El edificio del nuevo régimen ha quedado perfectamente asentado. El nuevo Poder Judicial es la clave de bóveda del nuevo autoritarismo. En la eliminación de los estorbos, en el reclutamiento de jueces incondicionales, en la formación de un juzgado de lealtades queda sellado el sistema político del país. El morenismo ha creado su sector judicial. Con los jueces en la mano, todo embona. Sin jueces independientes, es imposible, estructuralmente, que la reglas limiten al poder y defiendan los derechos. La ley es lo que el régimen quiera que sea la ley. El nuevo Poder Judicial es la consagración del autoritarismo: su certificado de permanencia.
El Poder Judicial se convierte en la pieza que le faltaba al autoritarismo. Muchas columnas de ese nuevo régimen se han levantado ya, y parecen firmes. Si la democracia liberal es un sistema complejo hecho de separaciones y rivalidades, el autoritarismo morenista es fusión de lo que debería estar separado. El morenismo es movimiento, partido, gobierno, administración, Estado. Tiene columnas corporativas y tenazas clientelares. No hay separación alguna a la vista: la Presidenta es vocera de un partido político; su gobierno decreta La Verdad; la administración es conducto de una sola voluntad; los jueces no tienen siquiera intención de esconder su militancia. Y los medios públicos son bocinas de propaganda partidista.
El nuevo régimen le ha dado forma a sus sectores. No les ha dado nombre, pero esos bloques organizativos tienen ya perfiles distinguibles. Algo hay en ellos que recuerda al autoritarismo postrevolucionario, pero en conjunto integran una maquinaria muy distinta. Sirven de palancas de legitimación, de correas de decisión, de chicotes disciplinarios. Ofrecen pistas para los ambiciosos y generan contenciones. Debe decirse, para empezar, que el nuevo régimen ha restaurado el corporativismo. Los sindicatos han encontrado acomodo en Morena y trabajan abiertamente como conductos de partido. La fidelidad de los líderes es recompensada con asientos en el Congreso. A la renovación del corporativismo debe agregarse la vastísima operación clientelar que ha constituido la base de apoyo del nuevo régimen. Miles y miles de operadores políticos que, usando fondos públicos, alimentan la lealtad al sistema. El régimen usa un brazo para la cooptación institucionalizada y otro para la provisión de sus clientelas.
Morena tiene también una columna administrativa. La administración ha cambiado sustancialmente de perfil con el nuevo régimen. Se han perdido los márgenes de autonomía que en algún momento existieron entre el personal burocrático y la línea partidista. Algo habíamos avanzado en la formación de un servicio de carrera. Pero la idea misma de una administración despolitizada es antitética a la mecánica del régimen. Tras la purga de los cuadros técnicos y la eliminación de las instituciones autónomas, la administración pública se ha convertido en otro sector del partido oficial.
Por supuesto, en la anatomía del ogro hay que incluir a los militares, aliados fundamentales del nuevo poder. Mucho ha cedido el régimen civil en los últimos años para otorgar a los uniformados poderes extensísimos. No solamente son los encargados de la seguridad sino también los contratistas privilegiados. La Presidencia los convirtió en socios históricos, en aliados que tenían, de acuerdo con el discurso oficial, una legitimidad extraordinaria. Morena ha regresado a los militares a la política partidista y los ha convertido, extraoficialmente, en un sector del partido oficial.
Y finalmente, el régimen tiene su brazo judicial. Ahí donde antes veía el escondite de sus enemigos, ahora encuentra colaboradores dispuestos a trabajar por la "Transformación". Presidencia, mayoría legislativa y Poder Judicial se ven en la misma trinchera, hablan el mismo lenguaje, usan la misma lógica. No hay espacio institucional para el control. Los diputados que ocupan todos los tribunales, desde la Suprema Corte hasta el más modesto juzgado local asumen con docilidad su subordinación orgánica.
El nuevo régimen tiene brazo electoral y corporativo; instrumentos clientelares y mediáticos; una burocracia politizada y un bloque militar a su servicio. La corona es la conversión del Poder Judicial en sector de Morena.