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Reportaje

Convergencias sobre el consumo responsable: ¿Decisiones de compra que cambian al mundo?

Existen empresas que operan a pesar de la explotación humana, la devastación ecológica y, en ciertos casos, la guerra. Entonces, ¿es posible lograr un consumo responsable? La utopía se pone sobre la mesa.

Imagen: Freepik

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ABRAHAM ESPARZA VELASCO

Cada cierto tiempo hay marcas que quedan envueltas en controversias. Es entonces cuando la opinión pública exige que las compañías —sobre todo las transnacionales— tengan algo de respeto por la dignidad humana porque, aunque es verdad que funcionan gracias a la labor de cientos o miles de personas, suelen mantener prácticas deshumanizantes sólo por el hecho de generar mayores ganancias. 

Si las marcas pueden lavar su imagen, librarse de crisis públicas y seguir sosteniéndose sobre una ética cuestionable que aumente sus ingresos, lo harán, ya sea valiéndose del capitalismo rosa (“feminista”), arcoíris (“pro-LGBT+”), verde (“ecológico”) o cualquier estrategia que las haga ver socialmente responsables. 

CAPITALISMO HERMANADO CON LA GUERRA 

La distribuidora, productora y plataforma de streaming Mubi recibió una inversión de cien millones de dólares en mayo de este año. En ese momento, la empresa, dedicada a difundir cine de autor, estaba endeudada y pugnaba por convertirse en un “unicornio”, nombre con el que se conoce a las compañías valoradas en más de mil millones de dólares que no cotizan en la bolsa y no son filiales de un gran grupo.

Esta inyección revitalizante de capital fue hecha por Sequoia Capital, un conglomerado que ha invertido en inteligencia militar en Israel, país que actualmente está ante la mirada del mundo por liderar lo que muchos especialistas y autoridades internacionales han llamado una limpieza étnica, un genocidio, en la Franja de Gaza. Al enterarse de esto, los usuarios de Mubi manifestaron su preocupación por una posible censura en los contenidos de la plataforma, ya que el cine independiente suele exponer puntos de vista alejados del status quo o visibilizar cuestiones sociales. 

Shaun Maguire, socio de Sequoia, es abiertamente sionista, es decir, apoya la expansión de Israel a costa del desplazamiento y exterminio de los palestinos que habitan su propio país, el cual lamentablemente se ubica sobre la “tierra prometida” de la religión judía. 

El empresario ha realizado declaraciones desestimando la muerte de civiles en Palestina a manos del ejército israelí. Por ejemplo, publicó en la red social X que los más de tres mil niños fallecidos en ataques bélicos bien podrían haber sido terroristas, justificando así el que hubieran sido asesinados. Incluso ha mostrado entusiasmo ante el conflicto porque supone el surgimiento de “un laboratorio militar” en ese territorio, es decir, un escenario para probar tecnología armamentística de vanguardia. 

Shaun Maguire, socio de Sequoia Capital abiertamente sionista. Foto: AFP/ Brendan Smialowski
Shaun Maguire, socio de Sequoia Capital abiertamente sionista. Foto: AFP/ Brendan Smialowski

Según el periódico Globes (2024), Sequoia tomó la decisión de invertir en Israel con el propósito directo de desarrollar tecnología “de defensa”, es decir, bélica. “Los próximos diez años serán increíbles. Las exportaciones israelíes en materia de defensa estarán en otro nivel”, señaló para este medio Maguire, quien también apoyó la última campaña de Donald Trump como candidato presidencial con trescientos mil dólares. 

Con este antecedente, surgieron movimientos para boicotear a Mubi, a pesar de que no había evidencia contundente sobre censura en la plataforma hacia el cine de denuncia palestino. De hecho, actualmente su catálogo cuenta con la película No Other Land, que ganó el Oscar a Mejor Documental en la última edición de los Premios de la Academia. No obstante, las protestas se extendieron tanto que el servicio de streaming se vio orillado a cancelar el Mubi Fest, una serie de proyecciones que tendría lugar en la Cineteca Nacional de Ciudad de México a inicios de julio. 

Podría decirse que la cancelación del festival es una muestra del éxito del boicot. Sin embargo, el alcance de Sequoia va mucho más allá de una distribuidora de cine independiente. Se trata de una firma de capital de riesgo que hace préstamos tanto a startups —como fueron en su momento Apple, Yahoo! y Google— como a compañías que ya tienen un recorrido considerable —es el caso de Google cuando compró Youtube—. 

De hecho, Sequoia es uno de los fondos de inversión más importantes de Silicon Valley. La lista de empresas que han recibido recursos económicos de su parte es larga. Entre ellas se encuentran, además de las ya mencionadas, AirBnB, DropBox, Instagram, WhatsApp, PayPal y LinkedIn. 

La inversión en la industria armamentística es una tradición arraigada del capitalismo, y es sólo una vertiente de las prácticas inhumanas de las grandes corporaciones. Black Rock, por ejemplo, es accionista de Apple, Microsoft, Amazon, Nestlé y PepsiCo, pero también tiene inversiones en Lockheed Martin, Raytheon y Northrop Grumman, que son los principales fabricantes de armas para el Pentágono en Estados Unidos.

Muchos avances tecnológicos suelen estar íntimamente relacionados con la producción de armamento. Microsoft y Amazon Web Services han firmado contratos con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos para el desarrollo de inteligencia artificial y almacenamiento de datos militares. En 2021, según The Guardian, estas dos empresas participaron en el polémico Joint Warfighting Cloud Capability (JWCC), un programa del Pentágono cuyo propósito es utilizar el almacenamiento en la nube para uso del ejército. 

La tecnología militar es uno de los campos que más atrae a los grandes inversionistas alrededor del mundo. Foto: Jack Guez/ Getty Images
La tecnología militar es uno de los campos que más atrae a los grandes inversionistas alrededor del mundo. Foto: Jack Guez/ Getty Images

EXPLOTACIÓN LABORAL E INFANTIL 

Las cadenas de producción globalizadas permiten, que las transnacionales subcontraten la fabricación de sus mercancías en países del llamado Cuarto Mundo, con escasa o nula protección de los derechos humanos, donde persisten los horarios y salarios esclavizantes. 

Nestlé, Mars y Hershey’s son sólo algunas de las compañías que aprovechan la precarización de estas regiones para ahorrarse costos, convirtiéndose en colaboradores indirectos de la explotación humana. Estas marcas obtienen cacao mediante el trabajo infantil en África Occidental, especialmente en Costa de Marfil y Ghana, según el reportaje El problema del trabajo infantil de la cocoa, de Peter Whoriskey y Rachel Siegel, publicado en The Washington Post en 2019. De acuerdo con los datos presentados en este documento, 1.5 millones de menores trabajan en plantaciones realizando tareas pesadas. 

Nike ha sido acusada desde los años noventa por servirse de maquilas con bajos salarios y explotación infantil en Asia, y esto parece no haber cambiado desde entonces. Aunque la empresa ha introducido auditorías, muchas de sus fábricas subcontratadas siguen operando en condiciones cuestionables, indicó Human Rights Watch en 2019. 

Zara, parte del grupo Inditex, ha trabajado con proveedores en Brasil que operan a costa de la labor de inmigrantes bolivianos en condiciones de semiesclavitud, según reporta BBC Brasil (2017). Shein, el gigante chino del fast fashion, ha sido criticada por sus jornadas laborales de hasta 18 horas diarias, sin contrato ni descansos, y por una falta total de transparencia en sus procesos, de acuerdo con datos presentados por Public Eye en 2022. 

Es así como los servicios y productos que utilizamos diariamente están relacionados indirecta o directamente con la explotación humana, los ecocidios y la guerra. Pero creemos en la posibilidad de un mundo más justo. ¿Qué podemos hacer en esta era convulsa para evitar que lo que consumimos dañe al planeta y a la humanidad? 

La inteligencia artificial de Google responde terminantemente: “Sí es posible llevar un consumo responsable. Aunque a veces parece difícil, [...] se trata de un estilo de vida que implica tomar decisiones conscientes y reflexivas”. Esto refleja que la opinión general indica que el poder de hacer un cambio en el mundo está en las elecciones individuales del día a día, sin embargo, no todo es tan sencillo como evitar suscribirse a una plataforma de streaming

Muchas empresas de fast fashion, e incluso marcas de mayor calidad, subcontratan maquilas asiáticas precarizadas y con trabajo infantil. Foto: K M Assad Lightrocket/ Getty Images
Muchas empresas de fast fashion, e incluso marcas de mayor calidad, subcontratan maquilas asiáticas precarizadas y con trabajo infantil. Foto: K M Assad Lightrocket/ Getty Images

En muchas ocasiones se trata de artículos presentes en la cotidianidad, para los cuales no suele haber una alternativa viable, comenzando por los dispositivos digitales que usamos para trabajar y comunicarnos, y cuya fabricación tiene un fuerte impacto ecológico y social. 

Además, el estudio Consumo sostenible: redefiniendo el valor y asequibilidad (2021), del World Resources Institute, señala que las personas de bajos y medios ingresos pocas veces se pueden dar el lujo de priorizar otras consideraciones sobre el precio de lo que compran, incluso si buscan consumir de manera más ética. De este modo, los productos que se promocionan como éticos y sostenibles son un privilegio de clase, y muchas veces manejan estrategias engañosas de publicidad. 

Por otra parte, el activismo es una labor noble e importante, que verdaderamente puede transformar el mundo, pero requiere de tiempo y de tener las necesidades básicas cubiertas. A ello se contrapone el funcionamiento del capitalismo actual, que es una inercia, una constante lucha por sobrevivir en la que rara vez podemos bajar la velocidad. La mayor parte de las personas deben pasar su día a día preocupándose por resolver sus propios problemas, lo que les drena todo su tiempo y energía. 

¿Qué opciones quedan? Generar un cambio colectivo puede depender de apelar al poder que tenemos no sólo como consumidores, sino como agentes políticos que participan, según las capacidades de cada quien, en movimientos organizados, ya sea colaborando activamente, haciendo donaciones, manifestándose o simplemente difundiendo su labor.

BOICOT, DESINVERSIÓN Y SANCIONES 

Un movimiento que ha demostrado efectividad para detener las malas prácticas de numerosas empresas es el BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones). Fundado por Omar Barghouti y Ramy Shaath, se inspira en medidas coercitivas adoptadas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en contra del apartheid en Sudáfrica. 

Este año, el BDS cumple dos décadas abogando por campañas globales para presionar de forma económica y política a Israel, con el propósito de que finalice la ocupación de territorios palestinos y reconozca los derechos de los refugiados. 

El movimiento funciona mediante la coacción a gran escala, convenciendo a grandes inversores de evitar alianzas con firmas que de alguna manera lucran con el genocidio en Gaza. El consumo individual influye, pero se han registrado resultados más contundentes al limitar el flujo de financiamiento hacia las empresas. 

Simpatizantes del movimiento BDS en una protesta frente al Parlamento Alemán. Foto: Britannica
Simpatizantes del movimiento BDS en una protesta frente al Parlamento Alemán. Foto: Britannica

Vale la pena mencionar que el objetivo de las compañías no es, en sí mismo, borrar de la faz de la tierra pueblos enteros o destruir el planeta, sino continuar con la poderosa inercia de acumulación de capital, utilizando huecos legales, ideales políticos o trasfondos religiosos de por medio. Después de todo, las prácticas maliciosas existen porque quedan impunes y están motivadas por intereses económicos. En el momento en que la violación de derechos humanos o la explotación de recursos naturales dejen de ser redituables, cesará el interés por perpetuarlos. 

Según su página oficial, el BDS logró generar, durante la segunda mitad de 2024, una deuda de 340 mil millones de dólares en las marcas que ha saboteado, un 20 por ciento más que en 2020. Además, se registró una caída del 90 por ciento en las inversiones iniciales para startups israelíes durante el primer trimestre de 2023, en comparación con el mismo periodo de 2022.

El indicador más importante para el movimiento, hasta el momento, es que en julio de 2024 cerraron alrededor de 46 mil empresas de origen israelí. Al respecto, el presidente del Instituto de Exportación de este país, Avi Balashnikov, declaró: “los boicots están cambiando el panorama comercial mundial de Israel”. Lo anterior indica que las presiones económicas han funcionado y pueden seguirlo haciendo. 

La página oficial del BDS cuenta con una guía de objetivos a boicotear, y las medidas a tomar dependen del nivel de complicidad y transversalidad de cada marca, es decir, de su relevancia, reconocimiento y atractivo mediático. 

Entre los objetivos prioritarios se encuentra la multinacional estadounidense de combustibles fósiles Chevron, principal extractora de gas apropiado por el apartheid en el Mediterráneo Oriental. La petrolera no realiza únicamente extracciones, sino que financia a la milicia para continuar con su lucrativo negocio en la región. 

Intel, por su parte, ha invertido 25 mil millones de dólares en la ocupación de Palestina, convirtiéndose en uno de los mayores colaboracionistas de Israel. Aunque se retiró de este proyecto debido a la presión mediática, su planta Kiryat Gat continúa funcionando en tierras palestinas. 

Básicamente, las demás empresas mencionadas por la guía BDS siguen el mismo patrón: obtienen territorios para operar y explotar recursos, y, a cambio, aportan capital a la inteligencia militar israelí. En la lista están corporaciones tecnológicas y de comunicaciones como Dell, Siemens, HP, la aseguradora AXA y Disney. 

Stop Cemex busca detener las actividades de la cementera mexicana en la Palestina ocupada por Israel. Foto: stopcemex.org
Stop Cemex busca detener las actividades de la cementera mexicana en la Palestina ocupada por Israel. Foto: stopcemex.org

Otras firmas boicoteadas por campañas distintas, pero señaladas de igual forma por el BDS, son McDonald’s, Coca Cola, Burger King, Papa John’s, Pizza Hut y WIX. 

Booking, AirBnB y Expedia, por su parte, aparecen en la base de datos de la ONU como plataformas que contribuyen a los asentamientos ilegales israelíes, ya que ofrecen hospedaje en tierras palestinas colonizadas.

En el plano nacional también existen campañas que buscan ejercer presión de forma organizada. Stop Cemex, por ejemplo, se esfuerza por difundir las acciones de esta multinacional mexicana para presionar —mediante manifestaciones ciudadanas, negociaciones con sindicatos y alianzas con instituciones educativas— a bancos y otros organismos financieros para que dejen de invertir en la empresa hasta que detenga sus actividades en Palestina. 

Cemex participa junto con SHTANG Recycle LTD en un proyecto de reciclaje de residuos de construcción, demolición y excavación con un enfoque de economía circular. Sin embargo, esta iniciativa aparentemente benéfica esconde una relación con el genocidio palestino, pues los materiales que reciclan son muy probablemente producto de los bombardeos de Israel. 

De hecho, Cemex participó en la construcción del muro en Cisjordania, ese que delimita a la Franja de Gaza y que ha sido clave para el exterminio en dicha región, así como para materializar los asentamientos ilegales en Palestina. También tuvo parte en la edificación del muro impulsado por Donald Trump en la frontera de México con Estados Unidos.

GREENWASHING 

Una estrategia “sostenible” a la que recurren muchas compañías es el greenwashing, término propuesto por el ambientalista Jay Westerveld en los años ochenta y que se refiere a las prácticas engañosas que le permiten a las marcas venderse como sustentables y con preocupaciones ecologistas, cuando en realidad una investigación no tan exhaustiva puede develar su verdadero impacto. 

Un acto común de greenwashing son las autoevaluaciones de sostenibilidad, es decir, estudios medioambientales creados por las propias empresas y moldeados de forma que pueden arrojar resultados convenientes para su imagen. Las marcas “verdes” utilizan etiquetas vagas como “eco friendly” o “natural” sin el respaldo de investigaciones hechas por organismos formales, independientes y confiables. Esconden sus prácticas anti-ecológicas y de explotación humana aprovechándose del poco tiempo que tiene el grueso de la población para verificar los datos que presentan como ciertos. 

Starbucks presume de seguir los lineamientos éticos del programa C.A.F.E. Practices, aunque es una iniciativa creada por la misma empresa sin una acreditación externa. Foto: Denis Volkov
Starbucks presume de seguir los lineamientos éticos del programa C.A.F.E. Practices, aunque es una iniciativa creada por la misma empresa sin una acreditación externa. Foto: Denis Volkov

Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE Publishing, 2020), muchos productos etiquetados como “sostenibles” no cumplen con estándares verificables, por lo que una de las barreras más importantes que quedan por romper es la falta de transparencia sobre el origen, los procesos de producción e impacto ambiental y social de los bienes y servicios que consumimos. 

Ejemplos nada sorprendentes de greenwashing son Nestlé, Nescafé y Starbucks. Esta última presume seguir los lineamientos de C.A.F.E. Practices, una verificación de acciones éticas en la producción de su materia prima. Sin embargo, se trata de un programa cuestionable que está diseñado por la misma compañía. Además, como una nueva estrategia de marketing, han lanzado un listado de compromisos para mejorar todas sus prácticas para 2030. Esta ocupa los primeros lugares en las búsquedas de Google cuando hacemos preguntas sobre la sostenibilidad de la cadena estadounidense de café, invisibilizando la información que tiene que ver con la evidencia de abusos a derechos humanos en plantaciones de Guatemala, Kenia y Brasil. 

Un caso más es el escándalo del diésel limpio de Volkswagen, un acontecimiento en que se señaló a la fábrica automotriz por falsear información sobre sus emisiones contaminantes, alterando los resultados de pruebas de laboratorio. El llamado dieselgate fue abordado por la Environmental Protection Agency (EPA) en 2015.

Por su parte, la petrolera BP ni siquiera se molestó en tergiversar estudios científicos ni lanzar nuevos productos. Su estrategia en el año 2000 consistió únicamente en un cambio de eslogan y de logo, que se convirtió en un girasol verde. Esta nueva imagen indicaba una movilización hacia las energías limpias —o, por lo menos, a una menor generación de emisiones nocivas—, mientras que sus prácticas no habían cambiado en lo más mínimo. 

Una manera de verificar si una marca cuenta con certificaciones ecológicas reales es mediante instrumentos como la ISO 14001, Fair Trade y FSC. Sin embargo, como ya se mencionó el impacto más efectivo no está en las decisiones de consumo individuales. 

ESFUERZO COLECTIVO 

La experta en sostenibilidad y profesora de ciencias ambientales y políticas en la Universidad de Clark, Halina Szejnwald Brown, señala para el sitio noticioso Quartz que la compra de productos sustentables no determina realmente una diferencia. Es decir, que la responsabilidad ecológica está mayormente en las empresas y no en los consumidores. 

Donar a organizaciones dedicadas a la protección del medio ambiente es más efectivo que destinar dinero extra a la compra de productos que se venden como sostenibles. Imagen: Freepik
Donar a organizaciones dedicadas a la protección del medio ambiente es más efectivo que destinar dinero extra a la compra de productos que se venden como sostenibles. Imagen: Freepik

Por supuesto, sería muy ingenuo simplemente esperar a que las multinacionales tengan la iniciativa de proteger al planeta de ellas mismas, por lo que Szejnwald Brown ofrece una opción más efectiva que el limitarse a adquirir un producto o servicio en lugar de otro: donar a campañas que exigen una sostenibilidad verdadera y la verificación confiable de las prácticas industriales. El dinero que invierte el consumidor en artículos supuestamente verdes —que además suelen ser más caros—, puede ser mejor utilizado al dirigirse a las ONG que poseen más herramientas para presionar a las marcas a hacer cambios en sus procesos de producción, o bien, presionar a los gobiernos a regular dichos procesos. 

Francia, por ejemplo, elevó este año los impuestos a las compañías de fast fashion que ingresan en su territorio. El senado respaldó un proyecto de ley que pretende regular la fabricación de prendas diseñadas para desgastarse rápidamente y promover un mayor consumo de ropa. Esta imposición, dirigida principalmente a Shein y Temu, puede replicarse en otros países y afectar fuertemente las prácticas en la industria textil y otros sectores.  

ACCIÓN CONSCIENTE 

El consumo está profundamente ligado a valores culturales, prácticas sociales y aspiraciones personales. Los hábitos de compra no sólo responden a la lógica de la necesidad, sino también a mecanismos de recompensa emocional, estatus e incluso costumbres familiares. 

Según la Environmental Education Research (Mind the Gap, 2002), el conocimiento sobre el medio ambiente no siempre se traduce en acción. Asimismo, la cantidad de información y recursos que se deben tener en cuenta para lograr un consumo responsable es abrumadora. 

Existe evidencia de que las decisiones de compra están mediadas, más que por la razón, por emociones, influencia social y, en general, conductas arraigadas que escapan al control individual. Además de estos factores, la publicidad actúa apelando al sentido de pertenencia. De este modo, cambiar de hábitos implica renunciar a ciertos círculos sociales. 

El modelo económico actual promueve un constante consumo que aspira a revelar cierto estatus. La sociedad de la que habla el filósofo Zygmunt Bauman (Vida de consumo, 2007) indica que la identidad se construye también a través del consumo. 

Aunque el consumo ético es prácticamente imposible en este mundo, una opción es unirse a ciertas iniciativas que buscan aunque sea un cambio pequeño, o al menos no desestimarlas. Foto: SEDEMA
Aunque el consumo ético es prácticamente imposible en este mundo, una opción es unirse a ciertas iniciativas que buscan aunque sea un cambio pequeño, o al menos no desestimarlas. Foto: SEDEMA

De acuerdo con el Informe Global de Desarrollo Sostenible (2023) de las Naciones Unidas, los gobiernos tienen un rol fundamental en la transformación de los sistemas de producción a través de políticas integradas. Sin embargo, muchas veces las iniciativas estatales son fragmentarias o dependen de la voluntad del mercado. 

El consumo responsable no es simplemente una cuestión de elección individual. Requiere transformaciones culturales, económicas y políticas. Las buenas intenciones, aunque necesarias, no son suficientes frente a un sistema que constantemente empuja en la dirección opuesta. Para avanzar hacia una economía más justa hace falta ser críticos y lograr evadir la inacción. 

El consumo ético es prácticamente imposible, pero es mejor actuar que simplemente quedarse en la reflexión más ociosa, esa que invalida cualquier intento de activismo o consumo responsable como irrelevante. Si se es crítico, se debe saber que los males de este tipo son una hidra: al cortar una cabeza surgen muchas otras más, pero eso no debe ser una razón para desestimar los esfuerzos que, poco a poco, se abren paso en este mundo convulso.

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Escrito en: Abraham Esparza consumo responsable Sequoia Capital movimiento BDS BDS boicot consumo ético explotación infantil explotación laboral Genocidio Apartheid ecocidio

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