
Vista de la plaza de San Pedro en el Vaticano. Foto: Unsplash/ Dan V
En los últimos años, el Vaticano se ha enfrentado a una creciente crisis financiera. El mismo papa Francisco evidenció esta situación al hablar de un déficit operativo de 83 millones de euros en 2023, por lo que la Santa Sede solicitó la intervención del Colegio Cardenalicio para evitar un quebranto mayor.
Aunque la Iglesia lucha por mantener su influencia en un mundo secularizado, su modelo económico —dependiente de la feligresía— parece insostenible, pues ese mismo año se reportaron ingresos de 48.4 millones de euros, mientras que el gasto de la curia romana fue superior a los 90 millones de euros.
¿Estamos ante el declive financiero de una institución milenaria o es una oportunidad para reformas profundas?
El tema no es nuevo, ya que el Vaticano enfrenta esta diferencia entre ingresos y gastos desde hace más de una década, pero la brecha se profundizó con el cierre de las iglesias durante la pandemia por covid-19.
El modelo económico de la Santa Sede depende en gran medida de las siguientes fuentes: las contribuciones de parroquias y diócesis mediante colectas en misas, diezmos, bautizos y matrimonios; la venta de sacramentos y artículos religiosos; los fondos gubernamentales en algunos países; las inversiones y propiedades, y, por último, las donaciones de fieles.
Sin embargo, el descenso en la práctica religiosa —sobre todo en Europa— ha reducido drásticamente las donaciones. Además, los escándalos de abusos sexuales y corrupción —como el caso London Building, en que un cardenal fue acusado de malversación de fondos públicos y lavado de dinero a partir de la compra irregular de un inmueble en Londres— han erosionado la confianza de los creyentes.
MAPA MUNDIAL DEL CATOLICISMO
El mundo occidental es cada vez más laico. Según el Pew Research Center, el porcentaje de católicos practicantes en Estados Unidos y Europa ha caído en picada en la última década. Francia refiere que menos del 50 por ciento de su población es católica, mientras que en España la cifra no supera el 60 por ciento.
Menos creyentes significan menos ingresos para las parroquias que luego transfieren fondos al Vaticano. A esto se suma la competencia de nuevas espiritualidades y el escepticismo de la población hacia las instituciones jerárquicas.
África es la única región del mundo donde el catolicismo aumenta aceleradamente; sin embargo, este crecimiento no se traduce en mayor poder financiero para el Vaticano debido a la diferencia de recursos entre este continente y el europeo.
En el caso de México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reconoce que el país es mayoritariamente católico, pero, mientras que en el año 2000 los practicantes de esta religión abarcaban el 88 por ciento de población, para el 2020 esa cifra había caído al 75 por ciento. De esos creyentes, apenas el 44 por ciento asiste a misa, de acuerdo al Latinobarómetro 2023. En cambio, el número de no religiosos y evangélicos incrementa de forma constante.
Por su parte, Brasil, la nación con más católicos en el mundo, pasó del 74 por ciento de población católica en 2010 al 65 por ciento en 2022.
ADAPTARSE O MORIR
La Iglesia ha intentado ajustar su presupuesto a las condiciones de un mundo menos adepto a la fe católica. Ha congelado salarios, vendido activos y abierto sus cuentas a auditorías externas. Sin embargo, la solución no recae exclusivamente en una reforma financiera, sino que se necesita un esquema de transparencia radical para recuperar la credibilidad de sus donantes, así como encontrar nuevas fuentes de ingresos y plantear un discurso más en sintonía con las nuevas generaciones para atraer nuevos fieles.
En este sentido, el papa Francisco intentó una reforma que permitiera a los divorciados vueltos a casar recibir los sacramentos, un paso importante para integrar más feligreses a la Iglesia.
Por mencionar otro dato, las cifras oficiales indican que actualmente el fondo de pensiones del Vaticano requiere 600 millones de euros (13 mil 142 millones 67 mil pesos mexicanos), lo que afectaría a cerca de cinco mil empleados, situación que refleja una estructura burocrática ineficaz y que necesita fuentes de ingresos adicionales para evitar un problema mayor.
La integración de la fe católica a los tiempos posmodernos debe hacerse a través de herramientas actuales, como el diseño de campañas de crowdfunding —financiamiento colectivo en línea— para restaurar iglesias, sobre todo aquellas con mayor valor cultural.
A la par, se pueden fortalecer las comunidades en línea para facilitar el trabajo colectivo y las donaciones digitales, además de impulsar una reconfiguración burocrática que abarque desde las fusiones de algunas diócesis hasta la incorporación de más fieles a la estructura administrativa para reducir costos operativos.
Otra opción es buscar nuevos esquemas para monetizar el patrimonio histórico y artístico de las iglesias, apoyándose de agencias de viajes, guías de turismo o cualquiera con la habilidad de comercializar el patrimonio material católico.
TURISMO RELIGIOSO
Este tipo de turismo es una de las principales fortalezas de la Iglesia para la captación de recursos.
Muchos viajeros buscan acudir a centros religiosos por su atractivo arquitectónico, por las obras de arte que hospedan o para conocer las expresiones culturales propias de una región. También existen aquellos que se acercan a ciertas iglesias por la experiencia espiritual que ofrece el recinto en sí. Un tercer grupo aprovecha la visita al lugar de su fe para desarrollar actividades adicionales a los alrededores. En la medida que se entienda y cuantifique el perfil del turista, cada lugar puede trabajar en mejorar la experiencia que ofrece.
Hoy en día el turismo religioso genera una derrama económica importante tanto para los centros de peregrinación como para las regiones que los alojan. A pesar de que el catolicismo va a la baja, esta actividad va en ascenso. Por ejemplo, la Basílica de Guadalupe es el sitio católico con mayor asistencia a nivel mundial —algunas fuentes hablan de 20 millones de visitantes al año—. Santuarios como los del Santo Niño de Atocha, en Zacatecas; el Cristo de las Noas, en Coahuila, o la Virgen de San Juan de los Lagos, en Michoacán, también generan flujos monetarios importantes.
Si bien es cierto que muchos peregrinos gastan poco dinero cuando su objetivo es únicamente asistir a un evento religioso, los otros grupos de turistas tienen presupuestos distintos; por ello esta actividad no sólo puede ser una opción para el desarrollo económico local, sino un complemento de ingresos para algunas parroquias.
Sin embargo, la crisis económica del Vaticano es síntoma de un problema más profundo. La sociedad ya no se identifica con estructuras rígidas, como lo plantea el politólogo Francis Fukuyama en su ensayo El fin de la historia y el último hombre (1992). Si la Iglesia no logra adaptarse a una nueva estructura financiera que incluya un mensaje más contemporáneo, corre el riesgo de convertirse en un museo financiado exclusivamente por turistas y no por fieles. No es que la fe desaparezca, pero suele encontrar nuevos espacios donde los individuos se sienten “más cómodos o más en sintonía con su interior”.
Entre la Iglesia y las manifestaciones de la sociedad actual hay un abismo, el cual parece muy complicado de brincar. ¿Puede el Vaticano reinventarse o su declive es inevitable?