Parafraseando a Joaquín Sabina, podemos decir que nuestra democracia duró lo que duran dos piezas de hielo en un whisky on the rocks. Esta semana se cumplieron 25 años del triunfo de Vicente Fox, el primer presidente no emanado del PRI y sus antecesores en ganar las elecciones a la presidencia de la república. En un cuarto de siglo también aniquilamos los avances ciudadanos y estamos a punto de entrar a una reforma electoral que por primera vez se hará solo desde el poder, sin la oposición y sin los ciudadanos.
¿Por qué fracasó nuestra transición democrática? La explicación fácil es decir que Morena quiere convertirse en el nuevo PRI. Me temo que eso no solo es falso, sino simplista y simplificador. Morena y el modelo de gobierno es en parte causa de la regresión democrática, pero también efecto. Es decir, estando de acuerdo en que los planteamientos de Morena, acabar con los plurinominales, reducir el gasto electoral y minimizar los subsidios a los partidos políticos, es una reforma regresiva, no podemos dejar de lado que la destrucción del sistema democrático comenzó desde antes, con la captura irresponsable que hicieron los partidos políticos y los poderes fácticos de las instituciones que hoy vemos caer como hojas en otoño.
El reto para México será construir una democracia sin demócratas, afirmaba un buen amigo allá en los albores del siglo XX. Y tenía razón. El gran problema de la democracia mexicana es la falta de vocación democrática de los actores políticos. El principal factor para la derrota de la democracia en nuestro país ha sido la entrada de dinero sucio en las campañas. Los partidos, convertidos en juez y parte en la construcción del marco legal, nuca hicieron nada por evitar el dinero ilegal en las elecciones. Las campañas en nuestro país cuestan diez veces más de los topes establecidos por las leyes electorales. Esos límites, tan falsos como hipócritas, se convirtieron en la puerta de la corrupción. A partir de ahí los gobiernos y las instituciones, supuestamente ciudadanas, fueron capturadas. Los partidos de la transición, PRI, PAN y PRD, son hoy víctimas de sus propias componendas.
La democracia popular que le gusta a Morena, esa que se hace a dedo alzado y en las que las decisiones se imponen de manera autoritaria, pero en nombre del pueblo (como la elección del Poder Judicial, por ejemplo) desprecia todo aquello que huela a ciudadano, pero sobre todo desprecia la pluralidad.
Es indispensable una autocrítica de todos los actores políticos -partidos, intelectuales, organizaciones ciudadanas, organismos empresariales, medios, etcétera- sobre el fracaso de estos primeros años de nuestra democracia, tanto como es indispensable defender los principios básicos de nuestro sistema electoral: ciudadanización de los procesos, reconocimiento a la pluralidad, y defensa de las libertades.
Para el aviso de ocasión: Democracia en crisis busca demócratas. Requisitos, creer que el disenso y el diálogo son la base de la construcción de una vida pública democrática y plural.