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Concordia en la tormenta

JUAN VILLORO

Cuando entrevisté a Sebastião Salgado a propósito de su exposición Amazônia en el Museo Nacional de Antropología, lo primero que dijo fue: "Este es el mejor museo del mundo". El fotógrafo brasileño tenía tal ilusión de exponer ahí que incluso se encargó de conseguir un nuevo sistema de iluminación.

El museo ha sido reconocido con el Premio Princesa de Asturias por su contribución a la concordia. El tema está en la raíz misma de ese proyecto, pero adquiere un tono irónico en la convulsa actualidad: nuestra concordia es objeto de museo.

Como secretario de Educación, el poeta Jaime Torres Bodet ideó un espacio que reuniera las culturas del origen. No se trataba de una mera celebración del pasado, sino de una puesta en valor desde el presente. Numerosos artistas se sumaron al proyecto. Circundado por una celosía de Manuel Felguérez que representa las calaveras del tzompantli azteca, el edificio contó con uno de los mejores murales de Rufino Tamayo y la arquitectura de Pedro Ramírez Vázquez, en cuyo equipo destacaban Rafael Mijares y Oscar de Buen, creadores del paraguas en la explanada interior, sostenido por una columna escultórica de José Chávez Morado. Cuando el museo se inauguró en 1964 la columna se cubrió de agua, demostrando que, bajo la sombra del paraguas, llovía el tiempo.

El actual encargado de ese oasis es Antonio Saborit, editor, traductor, rescatista de papeles esquivos, autor de una lista casi agraviante de publicaciones. Nada más justo que el reconocimiento llegue durante su gestión.

Pero en ocasiones la gloria transparenta una realidad incómoda: el museo premiado no puede abrir sus puertas por falta de quipo de vigilancia. El asunto es peliagudo. Recordemos que en la Nochebuena de 1985, dos estudiantes sin gran experiencia en el delito robaron 140 piezas de arte prehispánico y escaparon en un Vocho mientras los vigilantes festejaban al Niño Dios. La picaresca continuó poco después. Alguien que fungía como antropólogo por partida doble (experto en conducta humana y en antros) descubrió que una vedette hacía su show ataviada con joyas prehispánicas. Fue una pista para llegar a los tesoros que aún no habían sido vendidos.

El premio obliga a recordar que el INAH merece un aumento de recursos. Tampoco se puede soslayar su mensaje diplomático. López Obrador pidió al rey de España que se disculpara por los agravios cometidos durante la Conquista, algo bastante absurdo: si exigimos que pida perdón cada pueblo que ha cometido fechorías, llegaríamos a los sumerios. "Todo documento de civilización es un documento de barbarie", señala Walter Benjamin. Y si a esas vamos, ¿no sería más lógico pedir desagravios por asuntos más recientes, como la pérdida de más de la mitad del territorio ante Estados Unidos?

López Obrador dejó al país con una deuda que tiene asfixiado al gasto público, proyectos mesiánicos inservibles como el Tren Maya, los mayores índices de violencia de la historia y la destrucción del sistema judicial. Mientras consumaba esos desastres recordó lo ocurrido hace cinco siglos. ¿Por qué lo hizo? Un personaje de mi novela La tierra de la gran promesa dice: "El rencor es la forma mexicana de tener buena memoria". No es casual que Pedro Páramo, modelo del caudillo atrabiliario, sea descrito como "un rencor vivo". López Obrador convirtió el encono en recurso proselitista; en su mente, sólo los enemigos piden perdón. Lo mismo se puede decir de Fernández Noroña, que ejerció gustosamente el improperio, pero no soportó que un ciudadano hiciera lo mismo y lo obligó a realizar un acto de contrición en el Senado. Muy distinta fue la conducta de los zapatistas en 1994 ante el ex gobernador de Chiapas Absalón Castellanos. Después de detenerlo, le concedieron lo que él jamás concedió a sus adversarios: el perdón. Ese gesto ético contrasta con la retórica vengativa de nuestros políticos hegemónicos.

Curiosamente, la impulsora de la carta en la que se exigía el perdón del rey Felipe VI, Beatriz Gutiérrez Müller, ha solicitado la nacionalidad española. Le será concedida como un certificado de incongruencia.

El gran arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma ha recordado que en 1836 México y España firmaron tratados en los que se reconocen como naciones independientes. Desde entonces, el objetivo era mirar al futuro, pero quienes fracasan en el presente prefieren culpar al pasado.

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