
Autor prolífico. En su cuadragésima primera novela, el maestro Arturo Meza realiza un ensayo musical a través del bandoneón.
"Todo forma parte de un gran concierto", dice Arturo Meza (Ciudad de México, 1956) al llegar a Casa la Morelos. Antes se ha detenido un poco a observar el gentío de la Plaza de Armas desde el Edificio Monterrey; la tarde del mundo y su eco sonoro constante vencido por el ruido de la contemporaneidad. Es precisamente allí, en ese caos, donde el maestro anda, para luego intentar refugiarse, tal vez en un silencio o en la privacidad de un soliloquio. Hombre de notas y versos, sostiene la guitarra y la pluma según le indica la emoción. Su visita a Torreón implica la presentación de 'La música de Florentina', su cuadragésima primera novela, donde la música es el alma a través de su protagonista.
Al evento se han dado cita los presentadores Jorge Martínez y Edgar Morales. También los músicos Raúl y Silvestre Jáquez. Se espera que el reloj dé las 19:30 horas. La luz del cielo casi se apaga y se encienden las bombillas del establecimiento. Parecen constelaciones cruzando el aire. Quizá de eso se trata escribir y componer, de alumbrar una idea sin importar el lugar de dónde provenga la llama.
Arturo Meza es un prolífico de la música. Sus más de 37 producciones discográficas dan cuenta de ello. Además, su lírica se ha caracterizado por un carácter fuerte y decisivo. También es un orfebre, un inventor. Sus manos han sido capaces de construir instrumentos como el mezáfono, el teclaedro, el oglio y el yeloguerlizet. Tiene sus raíces en el folk y otros géneros como el blues o el rock, donde ha dejado su rastro rupestre.
Si bien primero tuvo un encuentro con la poesía, relata que a partir de 1993 comenzó a escribir narrativa. Desde entonces no ha parado. Tan sólo fue así, supo que era el momento de hacerlo. En la ficción ha encontrado una especie de descanso. Al escribir se permite calma y paciencia. Las imágenes aparecen ante él para llevar la historia a donde le apetece. Por ahí va, sin prisa, sin nada a cuestas, sin ninguna otra intención que componer una sinfonía con palabras.
En este texto, el autor muestra la historia de Florentina, una mujer argentina de padre gitano y madre italiana, que ha heredado una visión del arte marcada por la migración europea hacia América, en la primera mitad del siglo XX. Florentina se encuentra con el sonido del bandoneón, un lamento de arrabal incluido en las piezas de tango. Lo escucha por primera vez en el ensayo de un bar y se siente atraída por su timbre. Está cautivada. A punto de sufrir un vuelco. "Es un libro de filosofía musical", agrega el propio Arturo Meza, al tiempo que una ráfaga de viento le mueve el cabello y desenreda sus respuestas.
´¿Cuál es el discurso que empleas en 'La música de Florentina'?
Tiene que ver con la migración, en los años treinta, de europeos hacia Argentina como tierra de promisión. Y este personaje mío nace, se gesta… fue creada en el trayecto que hace este barco hacia Argentina, hija de una circunstancia, de un gitano y una italiana. Llegan a Argentina y ella nace. Es una historia que narra esa época, de los años treinta al 55'. Esta muchachita hereda de su padre la música, el arte de la quiromancia, las artes oscuras de los gitanos, la adivinación, etcétera. Y queda cautivada cuando escucha el sonido de un bandoneón. Ella tocaba el acordeón, el violín, la mandolina, la música gitana, pero ya había escuchado tangos y le atraía un sonido que estaba medio oculto: el bandoneón. Y cuando lo escucha solo, en un restaurant-bar, donde apenas está ensayando un tipo, le cautiva demasiado. Entonces, ahí empieza su aventura, como una especie de búsqueda incesante de su resonante interior: "¿Por qué me atrae tanto el sonido de ese bandoneón, como si lo conociera de otras vidas o como si yo lo hubiera creado?". Es un homenaje al bandoneón, un libro de filosofía musical para todo músico y público en general. Una aventura muy al humor por el padre gitano y llena también de todo el proceso de adaptación, de la gente que llega a una población nueva, el costo y el peso moral, histórico, moral, físico y económico de levantarte de la nada.
´El bandoneón tiene un timbre muy melancólico, como una especie de lamento. ¿De qué manera acompaña a la protagonista de tu novela?
Eso es por la construcción muy sui generis que tiene ese instrumento, muy peculiar como ningún otro. Si ves la historia del bandoneón, cómo está compuesto y cómo son sus maneras de colocación de manos, es de un loco. ¡Está hecho por un loco! Por un alquimista, lo digo en el libro. Y lo mismo con el sonido. Hace sonido tanto cuando inhala como cuando exhala; notas diversas, diferentes. El timbre es tan evocativo para ella y con él puede despertar sus chacras, digámoslo de alguna manera. En estos tiempos tan modernos, estamos acostumbrados a escuchar música y ya no te mueve nada; los chacras están paralizados o girando para otro lado. Es muy difícil que te estremezca algo y a ella (el bandoneón) la estremece tanto que conecta con la fuente. La fuente de la que hablo es de la cual hablaba Tesla, de la cual hablo yo, de la cual hablan los músicos o creadores de todo tipo. Hay una fuente que es armónica. Es una fuente de la cual emanan las perfecciones. Hay que jalar esa esfera para tocar una música bella. Tal vez de ahí Frescobaldi sacó su Tocata, Mozart su música, Bach, Palestrina. Hay que impulsar tu mundo interior, como creador, hasta tocar esa esfera para jalar la música para la tierra o en cualquier plano.
´¿Qué temas incluidos en la época donde se desarrolla tu novela, continúan vigentes?
Partiendo del libro, la filosofía, los librepensadores, la nueva música que rompe con el tango (ella no quería hacer tango ni trabajar ese tipo de música). Sobrevive la música de Alberto Ginastera, de Astor Piazzolla. Y más que nada es un preludio a la música que va a venir a Argentina después: Luis Alberto Spinetta, Charly García. Ella es una especie de eso, una buscadora de nuevas armonías y no sólo se concentra en hacer una partitura. Se deja ir, como un jazzista, como un freeman en la música, como cuando compones guitarreando y te vas sin seguir un arreglo; no estás estudiando una partitura ni llevando ritmo. Ella explora, entonces va y ve imágenes. Esa es la magia de ese libro, que te está narrando esa música. El lector va leyendo lo que ella va viendo. No iba a poner partituras, porque la gente no lee partituras, pero digamos que esa es la idea. Toda la música es imagen. Había un eslogan en una radio antigua que decía "La música es imagen". Y claro, música es imagen, pero no alcanzamos a ver.
´¿Por qué no alcanzamos a ver esas imágenes que la música nos puede presentar?
Porque estamos bloqueados. Los chacras están muy abajo. La frecuencia vibratoria está muy densa, muy baja, por las emociones que llevas en la vida cotidiana. A lo mejor un monje que está trabajando internamente en la montaña, más tranquilo, más relajado, ya está afinando eso y puede percibir más: el canto de los pájaros, te das cuenta de que todo forma parte de un gran concierto. Un gato, un perro, un coyote ve eso. Tienen esa capacidad, nosotros la perdimos, porque nos desconectamos, nos desmembramos; la idea de separación es fatal, cruel y lastimero. Nos separamos de ello y ahora tenemos que pagar las consecuencias. No puedes explicarle a tu chica por qué la amas, tienes que comprobárselo y es una estupidez: siénteme, ve mis ojos, ve mi música. Ahora, hay gente tan capaz que puede hacerte creer que te ama. Eso es lo que hace el hombre ahora, simular; es un mentiroso, estafador. Pero un corazón limpio un niño lo ve, un bebé lo ve. Lo podemos volver a rescatar, siento que es posible.
´Entonces, ¿el proceso de escritura literaria puede ser similar a componer una sinfonía?
Sí, pues es arte. Te soy sincero, yo no estudié literatura, no estudié letras. Fui un creador, me fui formando con necesidades para expresarme. Yo fui muy crítico con mi obra, siempre. Cuando empecé a musicalizar, no musicalicé lo mío, musicalicé a William Blake, a Borges, a Sor Juana Inés de la Cruz. Me fui con los grandes para que me enseñaran. Logré sacar la música interna de cada texto. Entonces, cuando decidí escribir una novela, se dio solito. Yo era incapaz de hacer en la prepa una historia que me encargaron hacer, un cuento, no podía. Pero cuando se dio de manera natural, dije: "Es el tiempo, es el momento". Y no paré desde entonces, por eso tengo tanta obra. Las veo y me gustan, son lindas, para mí son perfectas, yo las hice. Y claro, las voy refinando, entonces sí siento que es una sinfonía, son sinfonías, son novelas. Sé que es una sinfonía donde hay muchas voces orales, solistas, solos, tormentos, alegrías, crescendos, desenlaces, muertes, silencios, pero hasta ahí queda. El lector se encarga de escucharla, de vibrarla y sentirla, de llorarla, de reírla.