Una de las premisas básicas de los regímenes totalitarios en la Historia moderna del mundo es la Apología del Crimen.
Parte de esta acción conlleva de un modo u otro el constante intento de entronizar en la memoria colectiva del pueblo al cual se pretende tiranizar a perpetuidad los nombres de quienes de la noche a la mañana se pretendieron vender como redentores políticos y hasta como reivindicadores de las causas sociales más justas y urgentes, pero que una vez en el poder terminarían quitándose la máscara para mostrarse como auténticos opresores, peores incluso que aquel "mal" que solo desde el discurso, se proponían erradicar mientras no gobernaban.
En el caso mexicano, la Historia académica se ha encargado de desentrañar y permitir la exhibición tanto como el cuestionamiento a profundidad sobre la galería de falsos próceres con los que el imaginario público ha sido contaminado desde la más tierna infancia en nuestro país, ya fuera a través del dedazo presidencial y el calendario de la SEP o la impostura de hemiciclos, monumentos y grandes avenidas dedicadas a personajes que en países libres y desarrollados no encontrarían lugar digno para ser exhibidos más que en las alcantarillas.
Lo mismo ha pasado con los falsos héroes de la "reforma" y la "revolución mexicana" quienes solo desde el poder pudieron ser celebrados ante lo ilógico que sería ensalzarles por sus obras para cualquier ciudadano pensante o decente. Y otro tanto sucedió también bajo la Cortina de Hierro en su momento, hasta que tras la caída del Muro de Berlín fue que todas las estatuas erigidas en bronce o mármol a tiranos y genocidas como Lenin, Stalin y similares no lograron ocupar otro sitio más que el del basurero de la Historia.
De manera análoga, lo mismo vino a ocurrir en la Ciudad de México luego que la Alcaldía de la Delegación Cuauhtémoc decidió retirar el denominado Monumento Encuentro, integrado por las estatuas de Fidel Castro y Ernesto "Che" Guevara, ubicadas en el Jardín Tabacalera tras detectar irregularidades en su instalación, además de las múltiples quejas que durante años habían externado los vecinos de dicha demarcación por el disgusto de que con dinero público se hubiera honrado contra su voluntad al tirano y al carnicero responsables de lo que en su momento dejó de ser un país libre para convertirse en un Campo de Concentración, como lo es Cuba desde 1959.
La iniciativa y el mal gusto de erigirle bronces a los liberticidas Castro y Guevara fue obra en su momento del zacatecano Ricardo Monreal quien, como jefe delegacional, ya sea por ignorancia histórica o por compartir la misma ideología empobrecedora y criminal que dichos personajes (a los que hasta los propios vecinos denostaban como "asesinos y homófobos") tuvo esta ocurrencia y la impuso sin contar siquiera con la autorización del Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos de la Ciudad de México (COMAEP), gastando dinero del erario en algo que no solo nadie había pedido-como si han sido constantes las demandas de mayor seguridad y remozamiento de los espacios públicos en este sector-sino que incluso ha sido objeto de ataques y actos vandálicos por el oprobio que todavía genera en la memoria reciente las acciones de estos dos personajes siniestros en la Historia del siglo XX.
Lo increíble es que una vez que fue ordenado el retiro de ambas estatuas, de la nada y a los tres días apareció una manifestación pública de representación minoritaria-de menos de 100 personas-protestando por el retiro de dicho monumento y exigiendo su reinstalación en el mismo sitio, aunque cabe señalar que esta protesta en realidad no vino a ser una manifestación espontánea de apoyo sino un acto montado por quienes trabajan para la Embajada de Cuba en México; esto es, por cubanos que-a diferencia de sus paisanos presos en la isla-si comen tres veces al día.