En una crónica apasionante, Ricardo Viel reconstruye la contradictoria rebelión que sucedió en Portugal en 1974.
Entre otros asombros, Portugal es el país donde el fado alivia con tristeza, donde Pessoa dio voz a más de setenta poetas y donde un golpe de Estado fue estupendo.
Ricardo Viel reconstruye este último episodio en una crónica apasionante: La Revolución de los claveles, recién publicada en México. El 25 de abril de 1974, una revuelta de los mandos medios del Ejército acabó con la dictadura europea más larga del siglo XX.
La censura y la represión campeaban en el país y el servicio militar obligaba a combatir en las colonias; las calles eran recorridas por mutilados que habían luchado en Mozambique, Angola o Guinea. "Más de la mitad de los hogares carecía de agua corriente", escribe Viel. El desastre económico se sostenía por medio del autoritarismo: "Había unos 30 mil presos políticos y de 7 mil a 10 mil libros censurados". Los únicos destinos para el pensamiento libre eran la clandestinidad o el exilio.
La élite militar se beneficiaba de la dictadura, pero los capitanes fraguaron una rebelión con el más sorprendente ideario surgido de un cuartel: "una solución de la guerra colonial, el fin de la censura y la policía política, la amnistía para los presos políticos, la legalización de los partidos políticos y la celebración de elecciones".
El 25 de abril, varios comandos recorrieron Lisboa con estas consignas y la gente se les unió con entusiasmo. En unas horas, el golpe se transformó en una revolución pacífica. Celeste Caeiro, madre soltera de 40 años, intervino de manera decisiva en la trama. Cuando llegó al restaurante donde trabajaba, se enteró de que estaría cerrado por los disturbios. El dueño había comprado claveles: para que no se echaran a perder, pidió a los empleados que se los llevaran a sus casas. Celeste fue abordada en la calle por un soldado que quería un cigarro. Ella dijo que no fumaba pero ofreció una flor y colocó un clavel en el cañón del fusil. El símbolo de la revolución había nacido.
El personaje más sorprendente de aquel momento fue el capitán Salgueiro Maia, de 29 años, que condujo su batallón al Consejo de Ministros. Sin disparar un solo tiro, logró la rendición del gobierno e impidió que hubiera represalias contra los derrotados. En sus bolsillos llevaba dos objetos: un pañuelo blanco para acercarse a dialogar con el enemigo y una granada, que pensaba usar contra sí mismo en caso de ser arrestado. El Presidente aceptó rendirse, pero pidió hacerlo ante un general. En ese momento Maia era el hombre más poderoso del país, pero actuó con "cortesía militar" y pidió la llegada de un superior.
La escena fue posible gracias a otro héroe que permaneció en el anonimato durante décadas. José Alves Costa, de 22 años, estaba al mando de un tanque que pudo impedir la llegada de Maia al Consejo de Ministros. Recibió la orden de disparar, pero se negó a hacerlo. Por un sentido de la modestia que los portugueses saben perfeccionar, no quiso que se supiera nada él y sólo aceptó ser identificado 40 años después.
También Maia repudió las vulgaridades de la fama. "Fue impecable en el momento decisivo", escribe Viel, y no cambió con el triunfo: "No se hizo político ni buscó protagonismo". Murió a los 47 años de cáncer y pidió que lo enterraran sin honores, "en el ataúd más barato del mercado".
Pessoa dice en un poema: "Hay sólo dos fechas; la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra, todos los días son míos".
Ciertas personas tienen una tercera fecha pública. El 25 de abril estará asociado a Salgueiro Maia, pero también a Joaquim Furtado, locutor de Rádio Clube Português. En la madrugada del 25, ocho oficiales tomaron la estación para leer el comunicado de los insurrectos. A las 4:26 de la mañana recibieron orden de hacerlo, pero titubearon ante el micrófono. Furtado leyó con gusto el mensaje de liberación. En su entrevista con Viel dice con ironía: "Cuando muera los titulares serán: Muere la voz del 25 de abril".
Los símbolos definen la Historia. El 25 de abril es recordado por los claveles rojos. Ricardo Viel agrega un dato que no podemos pasar por alto. Los sitios que debían ser tomados por los rebeldes tenían nombres en clave y el de la estación de radio era "México".
Nada más lógico, a fin de cuentas, que la más contradictoria de las rebeliones -una guerra sin balas, un golpe de Estado por la paz- se asociara con un país cuyo mayor recurso natural son las contradicciones.