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Ante el despotismo comercial

JESÚS SILVA-HERZOG

En otras partas del mundo se vio la estrategia de Claudia Sheinbaum como una alternativa razonable para lidiar con la agresividad de Trump. Hace unos meses podían leerse artículos en la prensa internacional extraordinariamente elogiosos de la presidenta mexicana. Políticos y analistas celebraban la serenidad con la que encaraba las amenazas del republicano que había regresado a la Casa Blanca. Sheinbaum era un auténtico caso de estudio porque parecía encarnar una tercera opción: no actuaba con la sumisa indignidad del carcelero salvadoreño ni respondía en arrebatos de exaltación etílica como los del demagogo colombiano. La política mexicana contenía sus impulsos, se esforzaba en dar muestras de colaboración. A diferencia de muchos otros mandatarios, Sheinbaum no actuaba por reflejo. No anunciaba castigos tan pronto escuchaba la multa de los aranceles. No respondía de inmediato ante las decisiones y amenazas de Trump. Se tomaba su tiempo para responder a la agresión y mantenía con paciencia las líneas esenciales de su estrategia: no treparse a la arena de la confrontación, ignorar los agravios, abrirse a las peticiones para remover cualquier obstáculo al entendimiento e insistir en la negociación. Encontró una buena fórmula para definir su apuesta: cabeza fría.

No ha habido descanso. Han sido seis meses de una política caótica que ha sacudido al mundo entero. El gobierno de Trump pretende demostrar su predominio y lo hace colocándose por encima de cualquier acuerdo y de toda razón. No busca ser el vértice de la confianza global, sino la fuente primordial de incertidumbre: el origen de la inestabilidad; la fuente del miedo. Las telarañas de un hombre deshacen meticulosamente todas las reglas del comercio mundial. No hay fórmula que explique el capricho. Las negociaciones que fluían venturosamente se revientan de manera súbita para desconcierto de sus contrapartes. Todo avance se detiene y se retrocede hasta la desconfianza radical.

En ese entorno, la innegable disciplina de Sheinbaum me sigue pareciendo la estrategia más sensata y la más responsable. Una respuesta impulsiva, un reflejo destemplado, un desplante nacionalista habrían sido muy costosos, no para su gobierno, sino para el país. La presidenta conoce de las vulnerabilidades de México y tiene también claro que el horizonte económico de México es norteamericano. Ahí se instala su aplomo frente a Trump. Ve en el vendaval trumpista una amenaza gravísima, pero, a fin de cuentas, confía en que será pasajero. Esa es su expectativa: tras las amenazas, los insultos, los castigos, vendrá el acuerdo.

Hasta el momento, las concesiones que ha hecho su gobierno han caído en el vacío. Nada satisface al abusador. Los muchos sapos que ha tenido que tragar la presidenta no han pavimentado el camino del acuerdo. México ha vuelto a recibir castigo de los aranceles, escucha a diario los insultos del gobierno vecino y siente la amenaza de un unilateralismo salvaje y agresivo. La cabeza fría de Claudia Sheinbaum, hay que decir, es cabeza solitaria. Su diplomacia carece, en el sentido más amplio, de embajadores. Ningún esfuerzo se ha visto por construir una red de respaldos y alianzas en los Estados Unidos que promuevan los intereses mexicanos. La política exterior cuelga, apenas, de una línea telefónica. Y entre llamada y llamada, expresiones que confirman, en todos los niveles, la profundidad de la desconfianza y la lejanía del trato. Para el gobierno de Trump, la presidenta de México está a tal punto atemorizada del poder de los criminales que es incapaz de pensar. Su gobierno, más que cómplice de delincuentes, es subordinado de ellos porque les ha entregado buena parte de su territorio para que impongan impunemente su mando. Ningún telefonazo próximo podrá ocultar el estado de la desconfianza bilateral.

Solamente el Reino Unido ha logrado sellar un acuerdo económico con Estados Unidos. El resto del mundo cuelga del capricho de un arbitrario que ignora los compromisos legales de su país y utiliza la política arancelaria como demostración de un poder que no necesita ofrecer razones. Se han intentado distintas estrategias para lidiar con el abusivo. Algunos países han sido conciliadores y pacientes; otros han sido reactivos y severos. Ningún impacto ha tenido el optar por una u otra vía. Ningún país ha logrado aplacar la furia del despotismo comercial.

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