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Carlos Güereca, un maestro diferente

Nunca se afanó por ser popular y, como todos los auténticos maestros, tuvo detractores. La alta exigencia empezaba a ser mal vista a finales del siglo pasado.

Carlos Güereca, un maestro diferente

Carlos Güereca, un maestro diferente

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

A todas luces fue un maestro diferente. Intelectualmente desafiante, diestro en ironías y sagaz en el manejo del lenguaje, insistía en la necesidad de que cultivásemos nuestras mentes sin darnos tregua. La más rigurosa disciplina y el estudio metódico de múltiples disciplinas debían caracterizar nuestras jornadas. Según él, estábamos llamados a ser aprendices perpetuos y a comprometernos con la más estricta autodidaxia. Nos advertía que ser condescendientes con nosotros mismos equivalía a ponernos en peligro de muerte y qué peor muerte —aclaraba— que el estancamiento intelectual y la pérdida de voluntad de renovarse. Tal estancamiento sólo conduce a la putrefacción. 

Nunca se afanó por ser popular y, como todos los auténticos maestros, tuvo detractores. La alta exigencia empezaba a ser mal vista a finales del siglo pasado. Y hubo alumnos — no estudiantes— que, adelantándose a la actual “generación de cristal” tan inclinada a la ley del menor esfuerzo, abusaron de los entonces novedosos instrumentos de evaluación del desempeño docente para cobrar venganza contra el profesor que había tenido la osadía de demandarles concentración en el aprendizaje y calidad en sus trabajos académicos. No lograron inhabilitarlo con sus reportes mentirosos y la razón fue clara: el maestro siempre fue más exigente consigo mismo que con cualquier alumno. Se notaba a leguas que se esmeraba en su trabajo docente y que su proceder en el aula no habría podido ser más profesional. 

Nos hacía cuestionamientos apremiantes. “Si ustedes fueran obligados a saltar solos en paracaídas desde un avión que vuela a cinco mil metros y tuvieran un par de días para prepararse y se les asignara el apoyo de un instructor, ¿les gustaría que ese instructor no le diera importancia al entrenamiento que requieren? Seguro estoy que le exigirían que les entrenara a conciencia porque la vida les iría en ello. Esa misma exigencia deben ponerla ustedes en todas las áreas de su preparación”. 

Con otro gigante académico, el jesuita holandés Jan Auping, el maestro Güereca y yo alfabetizamos en la colonia Jacobo Meyer y nos apoyamos principalmente en la pedagogía de Paulo Freire. Y digo principalmente porque, a la manera de Ludwig Wittgenstein, era necesario que acudiéramos con la más completa caja de herramientas cognoscitivas para acometer esa labor educativa. 

El maestro Güereca puso empeño en que sus estudiantes de Ciencias de la Educación tuviéramos una visión holística y una preparación ecléctica. “No se casen con un solo enfoque. Mantengan la mente abierta y aprendan a emplear recursos de varias escuelas de pensamiento”. Eso hicimos. Nuestro arsenal lo mismo tuvo instrumentos del constructivismo basado en la psicología genética que de la tecnología de la enseñanza fundamentada en el conductismo. 

“La promiscuidad intelectual es la única promiscuidad que conviene”, y vaya que Carlos Güereca fue intelectualmente promiscuo. Leyó millares de libros de las más variadas materias. Le apasionaba la epistemología y la historia de las ciencias. Por él, muchos leímos a autores como Mario Bunge, Karl Popper, Thomas Kuhn y Gaston Bachelard. Amaba los textos de ciencia ficción de Arthur C. Clarke, Isaac Asimov y Ray Bradbury. Era melómano de amplio espectro, pero en su surtida fonoteca destacaban las composiciones de Johann Sebastian Bach. 

Años después tuve la fortuna de ser miembro de un cuarteto de estudios en extremo singular que se reunía cada semana. Los otros integrantes eran Carlos Güereca, Pedro Cárdenas y Luis Azpe. Los tres, además de una enorme culturam, hacían gala de un raro sentido del humor. Güereca y Azpe se conocían desde la infancia, pero no podían ser más opuestos en su procesamiento de la información. Haciendo referencia a los descubrimientos del Dr. Roger Sperry sobre lateralización cerebral que le valieron el premio Nobel de medicina, Pedro Cárdenas decía que Güereca era puro hemisferio izquierdo, que Azpe era solamente hemisferio derecho y que yo era el cuerpo calloso. El símil no me ofendió. Esa estructura cerebral conecta ambos hemisferios y para mí era un honor estar en medio de esos portentos. De los tres aprendí y siempre he de estarles agradecido. En lo más profundo de mi ser tengo escritos sus nombres entre signos de admiración.

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Escrito en: Antonio Álvarez Día del Maestro maestro Güereca Ciencias de la Educación

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