POR LA PAZ
Todos podremos fácilmente coincidir en que las noticias que hablan de conflictos, guerras y pérdida de la paz son cada día más frecuentes. Nos enteramos de conflictos bélicos en Oriente y en Europa. Disturbios en ciudades como Los Ángeles, en el estado norteamericano de California. Igualmente, nos informamos, tanto por la prensa como por los medios digitales, de problemas entre vecinos, entre colonias o de una población a otra. Dificultades maritales o de familia. Los motivos son inagotables, van en el orden de problemas patrimoniales, de dominio territorial, partidistas o qué sé yo… El asunto es que resulta de lo más común hallar enfrentamientos, que son tantos y de tan difícil solución, que a ratos simplemente nos sentimos rebasados por la violencia que estos generan.
Tanto ha escalado el problema, que hoy en día tenemos instituciones encargadas del manejo de conflictos y procuración de paz a todos los niveles. Hay la carrera que forma especialistas en asuntos de paz, y muy diversas organizaciones promueven iniciativas que tienen que ver con la paz a distintos niveles. Este estado de cosas nos lleva a concluir que, en verdad, el problema de la falta de paz en nuestro mundo prevalece más cada día.
Un especialista en el tema, el matemático alemán Johan Galtung, ha establecido un modelo para entender tanto los conflictos como la procuración de la paz. Su orientación invita a actuar mucho antes de que el problema escale hasta provocar violencia. Él sugiere que la aparición de la violencia es la punta del iceberg en un problema que tiene mucho debajo del nivel del agua, y que para evitar que surja la violencia tendríamos que trabajar sobre las causas de un conflicto para así lograr resolverlo de raíz.
Los dos niveles que Galtung llama "soterrados" corresponden a la violencia estructural y la de tipo cultural. La primera es masiva y corresponde a las conductas dictadas desde las instituciones o las estructuras de poder, que determinan que las cosas se hagan de tal o cual manera. Un ejemplo que aprendí en clase y que ilustra esta violencia estructural es, digamos, en Afganistán: si una mujer quiere hacer una denuncia por violación, el Estado le obliga a presentar dos testigos. Si se denuncia sin cubrir este requisito, la ley manda que ahora la mujer supuestamente violada sea acusada de difamación en contra del violador, lo que habitualmente lleva a una condena en prisión. Ello da pie a una violencia estructural porque así están organizadas las instituciones en ese país.
La violencia cultural tiene que ver más con usos y costumbres. Son ideas o creencias que legitiman a los actores y a los procedimientos que llevan a la comisión de actos violentos. Algo peculiar es que este tipo de violencia resulta invisible para los involucrados, como sería en el caso de la violencia vicaria (o doméstica) que, por desgracia, se ha normalizado tanto en nuestra sociedad. Por cierto, una excelente novela que estoy por terminar y que abarca diversos tipos de violencia y normalización se intitula Invisible, del autor español Eloy Moreno. A través de una trama fantástica vamos detectando la forma en que la violencia intrafamiliar y el acoso escolar comparten unas mismas raíces emocionales y se cumple una ley de la violencia cultural que indica que el perpetrador y la víctima suelen ser la misma persona.
Ahora bien, los conflictos surgen cuando hay incompatibilidad de metas entre dos partes involucradas. Unos quieren una cosa y otros quieren otra, y ninguno está dispuesto a ceder. Ahí inicia el conflicto que, de no resolverse, irá avanzando hasta derivar en violencia. Así podemos entender que los conflictos no se resuelven de la mejor manera cuando ya surgió la violencia, sino cuando, a través del conocimiento especializado necesario, se aborda el conflicto desde sus orígenes y se busca mediar, de manera de lograr un punto de equilibrio entre ambas partes. Cuando la violencia ya está presente, lo primero será evitar que esta escale hasta niveles peligrosos; contenerla y, ya en un segundo tiempo, tratar de resolver el conflicto que dio origen a esta.
Los conflictos surgen cuando se afectan las necesidades básicas del individuo, que son, en la esfera material, la alimentación, la salud, la educación y la oportunidad de un trabajo digno y redituable, que garanticen la supervivencia. Y en la esfera no material están la libertad y la identidad, que nos proveen de bienestar. En la medida en que se satisfagan todas ellas, tendremos un ambiente de paz.
Ahora entendemos que la paz no va a lograrse mediante medidas represivas, sino a través del diálogo mediado por expertos, que lleve a acuerdos sustentables para una sana convivencia. Ojalá todos comencemos de inmediato a aplicar dichos principios.
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