EL REVERSO DE LAS COSAS
No deja de asombrarme el poder que tienen las palabras. Una sola ha iniciado guerras; otra ha establecido la concordia entre pueblos. Una es capaz de despertar el mayor potencial humano en la infancia; otra, dicha en esos mismos primeros años, puede anularlo para toda la vida.
En un mundo dominado por las apariencias, solemos dejarnos llevar por la primera impresión (coup d'œil, dirían los franceses) para calificar discursos, noticias e incluso personas. Rara vez nos detenemos a analizar que, detrás de lo aparente, hay una estructura que lo sustenta: intenciones, afectos o el trasfondo emocional de quien emite ese contenido.
En los espacios públicos no es raro encontrar grafitis: trazos más o menos armónicos hechos con pintura en aerosol. Se trata de una forma de autoafirmación, generalmente juvenil, un modo de decir "este soy y aquí estoy", frente a una sociedad en la que sienten no ser bienvenidos. Encontramos desde arte urbano bien ejecutado hasta signos casi indescifrables que, a simple vista, solo afean el entorno. Si nos quedamos en la anécdota, tal vez optemos por ocultar esas expresiones con una capa de pintura. Pero si miramos más allá, al reverso de lo evidente, detectaremos necesidades en esos jóvenes, en apariencia rebeldes, que buscan ser atendidas. Necesidades de aceptación, de reconocimiento y de identidad, que bien podrían abordarse de otro modo: partiendo del síntoma y en búsqueda de una solución genuina.
Otro caso, también relacionado con la juventud, es el de los conductores novatos que actúan de forma imprudente, no pocas veces ocasionando lamentables accidentes de tránsito. La descarga hormonal propia de su edad los lleva a sentirse invencibles, lo que a menudo termina en tragedia. Los escuchamos avanzar por calles y avenidas con el escape abierto, generando un estruendo ensordecedor, como si el ruido expresara la potencia que creen tener. Poco logramos prohibiendo los escapes o repartiendo tapones para los oídos. Más bien, habría que mirar el reverso de los hechos y tratar de entender por qué estos jóvenes necesitan manifestarse de forma tan escandalosa. Al hacerlo, y al trabajar sobre las causas, no solo resolveremos el problema del ruido: también fortaleceremos su autoestima para toda la vida.
De manera similar a estos casos, las palabras también tienen un reverso al que no siempre prestamos atención. Solemos quedarnos en lo literal, sin reflexionar sobre su origen. ¿Fueron dichas desde la sinceridad? ¿Desde la empatía? ¿O provienen de una zona más bien oscura? No se trata de volvernos suspicaces, sino de filtrar los discursos a través de la razón, hasta comprender la intención con la que se pronuncian. Esto puede ubicarnos en la realidad y evitarnos grandes frustraciones.
Al inicio mencionaba el inmenso poder de las palabras, mucho mayor de lo que solemos imaginar. En el hogar, una palabra que califica -o descalifica- a un niño puede marcarlo para siempre. Sobre todo cuando proviene de quienes más ama y en quienes más confía: sus padres. Hay una sabia advertencia en pedagogía que dice que no debemos reprender a nuestros hijos cuando estamos alterados por lo que han hecho, porque no podemos anticipar qué palabras podríamos llegar a pronunciar en ese estado. Ante la falta de un menor, lo más adecuado suele ser serenarnos antes de decidir cómo corregirlo. Los castigos dictados en momentos de ira suelen ser desproporcionados y dejar huellas duraderas.
Volteemos la mirada a la naturaleza, observemos las plantas que nos rodean. Cada hoja tiene un anverso -el que vemos de inmediato-, pero también un reverso, oculto a la vista, que cumple funciones vitales. Es necesario contemplar ambas caras para comprender su funcionamiento integral. Otras especies también nos muestran una cara y ocultan la otra. Solo cuando conocemos ambas estamos en condiciones de entender su comportamiento, ya sea como presa o como depredador.
Nosotros, los humanos, también actuamos de forma visible, pero nos mueve un mecanismo interno que no se aprecia a simple vista. Cuando nos enfocamos en comprender ese interior, comenzamos a entender mejor las conductas de los demás y aprendemos a manejarlas con mayor acierto. Comprendemos entonces que todos somos profundamente distintos, por múltiples razones, y que en mirar más allá está la clave para una sociedad más armónica.
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