Desde Bolivia llegan lecturas políticas necesarias para la corriente electoral de centroizquierda que va en México en su segundo periodo presidencial. Veinte años en el poder del Movimiento Al Socialismo llegan a su fin y dan paso a una derecha explícita o a una sorpresiva carta demócratacristiana.
La división entre el presidente en turno, Luis Arce, y el expresidente indigenista Evo Morales (quien promovió el voto nulo) llevó al MAS a una participación electoral marginal, deshonrosa, aunada a los malos resultados de la administración del propio Arce. La sorpresa no fue el desalojo del poder de esa maltrecha izquierda sino la colocación como puntero del senador Rodrigo Paz Pereira (Partido Demócrata Cristiano), hijo del expresidente Jaime Paz Zamora. En segundo lugar, según los datos disponibles a la hora de cerrar esta columna, quedaría Jorge Quiroga, conocido como Tuto, quien fue presidente de Bolivia durante un año, al solicitar licencia en 2001 el entonces titular, Hugo Banzer.
Así como en Argentina los contínuos y desatendidos problemas internos del progresismo, y su reflejo en el mal gobernar, la corrupción y el infundado triunfalismo, abrieron paso a opciones llegadas al ridículo como la de Javier Milei, en Bolivia ha sido de antología el esfuerzo de los líderes del MAS para obstruir la continuidad de un fatigoso y disparejo esfuerzo de cambio estructural y dar pie al arribo de alternativas al servicio de las élites, con la vista puesta en la fuerte disminución de apoyos sociales, la privatización de cuanto sea posible y la entrega de recursos naturales (litio, entre ellos) al extranjero.
En México, la llamada Cuarta Transformación debería tomar nota clara de lo sucedido en Bolivia. No debería permitir la normalización de la corrupción, el oportunismo, la demagogia, las cuentas trucadas, la censura a ciudadanos, la soberbia de la nueva clase política dominante, la pretensión de una dualidad en el máximo poder y el neoliberalismo disfrazado de polos de desarrollo, entre otros puntos candentes.
A propósito de Argentina: La vestimenta militar resulta irresistible para algunos personajes, como Felipe Calderón Hinojosa, que el 3 de enero de 2007 apareció en Apatzingán con gorra y casaca verde olivo (esta, sumamente holgada y con persistencia caricatural hasta la fecha) para impulsar presencialmente la "guerra contra el narcotráfico" que había declarado el 10 de diciembre de 2006 al enviar al Ejército a la Operación Conjunta Michoacán e iniciar el largo camino oscuro en el que aún sobrevive la nación, aún con cambio de siglas y políticos en el poder.
Calderón buscaba un motivo de distracción nacional respecto a las fuertes acusaciones de fraude electoral y, a la vez, engancharse, como mecanismo de protección subordinada, a las políticas de control de Washington relacionadas con los cárteles no estadunidenses. El entonces gobernador, Lázaro Cárdenas Batel, habría pedido ayuda a Calderón, según ha asegurado este, ante el desbordado poder de la Familia Michoacana (uno de los líderes de este grupo, Servando Gómez Martínez, apodado la Tuta, ahora en poder de Estados Unidos, fue señalado en tratos políticos y económicos con Luisa María Calderón, "Cocoa", sobre todo durante su campaña panista por el gobierno de esa entidad).
Pues bien, Javier Milei, la estrambótica figura que preside Argentina, ha aparecido en Buenos Aires con uniforme militar. Se ha camuflado durante un desayuno oficial con el Regimiento de Granaderos a Caballo, en compañía de su aún ministro de Defensa, Luis Petri, quien la víspera había sido confirmado como candidato a diputado. Siempre desequilibrado, el estrafalario libertario que proclama con estridencia una guerra contra el Estado, decidió aparecer con indumentaria castrense cuando él está arreciando en Argentina el uso de la fuerza contra las crecientes protestas por las políticas económicas de asfixia y recorte a las clases populares y beneficios a las élites locales y extranjeras. ¡Hasta mañana!