de líquido. El Banco Mundial y la ONU estiman que en 2030 la cifra de personas que tienen que dejar su hogar por escasez de agua podría alcanzar los 700 millones. Es decir, poco menos del 10 % de la población mundial. Y esto sin contar los problemas en la producción de alimentos y el impacto económico.

Las regiones con más estrés hídrico están bien ubicadas: Oriente Medio y África del Norte; Asia meridional y central; norte de México y suroeste de Estados Unidos; las penínsulas ibérica, itálica y helénica, y norte de China. Como dije al inicio, todas están localizadas en la franja media del mundo. Según el World Resources Institute, 25 países (hogar del 25 % de la población mundial) ya usan más del 80% de sus recursos hídricos disponibles cada año. Vivir bajo este nivel de estrés compromete la vida, la seguridad alimentaria y energética de las naciones, y amenaza con agravar sus conflictos y crisis humanitarias.

La solución, según los principales organismos internacionales vinculados al tema, pasa por varias acciones. Mejorar la gobernanza del agua en todos los niveles con una gestión eficiente y equitativa con marcos institucionales sólidos. Para ello hacen falta reformas legales con esquemas de aplicación viables para garantizar el derecho humano al agua de cada persona. Del lado de la oferta se debe hacer uso de tecnologías como la desalinización, la captación atmosférica y el reuso. Pero también se debe trabajar en la demanda para disminuir el consumo, sobre todo en los sectores económicos que más recurso hídrico utilizan. Es vital también trabajar en la protección de ecosistemas y zonas de recarga, como ríos, lagos y acuíferos. Para aumentar la inversión en mejorar la disponibilidad de agua va a ser necesaria una cooperación público-privada transparente y eficiente. Y, por último, ninguna solución funcionará sin fomentar en todas las sociedades una cultura de cuidado del agua que aumente la exigencia y vigilancia para la buena gestión del recurso.

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Escrito en: Columnas Urbe y Orbe editorial Arturo González González

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