La inversión privada requiere una sola cosa para materializarse: certidumbre. Lo que la inhibe no son las políticas de izquierda o de derecha, sino la ausencia de reglas del juego claras, transparentes, predecibles y que se hacen cumplir. El "Plan México" es una gran idea, pero se sustenta en anclas endebles precisamente porque no reconoce la necesidad de una base de certidumbre que sea confiable y sostenible. En una palabra: el contexto importa.
La certidumbre no es un asunto ideológico. En las últimas semanas, dado el actuar del presidente norteamericano, toda la humanidad ha experimentado un ejemplo de lo que es la incertidumbre; o sea el punto es universal. La incertidumbre impide definir qué puede hacer uno, desde la persona más modesta hasta el empresario más encumbrado. Algunos, los especuladores, sabrán como sacarle jugo a un momento incierto, pero la mayoría queda paralizada, a la espera de que las cosas se tranquilicen. Por eso la incertidumbre es destructiva, tal y como hemos podido atestiguar en estos tiempos.
El fenómeno es ubicuo, pero algunos, incluso naciones que no cuentan con Estado de derecho en el sentido occidental, como China, lo han resuelto bien, empleando medios alternos para garantizar certeza. México es un caso clínico de la falta de mecanismos que provean certidumbre, que es lo que explica, históricamente, que los ciclos económicos fuesen sexenales; que los corruptos que habitan un gobierno sean perseguidos en el siguiente; que siempre haya la duda de cómo será el siguiente presidente o presidenta. Esa ha sido la historia desde la Colonia y esa es una de las principales explicaciones de por qué México no ha prosperado tanto como lo pudo haber logrado. Ahí yace el corazón, el origen del TLC norteamericano, que se concibió como mecanismo para conferirles certidumbre a los inversionistas. Su éxito fue notable en términos de la modernización económica, la construcción de una imponente planta manufacturera y la estabilización de la economía en general. Lamentablemente, esa lógica no se extendió a todo el país y sociedad, pues eso pudo haber impulsado a todo México hacia su desarrollo integral.
Dos cosas amenazan al desarrollo del país, siendo las principales fuentes de incertidumbre en el contexto actual: una es la destrucción institucional enarbolada por los dos gobiernos de Morena; la otra es la que nos llega de parte de Trump.
Por el lado interno, no es sólo que las reglas estén cambiando, que se hayan eliminado instituciones y organismos que servían de anclas para el funcionamiento de diversos sectores (como la Comisión Regulatoria de Energía o el INEGI, por citar dos obvios), sino que el sentido de dirección, como ilustra la reforma judicial, va encaminado a eliminar contrapesos, uno de los elementos cruciales para la consolidación de certidumbre. Además, muchas de las reformas emprendidas en estos años son de dudosa racionalidad, más producto de obsesiones y agravios personales de AMLO que procesos debidamente discutidos, argumentados y negociados para que toda la sociedad los acepte y legitime. Cuando todo depende de una persona hiperpoderosa o de un partido hegemónico, nadie -empresario, inversionista o simple ciudadano- puede estar seguro de que sus derechos serán respetados y protegidos.
Por el lado externo, los aranceles y amenazas prodigados por Trump crean un entorno de incertidumbre que no será fácil de erradicar, aun si éstos se eliminan en el futuro mediato. La posibilidad de que semejantes instrumentos (que, además, son violatorios del T-MEC) se implanten en cualquier momento constituye un inexorable venero de incertidumbre. El gobierno de la presidenta Sheinbaum ha hecho todo lo posible por resolver esta fuente de precariedad e inestabilidad, pero es paradójico que no dedique el mismo esfuerzo para construir fuentes de certeza al interior del país.
Los empresarios e inversionistas requieren certidumbre para decidir invertir, emplear y crecer. La existencia de una retórica benigna, como la que contiene el "Plan México" es un paso adelante, pero debe venir acompañada de un entramado institucional que constituya un efectivo contrapeso al actuar del Ejecutivo. Sin embargo, todo lo que hemos observado desde el primero de septiembre pasado va exactamente en sentido contrario. Por ello, la combinación de ausencia de contrapesos y precariedad viniendo del exterior constituye un enorme desincentivo para el crecimiento, independientemente de la retórica presidencial o de los aplausos de los políticos del sector privado.
El TLC se concibió precisamente para conferirles certidumbre a los inversionistas dada la enorme dificultad que existía (y existe) en el país para generar fuentes internas de credibilidad, fenómeno que era igual de evidente en la era del PRI que en la actual de Morena y por razones similares: porque nuestras instituciones le confieren tanto poder al Ejecutivo que hacen irrelevante cualquier contrapeso. El problema para Morena es que, en ausencia del TLC, un riesgo que ya no se puede desechar, sólo el gobierno puede construir fuentes de certidumbre. El reto es por ello obviamente mayúsculo.
La lógica diría que hay que construir instituciones pero, como dice Román Revueltas: "Trump, miren ustedes, no tiene el monopolio de la irracionalidad".
Ático
El Plan México es una gran idea pero sólo funcionará si se construyen instituciones que le confieran certidumbre a la inversión privada.