La primera impresión fue que Claudia Sheinbaum dejó escapar una oportunidad única. Trump le sugirió por teléfono, tras suspenderse en Canadá lo que habría sido la primera cita personal entre ellos, que en su paso de regreso a México se detuviera en Washington. Ella prefirió declinar alegando que la agenda estaba complicada pero que podrían programar la reunión lo más pronto posible. Palabras más, palabras menos, así lo informó ella misma en la siguiente mañanera sostenida ya en México.
Solo podemos especular las razones a las que obedece esta respuesta, considerando que la mayor parte de los mandatarios del mundo habrían agradecido una invitación como esa. Ningún tema de agenda es más importante para México hoy en día como la relación con la Casa Blanca, habida cuenta de los muchos peligros por los que corre el país bajo el impacto de lo que Trump haga o deje de hacer. La oportunidad de conversar en corto, establecer una relación personal cordial, explicar de viva voz algunos de nuestros argumentos, parecerían una oportunidad única. En cierta forma es lo que se buscaba con su encuentro en Canadá.
Sin embargo, había una diferencia sustancial y seguramente eso pesó en la decisión. Una reunión extraoficial en las pausas de una cumbre de G7 es totalmente distinta a una visita a Estados Unidos. Allá se trataba de un espacio neutro, no se llegaría con documentos preparados por los equipos de ambos países ni habría acuerdos o firmas previsibles. Pasar a tomarse un café en la Casa Blanca quizá equivaldría a quemar un cartucho, sin posibilidad de cerrar algún trato o sacar adelante una propuesta. Habría sido una visita improvisada, que muy probablemente retrasaría la disposición de la oficina del presidente a programar un viaje oficial de Sheinbaum a Washington. Por otra parte, se entendía que sería recibida en medio de la crisis de Medio Oriente desatada por el conflicto Israel-Irán, que había precipitado el regreso de Trump a Estados Unidos.
Pero quizá el verdadero motivo es una razón estratégica. Por un lado, la impresión de que resulta muy difícil predecir la reacción de Donald Trump frente a un planteamiento de fondo. La experiencia de estos meses deja en claro que ha sido más provechoso hacer el lento y acucioso trabajo de convencer a funcionarios medios y altos de los argumentos de México, con datos sobre los muchos beneficios que obtiene Estados Unidos y el daño que podrían ocasionar algunas medidas precipitadas. Se está haciendo un trabajo de zapa en materia migratoria, comercial y de seguridad que comienza a permear en algunos estratos de la administración del gobierno republicano y del mundo de los negocios estadounidenses. Mejor apostar a que esos argumentos poco a poco corran hacia arriba que jugársela a un "ave maría", el todo por el todo con Trump, como bien pueden certificarlo Zelensky y Trudeau, de Ucrania y Canadá respectivamente, que hicieron esa apuesta y resultaron raspados.
Consecuentemente, sería mucho más prudente procurar una reunión oficial cuando el trabajo previo entre los equipos haya madurado y el balance de lo pre acordado con los círculos cercanos a Trump ayude a acotar sus posibles reacciones.
La única ventaja real de hacerlo ahora, incluso de manera informal, era la posibilidad de que la buena impresión que tiene Trump de Sheinbaum, resultado de sus amigables conversaciones telefónicas, podría haberse profundizado en un encuentro personal. Pero, por desgracia, cabe también el escenario opuesto, un desencuentro que eventualmente derive en animosidad. Con Trump nunca se sabe. Así que, por lo pronto, en nada daña que el presidente siga asumiendo que la mandataria mexicana es una mujer que le cae bien.
Y, finalmente, más allá de las visitas, comienza a advertirse un patrón de comportamiento en Donald Trump que ya había aflorado durante su primer gobierno (2017-2021). Amenaza y acusa de manera muy agresiva, en ocasiones en versión grosera y absurda, e incluso firma dictámenes a diestra y siniestra, pero antes de que aterricen o tengan un efecto real los suaviza o de plano los elimina. Sheinbaum ya había señalado que no tenía sentido prestarse a discusiones con respecto a las declaraciones del presidente y mejor atenerse a los documentos firmados. No tiene caso entrar a dimes y diretes o desgastarse en la retórica y mucho menos meterse a torneos verbales que tanto disfruta Trump. Pero ahora habría que añadir que ni siquiera vale la pena hacerlo de forma inmediata con los dictámenes que firma; muchos de ellos son neutralizados o diferidos por las propias leyes estadounidenses o modificados por el presidente bajo la presión de aliados y opinión pública.
Donald Trump tiene demasiados frentes abiertos y la extraña habilidad para generar otros cada semana. La mejor estrategia, parecería ser aquella que límite al máximo la exposición y minimice la probabilidad de que México forme parte del escándalo de la semana.
El mejor aliado de nuestro país es el tiempo. A Trump le quedan 40 meses en la Casa Blanca, tres años y medio. Cada mes que transcurre sin mayor agravio, es un mes salvado. Tras su retiro, Sheinbaum tendrá año y medio para reparar y ajustar los perjuicios, llegado el caso.
Al no comprometerse con actitudes reactivas ante los ataques o posturas provocadoras de Trump, ella puede redirigir la atención de la Casa Blanca hacia agendas más constructivas como la cooperación en materia de migración, desarrollo económico y sostenibilidad.
Llegará el momento en que un encuentro oficial sea inevitable. A menos que exista una crisis inmediata a resolver, lo más conveniente es retrasarla lo más posible y tras un intenso cabildeo en los círculos que rodean a Trump. O para ponerlo en términos coloquiales, la estrategia idónea parecería ser, simplemente, patear el bote hacia adelante. @jorgezepedap