El partido fascista toma el control de Italia, marcando el inicio de la dictadura de Mussolini, y en la Unión Soviética la facción de Stalin se hace con el poder. En Alemania, por su parte, Hitler publica Mi lucha. Mientras tanto, el mundo se cimbra en un sinfín de pequeños conflictos, azuzados por la rivalidad entre estas dos vertientes antagónicas del totalitarismo: el comunismo y el fascismo. Los ecos de 1925 resuenan, ominosos, un siglo después: adonde quiera que uno mire el desorden global resulta evidente. Nuevos autoritarismos, basados en viejas querellas y resentimientos, renacen por doquier, dejando atrás una época en la cual parecía que la democracia iba a convertirse en la norma en el planeta.
Las dos mayores potencias del planeta responden, por primera vez en mucho tiempo, a modelos autoritarios: la China de Xi Jinping y los Estados Unidos de Donald Trump. De un lado, una sociedad tecnovigilada, donde no hay espacio para la disidencia o la crítica y cuyos tentáculos -indiferentes a las violaciones a los derechos humanos- se extienden por todo el orbe; del otro, una nación que ha ido perdiendo de manera acelerada aquello que parecía definirla: los controles al poder personal del Presidente, así como la libertad de movimiento, asociación o expresión. Así, mientras en Oriente se reprime cualquier crítica -o el nacionalismo uigur o tibetano-, como en su momento hizo la Unión Soviética, en Occidente se demoniza y se persigue a los migrantes latinoamericanos mediante persecuciones que recuerdan las del nazismo.
Entretanto, otros dos regímenes autoritarios, el ruso y el israelí, cobijados ni más ni menos que por Estados Unidos, son la principal fuente de inestabilidad geopolítica. Sus caudillos, Putin y Netanyahu, se han aprovechado con idéntico cinismo de la fragilidad del sistema para lanzarse a la guerra en busca de territorios y exterminio del enemigo, algo que imaginábamos impensable. Ucrania y Gaza son los laboratorios de este nuevo expansionismo: del mismo modo que Hitler pretextó que solo quería proteger a las poblaciones germanohablantes de los Sudetes para invadir Checoslovaquia, Rusia se ha lanzado a la conquista de un tercio de Ucrania; por su parte, Israel, con la justificación de vengar unos atroces atentados terroristas, ha destruido por completo la franja. Ambos son los responsables de miles de muertes civiles, incluyendo incontables niños y ancianos.
Lo que ocurre con Israel es profundamente descorazonador: luego de que el antisemitismo provocara siglos de discriminación que culminaron con el Holocausto, hoy se ha convertido en su reverso: el pretexto para la censura y la represión, como ocurre hoy en Estados Unidos y otras partes. En su huida hacia adelante, Israel, que posee un programa nuclear secreto en contra de la legalidad internacional, bombardea Irán por aspirar a esa misma condición. El doble rasero suena obsceno: ninguno de los dos regímenes debería poseer armas nucleares. En las presentes condiciones, Israel también ha perdido su carácter democrático, sometido a los caprichos de un líder corrupto dispuesto a todo con tal de no abandonar el poder y enfrentarse a la cárcel.
Europa, por su lado, se vuelve día con día más irrelevante, pasmada ante la velocidad de los acontecimientos. Frente a las amenazas de Trump, responde con la misma timidez que ante el genocidio en Gaza y, en vez de invertir en tecnología -lo único que podría hacerle recuperar su espacio-, cede a la absurda tentación de rearmarse. Y, mientras cuestiona la política migratoria de Trump, oculta o tolera su propia discriminación.
El resto del mundo no ofrece un panorama más alentador: África sigue siendo pasto del expansionismo chino u occidental, que prohíja o tolera dictaduras semejantes a las de Medio Oriente; la India posee un dirigente a la altura de Putin; y América Latina se sume en otros autoritarismos personalistas como los de Bukele, Ortega o Milei. Y México, que hacia fuera podría representar la resistencia a Trump, hacia adentro se consolida como un régimen monolítico, en donde un solo grupo controla todas las instituciones. Como en 1925, no se vislumbra un futuro próximo hacia dónde mirar.