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Consecuencias

Luis Rubio

El culto al Estado y el amor por el gasto público como instrumento entrañan un profundo sentir seductor. Quién mejor que "el Estado" para resolver los problemas, planear hacia el futuro y servir a la ciudadanía. Que se produzca en México; que no se importe ni lo que no se produce (o no se puede producir); que el gobierno (o, cada vez más, el ejército) construya y administre; que el gasto vaya a cosas improductivas porque la utilidad política es implacable. El potencial justificador de un cada vez mayor activismo gubernamental es literalmente infinito. Pero también es, como dice el economista Thomas Sowell, "pensamiento de primera fase". Cuando uno se pregunta ¿qué pasa después? (segunda fase del pensamiento), resulta evidente que cada una de esas "prioridades" entraña distorsiones, costos cada vez más elevados, enormes ineficiencias y, como vemos estos días, cada vez menor crecimiento de la economía. La lógica estatizante que estamos viviendo tiene consecuencias.

Morena ganó las elecciones en 2024 recurriendo no sólo a todos los trucos electorales tradicionales, sino utilizando el más riesgoso de todos: el gasto público. Luego de años de gobiernos conservadores en lo fiscal, incluyendo los primeros años del propio AMLO, dominó la lógica de ganar la elección a cualquier precio y bajo cualquier rasero. Ahora, el gobierno triunfante en esos comicios está pagando el costo de aquellos excesos en la forma de severas restricciones fiscales. Sin embargo, en lugar de procurar nuevas formas de lidiar con éstas, su instinto es más gobierno y, por lo tanto, menor productividad, eficiencia y crecimiento económico. Imposible separar unas cosas de las otras.

La pregunta es si esta lógica se deriva de un dogma ideológico (quizá parcialmente atribuible al prócer morenista) o de intereses arraigados del partido gobernante. Quizá sea un poco de cada uno de estos factores, pero de lo que no hay duda es de la devoción que el gobierno actual le sigue prodigando al presidente anterior. Lo que quizá no entre en esas consideraciones (porque dudo que sean cálculos) es que, como diría Sowell, mientras que el pensamiento de primera fase sugeriría que lo que funcionó antes necesariamente seguirá funcionando en el futuro, la segunda fase del pensamiento obligaría a contemplar la posibilidad de que las condiciones que caracterizaron al país (y al mundo) en los años pasados en nada se parecen a las actuales.

Para comenzar, AMLO gozó de una situación fiscal extraordinariamente generosa a la entrada, producto de tres décadas de labor por parte de sus predecesores para construir una plataforma económica estable y sostenible que evitara el tipo de crisis que dominaron el panorama en las últimas décadas del siglo anterior. Aunque consciente de la importancia de evitar una crisis fiscal, AMLO tentó el destino desde el día que canceló el aeropuerto de la Ciudad de México y, como no pasó nada, prosiguió con un creciente abuso de las finanzas públicas, agotando fideicomisos e hipotecando al país para asegurar el triunfo electoral subsecuente. Hoy es claro que los parámetros tradicionales de medición, como la estabilidad del tipo de cambio, tienen más que ver con los flujos de divisas derivados de exportaciones y remesas que de las finanzas públicas, pero nada garantiza que un severo deterioro en este rubro permitiría preservar esa estabilidad. Tentar al destino entraña evidentes riesgos.

El gobierno actual ahora está viviendo las consecuencias del despilfarro del anterior, lo que no le ha llevado a cuestionar la ecuación misma. Todo lo contrario; el gobierno está convencido del camino existente y, en la medida de lo posible, prosigue a paso acelerado. No sólo no se cuestiona la lógica estatista, sino que la profundiza. El caso de Pemex ilustra el costo de las obsesiones, pues hace tiempo que dejó de ser la fuente de recursos para financiar al gobierno y a partes de la economía. Ahora es un dren interminable de recursos, circunstancia que Morena asume como lógica y natural.

El problema para el gobierno es que no goza de ninguno de los elementos que le permitieron a AMLO navegar sin costo aparente. Más allá de las finanzas públicas, su personalidad dominante y agresiva le permitió eludir a sus críticos y esquivar incluso al gobierno americano. Ninguna de esas ventajas está presente hoy: los problemas fiscales son conocidos e intransitables bajo la racionalidad que sigue el gobierno, en tanto que Trump tiene una agenda dedicada a México que dista mucho del cuidado con el que Biden trataba a AMLO e implica presiones extraordinarias, muchas de ellas relativas a intereses cercanos a Morena. Pretender que podrá navegar los potenciales vendavales con más controles sobre la sociedad y sin mejores estrategias para la seguridad y el desarrollo económico es no sólo ingenuo, sino temerario.

"El problema de cometer suicidio político -argumentó Churchill- es que vives para lamentarlo". La estrategia gubernamental no es sostenible ni le permitirá atender el creciente gasto que los objetivos e intereses morenistas demandan. Desde esa perspectiva, sus opciones no son otras que las de cambiar de rumbo o aceptar la lógica churchiliana. Ninguna es atractiva, pero el costo y consecuencias de esta última es infinitamente mayor.

@lrubiof

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Escrito en: Caricatura editorial Enríquez

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