
Challengers: rivalidades que trascienden la cancha
Stanley Kubrick alguna vez dijo: “Si puede ser escrito o pensado, puede ser filmado”, señalando así las inmensas capacidades del cine para dar forma a abstracciones y realidades. Sin embargo, la gran cantidad de recursos que se necesitan para producir una película (incluso de bajo presupuesto) hace que forzosamente deba considerarse la viabilidad económica del proyecto, lo que muchas veces diluye sus motivaciones artísticas.
La necesidad de contar historias rentables provoca que se caiga constantemente en clichés que si bien son eficaces al momento de resolver nudos narrativos, no representan un reto creativo para el cineasta ni uno intelectual-emocional para el espectador.
A pesar de que no abundan las cintas que usan el deporte como columna vertebral de la trama, este género suele caer en dichos clichés, desaprovechando muchos elementos de las competencias que pudieran aportar al guion. Por eso Challengers (2024) no entra en el mismo costal que la mayoría.
Este largometraje es el octavo del prolífico director italiano Luca Guadagnino. Puede que sea su película más comercial hasta ahora, no por su manufactura sino por lo fortuito de su estreno. Fue producida por MGM con intenciones de que formara parte del Festival de Venecia y de la temporada de premios en 2023, pero su recorrido fue mermado por la huelga de guionistas que tuvo lugar en Hollywood ese año, por lo que su lanzamiento se retrasó hasta los albores del 2024, cuando ya no podía aspirar a nada más que los buenos resultados en taquilla que logró obtener.
La película narra la evolución de un triángulo amoroso. Inicia con dos tenistas enfrentádose en la final de un torneo challenger (de segundo nivel). Por un lado, Patrick Zweig (Josh O’Connor), un seductor fracasado, de aspecto descuidado y sin fondos para quedarse en un hotel, por lo que recurre a Tinder para recibir posada. Por el otro, Art Donaldson (un tiernísimo Mike Faist), un tenista exitoso, rostro de grandes marcas, que se encuentra en un momento complicado de su carrera, pues tiene en puerta lo que podría ser su último Grand Slam (uno de los cuatro torneos más prestigiosos de este deporte). Entre el público, al centro de la cancha, se encuentra la entrenadora Tashi Duncan (una Zendaya indomable), observando con mucho detenimiento cada uno de los movimientos de los dos contendientes. Se nota que la rivalidad va más allá de lo deportivo. Tashi lo sabe perfectamente.
CADENCIA
La decisión creativa más interesante de la cinta es usar al tenis como corazón temático para dictar su ritmo, estética y estructura. Emplear un deporte como base para el lenguaje cinematográfico no es algo inexplorado; ya se ha visto en películas como Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980) o, más antiguamente, en la fundacional y polémica Olympia (Leni Riefenstahl, 1938). Pero la gran mayoría de las películas sobre deporte se enfocan en un arco de superación personal donde un personaje rompe sus propios límites. Las más memorables y famosas del género siguen esta estructura, siendo el ejemplo predilecto el clásico Rocky (John G. Avildsen, 1976). Challengers, en cambio, evoca el dinamismo del tenis en vez de algún optimismo desmedido y reconfortante.
El guion, escrito por Justin Kuritzke, cuenta con tres actos que corresponden a los sets de un juego de tenis. Aprovecha también el uso de otros elementos como el match point (punto decisivo de un partido) y lo hace funcionar como clímax. Cada uno de los tres tiempos narrativos aporta la información necesaria para entender a cuentagotas las motivaciones de los protagonistas en el partido final, aquel con el que inicia la película.
El montaje de Marco Costa mantiene un ritmo rápido y dinámico que da saltos temporales con una cadencia muy acertada. Logra crear una atmósfera de misterio porque primero hace que el espectador se cuestione alguna actitud o acción de un personaje y luego responde a esa pregunta, pero dejando otra duda por resolver. Los momentos de mayor intensidad son musicalizados de manera magistral por las composiciones de Trent Reznor y Atticus Ross, con una partitura electrónica vigorosa que aporta emoción a los reveses de palabras y en la cancha.
Siguiendo el mismo tenor, la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom (constante colaborador de Guadagnino) nos muestra una paleta de colores limpios y claros que nos remiten al tenis como deporte y lo que representa: lo clásico y lo opulento. La cámara está en constante movimiento y utiliza angulaciones diversas para mantener el ritmo rápido. En momentos se torna experimental al buscar nuevas perspectivas para incrementar la emoción. Por ejemplo, tomemos el partido final. Los primeros momentos se muestran a través de un efectivo, pero común, plano contra plano. Sin embargo, conforme se acerca el clímax comienza un mayor jugueteo, ya que el lente se coloca desde el punto de vista de los jugadores al golpear la pelota. Finalmente, en lo más álgido de la contienda, nos da la perspectiva de la pelota siendo golpeada impetuosamente por cada competidor. De esta manera, el director crea una interacción más profunda con el espectador, dándole una noción de lo que es ser un atleta dando su máximo esfuerzo.
SENSUALIDAD AMBIGUA
El tenis apasiona a los protagonistas, es su modo de vida. Se trata de personajes complejamente construidos y cargados de ambigüedad, interpretados con una calidad actoral destacada que provoca atracción y repulsión de forma verosímil y entretenida.
Lo más interesante es que la ambigüedad de intenciones sólo existe cuando no están en la cancha. Uno de los personajes menciona que el tenis es una relación en donde los que lo practican logran entenderse por completo. Así se establece que este deporte también es un lenguaje para contar sus secretos y deseos, y esto hace dimensionar de mejor manera el partido final. Es el momento de mayor sinceridad, donde después de aportarnos toda la información necesaria (siendo por momentos excesiva) podemos sumergirnos por completo en el presente y entender esa mezcla de emociones que llegan a sentirse en un juego real.
Algo inherente a la actividad física y al deporte es el cuerpo humano. Cuerpos moldeados a base de horas de esfuerzo para lograr un atractivo estético que activa los instintos más primitivos que poseen los seres humanos. Un director como Guadagnino no iba a desaprovechar esto para dar un aura de sensualidad a la obra, para mantener la tensión entre los tres personajes a lo Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2002). Estas escenas cargadas de erotismo toman su tiempo, son más estáticas. Muestran el deseo, pero no el acto sexual. Todo es sugerido (algo tiene de Lubitsch). Así logra impregnar de una creciente tensión cada interacción en pantalla.
Challengers es una demostración lúdica e interesante de las posibilidades que tiene el cine deportivo más allá de las historias de superación personal. Usar el tenis para explorar las relaciones entre los personajes no sólo es un recurso creativo, sino que es una forma de recrear algo tan abstracto como el sentimiento de estar en competencia con alguien cercano. Es un ejemplo más de que, por medio de las herramientas cinematográficas, es posible representar una multitud de ideas. Sólo basta definir qué se quiere contar, qué sentimientos se quieren evocar en los espectadores y de qué manera se puede hacer. Kubrick tenía razón.