
Adrián Oropeza, vigencia musical ante la revolución tecnológica
En febrero de 2020, Adrián Oropeza había grabado tres piezas para Desafío, su último álbum, el cuarto de su discografía. Una de ellas era “Motion”, cuya idea central es el hecho de que todo está en constante movimiento: si algo es seguro en la vida es el cambio. Entonces, como si dicho tema se tratara de un vaticinio, el mundo entero se transformó a raíz de la pandemia por covid-19. Comenzó un periodo indefinido de confinamiento donde las actividades colectivas y el contacto físico no tenían cabida. La grabación, por supuesto, se suspendió; también los conciertos. Pero no la música. A pesar del aislamiento y la reducción de opciones de ingreso para los artistas, Adrián continuó su proceso de composición y experimentación sonora. El reto que eso implicó lo llevó a componer “Desafío”, potente pieza que finalmente dio título al álbum —que en un inicio iba a tomar su nombre de “Motion”—. Meses después, a finales del año, volvió al estudio junto con el bajista y violinista Iván Barrera, el pianista Daniel Vadillo y la cantante Mariela Bettencourt para concluir el proyecto pendiente.
La llegada de las vacunas permitió controlar la propagación del virus y, con ello, el confinamiento llegó a su fin para dar paso a una nueva normalidad caracterizada por cambios cada vez más acelerados en la sociedad, principalmente impulsados por avances tecnológicos que moldean rápidamente todas las esferas humanas: el trabajo, las relaciones interpersonales, la educación, la política, el arte, etcétera.
Dichas transformaciones también son palpables en el último álbum de Adrián Oropeza, percusionista y compositor mexicano licenciado en jazz por la Escuela Superior de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). En su haber tiene otros tres álbumes: Texturas (2008), Mezcal (2011) y Amaneceres (2015), pero Desafío destaca por su evolución sonora respecto a los anteriores, que estaban más enfocados en arreglos de jazz para piezas de compositores mexicanos. En cambio, su más reciente lanzamiento discográfico contiene solamente temas de su propia autoría, con un sonido que se aproxima más a la fusión y que abarca nuevos instrumentos y herramientas tecnológicas, que van desde la voz femenina hasta un multipad electrónico.
“Básicamente fue ese acercamiento hacia la fusión, hacia un sonido más electrónico, y con la voz también, pero no como generalmente se utiliza la voz, donde simplemente canta las melodías y ya, sino que la voz también forma parte del ensamble como un instrumento más”.
Además, actualmente tiene un proyecto alterno llamado Umbrales Sonoros, de carácter electroacústico, que explora las posibilidades de las percusiones frente a las nuevas tecnologías. En septiembre del año pasado tuvo una gira en Sudamérica, gracias a una beca del programa Ibermúsicas, donde pudo presentar esta propuesta en el Conservatorio de Música de Río de Janeiro, Brasil; en la Universidad Austral de Valdivia, Chile; así como en la Universidad El Bosque en Bogotá, Colombia, como parte del Festival En Tiempo Real. Para este último evento se lanzó una convocatoria para mujeres compositoras, donde tendrían que hacer una pieza para batería a modo de colaboración con Umbrales Sonoros. Las ganadoras fueron las colombianas Juliana Ortigoza y Laura Zapata, quienes estrenaron sus respectivas obras en dicho festival y realizarán una estancia artística en Ciudad de México este año.
Adrián también colaboró con la mexicana Tania Tovar en la pieza Especies percusionistas, basada en grabaciones de insectos, aves y otras criaturas que habitan las reservas naturales cuyos sonidos ha captado la compositora. Y con Catalina Gómez en El suplicio del gusano, obra basada en el cuento homónimo de Alejandro Gómez y que habla sobre la tiranía ejercida por el expresidente colombiano Álvaro Uribe.
“Yo interactúo con lo que dice; es como muy teatral la voz, el diálogo grabado. Está muy fuerte, está durísimo, y puede aplicar para cualquier expresidente tirano, como en México hemos tenido muchos y tenemos”.
Es así que Oropeza se mantiene a la par del movimiento incesante del mundo, dejándose llevar por la curiosidad, a la cual convierte en su guía de constante aprendizaje y reinvención.
Los avances tecnológicos han moldeado la forma en que se hace la música. En Desafío, por ejemplo, introdujiste percusión y otros elementos electrónicos que no habían estado tan presentes en tus proyectos anteriores. ¿Qué intenciones narrativas y emocionales te permitieron expresar estos recursos?
Fíjate que con la pandemia, con el encierro, el cierre de conciertos, de actividades presenciales, muchos le entramos a aprender de tecnología. También en 2020 tuve una beca por el Fonca de creadores escénicos. La idea era presentar un proyecto —que yo ya tenía— de nuevas tecnologías con la batería y dar clases magistrales en diferentes estados de la República, pero todo eso se canceló justamente por la pandemia. Entonces me aboqué a pedirle a distintos compositores que hicieran música para batería electroacústica, y además incorporé las piezas de un proyecto anterior con un cuarteto de jazz que nos había hecho música electroacústica. Incorporé todo ese trabajo e hice unos videos, hice los estrenos de esas obras que varios compositores muy importantes hicieron para mí.
A mí el jazz me encanta y todo eso, pero también esa inclusión de la música electroacústica ha sido todo un descubrimiento padrísimo para mí. Ha sido un encuentro alucinante porque me gusta mucho poder interactuar con todas estas secuencias sonoras, todos estos timbres nuevos, toda esa amalgama sonora. De ahí surgió justamente este cambio, porque en mis discos anteriores siempre había combinado obras mexicanas con el jazz.
En 2023, cuando cumplí 15 años desde que salió el primer disco, hice un concierto donde por primera vez toqué las obras de mis cuatro álbumes; de Texturas, Mezcal, Amaneceres y Desafío. Eso ha sido también algo padrísimo porque está gustando mucho ese concierto y de hecho le puse “Desafío sonoro: concierto en cuatro tiempos”, porque justamente estoy tocando piezas tanto originales como mexicanas de los cuatro discos. Y entonces estoy mezclando un poco de ambos mundos: del mundo del jazz, del mundo de la acústica, del mundo del cuarteto y el mundo de la electroacústica. Eso ya está ahí como parte de mi proyecto, pero creo que hay que evolucionar, hay que cambiar, y para el nuevo disco que haga evidentemente va a haber una fusión hacia la electrónica y los sonidos con nuevas tecnologías.
En cuanto a la forma de consumir y experimentar la música, me parece muy interesante que la distribución “física” de Desafío sea a través de una tarjeta con un código QR que permite acceder al formato digital del disco, y que además contiene semillas para cultivar diversas especies de plantas. ¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
Mira, por un lado, tenemos la venta global de música. Es decir, mi música está en plataformas de streaming y me he encontrado que la han escuchado hasta en países como Kenia o Tanzania. Eso es muy padre porque entras dentro de toda esta distribución mundial de música —que además cada día se lanza en cualquier cantidad de sencillos o de discos en streaming—.
Por otro lado, también está la cuestión de que el pago del streaming al músico es terrible. A menos que seas Lady Gaga o seas Luis Miguel, te puede ir bien con el streaming. Es un tema muy polémico. Mucha gente lo defiende y no entiende cómo criticamos a Spotify. Pero, ¿cómo no? Para ganarte un peso necesitas 220 reproducciones de 30 segundos. Entonces, la verdad es que está muy difícil, pero se ha logrado y pues hay que hacerlo, ¿no? En lo personal, por ejemplo, anteriormente yo lanzaba los discos completos. Pero el director de una revista especializada en Europa me dijo: “No, eso es un error que están cometiendo muchos artistas independientes, porque así no lo escucha nadie; más bien lanza cada uno de tus sencillos con una estrategia de marketing”. Y eso fue lo que hice. Hice un guardado de cada uno de los temas, los lancé, hice toda una estrategia de marketing y funcionó bien. No me hice millonario ni nada, pero tuvo distribución y fue muy interesante ese proceso.
Al mismo tiempo, me apareció la oportunidad de las tarjetitas, justo porque del 2015 que salió Amaneceres a 2021 que salió Desafío, la industria ha cambiado mucho. Ya no hay dónde escuchar los discos; las computadoras no tienen dónde escucharlos, los coches ya no tienen dónde escucharlos. La gente no está acostumbrada a los aparatos de alta fidelidad en sus casas. Por eso me decidí a cambiar, porque además sale muy caro maquilar un CD. Entonces encontré esta oportunidad de Sembrando Música, que me encantó. Me acerqué a los productores y me nombraron embajador de Sembrando Música. Yo al proyecto también le he llamado Sembrando Jazz y me ha ido muy bien. Pero fíjate que en los últimos conciertos —recientemente toqué en las Noches de Jazz del Museo Tamayo y anteriormente, el año pasado, cerré en Eurojazz— se vendieron un montón de discos, tanto físicos (del disco anterior) como tarjetitas. A la gente le está gustando mucho. Me doy cuenta que en los conciertos les sigue gustando el disco físico; entonces mientras tenga, los voy a seguir distribuyendo también. Pero si no, nos adaptamos también. Luego nos quedamos estancados, ¿no? Hay mucha gente que sigue haciendo lo mismo, saca el disco físico y luego ¿cómo le haces?, ¿dónde lo distribuyes? Es un tema interesante y, pues esto, las tarjetitas creo que le han dado un plus a mi proyecto musical.
Más allá de las dificultades que representa el streaming, sobre todo para los artistas independientes, ¿crees que esta hiperconexión global —por ejemplo, el hecho de que te hayan escuchado en países de África— también favorece a una mayor fusión de géneros y de sonidos?
Claro, totalmente, porque, como te digo, hay cualquier cantidad de música que se lanza todos los días al streaming. Ahorita yo ya, por ejemplo, no estoy lanzando sencillos. Hasta que salga un nuevo disco volveré a hacer una campaña, pero ahorita tengo que tener tiempo de hacer reels. Si los reels son los que están de moda y es lo que está teniendo muchísimo alcance, pues hago reels, hago historias. Trato todo el tiempo de difundir, siempre con estrategia, mi música. Te cuento que estoy aprendiendo mucho de marketing digital, de inteligencia artificial. Estoy aprendiendo de ese mundo digital con cursos en línea y otras cosas que, además, no están peleadas con la música. Inclusive he hecho campañas de Facebook Ads para promover un concierto, algún lanzamiento o alguna reproducción de videos porque justamente es la manera de llegar globalmente a muchas audiencias. Entonces hay que, por un lado, luchar contra este monstruo del streaming, pero también hay que aprovecharnos de él.
Hay mucha gente que dice que Spotify no tiene por qué pagarnos mucho a los músicos; casi casi nos está haciendo el favor de subir nuestra música para que se escuche globalmente. Eso es frío, es crudo, pero también es la verdad. Te cuesta siete dólares subir un sencillo o veintitantos, treinta dólares un disco, y tienen la probabilidad de que lo escuchen en todo el mundo. He distribuido en todas las plataformas digitales y ellos se llevan su porcentaje, yo el mío, y así es como funciona esto. Así es como funciona, entonces hay que hacerlo, pero hay que seguirle buscando, porque también está el asunto de los presupuestos culturales, que es otro tema que está terrible. Te cuento, por ejemplo, que el año pasado no nos querían pagar en el Eurojazz, no tenían presupuesto. Y no es tanto el Cenart, porque el Cenart para mí es como mi casa. Más bien la Secretaría de Cultura no les da presupuesto, entonces están haciendo maravillas.
Últimamente se ha disparado el uso de inteligencia artificial para crear imágenes, ¿qué expectativas o inquietudes te genera la incursión de la IA en el arte, particularmente en la música?
La realidad es que mucha gente está muy friqueada porque hay plataformas como Suno, no sé si la conoces: tú le pides una canción, le das un prompt, la orden, y le dices: “Hazme una canción de salsa que esté dedicada a mi novia”, o algo así, y te la hace en segundos y bien.
Tal vez la ventaja que yo pueda tener es que tengo un poco más de experiencia en la música y le puedo pedir cosas a la IA más puntuales para hacer un arreglo interesante. Tal vez pueda ofrecer mis servicios a alguien y decirle: “Oye, yo te hago la canción de tu marca”, y le cobro, ¿no? Yo creo que hay que verlo así, porque traumarnos con “no, ya nos van a quitar el trabajo las máquinas” no va a funcionar.
Lo que sí veo muy difícil que una inteligencia artificial pueda hacer es crear un disco de jazz. O sea, sí lo puede hacer, seguramente va a llegar el momento, pero no en cuanto a la creatividad. No hay hasta ahora una inteligencia artificial a la que le pueda decir: “Oye, hazme una sinfonía tipo la novena de Beethoven” o “hazme un arreglo de big band para mi disco” o algo así muy creativo. Eso no existe. La inteligencia artificial utiliza patrones que ya existen para hacer las canciones que tú le pidas de pop, de reguetón o lo que sea. La verdad es que yo creo que hay que utilizarla y no asustarnos. Sí se van a perder muchos trabajos, pero se van a crear muchos nuevos.
Tal vez los músicos que invitan a grabar en los estudios sí se van a ver afectados porque ya no va a ser necesario que invites a un músico a grabar o a un octeto de metales, sino que la inteligencia artificial ya lo va a hacer. Habrá que ver qué pasa, pero yo creo que hay que aprovechar esto de manera positiva y utilizarlo para tener mayores expectativas de generar recursos adicionales.
También soy maestro y justo hace rato tuve clase. Estábamos viendo polifonía, entonces yo les hice (a los alumnos) unos videos con inteligencia artificial, con una herramienta que se llama Fliki. Se hacen en segundos, yo nada más le doy la orden de qué es lo que quiero y la inteligencia artificial lo hace. Eso me parece muy bien porque no te tardas en editar un video. En ese aspecto está bien, hay que utilizar la IA y no sacarnos de onda.
A pesar de todos estos cambios que han sucedido en el mundo en las últimas décadas, el jazz sigue escuchándose globalmente. ¿Qué cualidades imperecederas posee este género para ti que lo hacen seguir a pesar de todas las convulsiones de la humanidad?
El jazz es universal en muchos sentidos. Es un género que puede incluir muchos otros géneros y, además, creo que el jazz tiene un tema que siempre va a ser actual: implica trabajo en equipo, solidaridad, creatividad, diálogo entre los músicos y eso es algo que es atemporal. Creo que siempre va a estar vigente porque siempre tiene mucho que explotar y mucho con qué fusionarse. Se reconoce el 30 de abril (Día Internacional del Jazz), pues justamente es un género que promueve la paz, que promueve la comunicación entre las personas sin distinción de sexo, de género, de religión, de nada. Es algo que es muy valioso para la humanidad en un momento de tanta violencia, de tanta animadversión, de tantos conflictos en el mundo.
La música siempre va a ser un factor de transformación, pero el jazz específicamente creo que tiene más esa cualidad de poder unir, de dialogar con la música.