ÁTICO
Por casi un siglo, el país vivió de aspirar a la modernidad y al desarrollo, pero hoy el único objetivo gubernamental es ganar elecciones.
er lo que tenemos delante de nuestras narices requiere una lucha constante", escribió George Orwell. No hablaba sobre la vida cotidiana, sino sobre el mundo de la política, donde, prosiguió, "es muy fácil que una parte sea percibida como más que el todo o que dos objetos estén presentes en el mismo lugar simultáneamente". Para ejemplificar la paradoja, Orwell escribió que la mayoría de la gente leída en los treinta creía que era necesario responder ante el proceso de rearmamento que experimentaba la Alemania Nazi, pero, al mismo tiempo, esa misma gente se oponía a que Inglaterra se preparara para una potencial confrontación bélica.
En los últimos años los mexicanos hemos tenido frente a nuestras narices un cambio radical de dirección del país sin que la mayoría de la población muestre seña alguna de preocupación. El país que aspiraba a ser rico y exitoso y que veía a la modernidad que observaba en otras latitudes como un ejemplo a seguir dejó de existir al menos desde el día en que López Obrador canceló el aeropuerto de la Ciudad de México. Ese hecho, que el expresidente ilustró con un libro intitulado "¿Quién manda aquí?" a su lado, mostrando su verdadero objetivo, fue el momento en que el país entró en una vorágine descendente que, tarde o temprano, cobrará su factura.
Cito el ensayo sobre la nariz de Orwell porque México y los mexicanos vivimos una paradoja similar. La mayoría de la población, incluso mucha de la que jamás votaría por Morena, ve con simpatía la gestión de la presidenta Sheinbaum, mientras que la abrumadora mayoría de los analistas y observadores, en todos los terrenos -financiero, político, económico, opinión, gobiernos extranjeros, periodistas- vive preocupada por las tendencias que evidencian la economía del país y el devenir de sus instituciones. El país está partido en dos visiones contrastantes que ilustran tanto maneras distintas de ver al mundo como perspectivas diferentes sobre lo que cada una de esas cohortes observa y anticipa respecto al futuro.
En términos hipotéticos, es dable suponer que la combinación de una gestión presidencial efectiva, especialmente con el presidente norteamericano, en combinación con una mayor capacidad de consumo, producto de los programas sociales inventados por AMLO, constituyen razones más que suficientes para que la mayoría de la población se encuentre satisfecha y que eso abone a la elevada popularidad de la presidenta. Por otro lado, es igualmente legítimo observar que la diversidad de sesudos análisis por parte de expertos en las más diversas áreas tanto sociales como científicas sean igualmente válidos. El punto es que se viven dos circunstancias distintas, lo que lleva a conclusiones opuestas. El tiempo dirá cuál fue la correcta.
Lo que nadie puede negar es que el país ha estado experimentando un agudo cambio de dirección, mucho del cual se consolidó con la serie de reformas que impulsó el expresidente en su último mes de gestión y que el gobierno actual ha implementado diligentemente y sin reparar en las implicaciones ya no para el largo plazo del país, sino para el devenir de su propio sexenio.
Yo observo al menos tres conjuntos de cambios que ameritan observación cuidadosa. Primero, el abandono del objetivo, así fuese imaginario, de cualquier mejora en la calidad de vida y desarrollo del país. En lugar de la aspiración a la modernidad que por tantas décadas persiguió el país, ahora lo único que satisface a la población y a los gobernantes actuales es una mejoría en la capacidad de consumo asociada a la lealtad al partido gobernante. Segundo, la aceptación de la discrecionalidad (y su consecuente potencial de arbitrariedad) en las decisiones gubernamentales que se produce por la desaparición de instituciones y contrapesos, así como con la adopción de cada vez más regulaciones y, sobre todo, de una cultura cada vez más prohibicionista. Finalmente, el tercer grupo de cambios se deriva de la "nueva" definición de democracia que pulula en el país, esa que parte del principio que el voto de un día constituye una licencia para imponer cualquier decisión sobre el conjunto de la ciudadanía. Me explico: el gobierno ganó una elección, pero eso le llevó a tomar control absoluto del Poder Legislativo y ahora está en proceso de tomar control del Poder Judicial, todo ello sin el menor resquemor o respeto a la posibilidad de que no toda la población haya votado por eso.
La estrategia detrás del cambio de dirección es clara y sucinta: primero capturar a las instituciones existentes, tomar control de la estructura burocrática, intimidar a los medios de comunicación e instituciones no gubernamentales y nombrar (vía una elección supuestamente democrática) al Poder Judicial. El objetivo último, como demostró el proceso electoral de 2024, es el de ganar las elecciones de manera abrumadora y asegurar que, aun perdiendo comicios futuros, la estructura de lealtad se preserve, manteniendo la agenda previamente establecida.
El objetivo es claro. Sólo quedarían por resolverse detalles cómo ¿de dónde vendrán los ingresos gubernamentales para preservar la estructura clientelar? y ¿cómo se logrará preservar la lealtad si falla la economía? El choque de visiones se mantendrá en la medida en que prevalezca el statu quo. Cuando eso cambie, todo quedará en el aire.