En la Edad Media, en ocasión de adoptar un niño, era frecuente realizar una ceremonia dentro de la casa. El padre adoptivo hacía pasar al adoptado por la manga de una camisa holgada y lo sacaba por el cuello. A continuación, lo besaba en la frente como señal de confirmación de su paternidad. El ritual simbolizaba un segundo parto.
Sin embargo, no todas las adopciones eran exitosas. Había niños o niñas que presentaban trastornos de conducta. En tales casos, había una advertencia que se le hacía a la familia: No meterse en camisa de once varas.
¿Te ha pasado?
Seguramente sí. Nos sucede a todos.
Nuestra vida está colmada de episodios en los que intuimos que las consecuencias no serán favorables.
¿Qué nos hace acelerar en una dirección, a sabiendas de que es errática?
Quizá, hay un rapto de locura en ese instante que anula el discernimiento y nos impulsa a acometer igual. El "super yo" o el "sentido de la responsabilidad" parecen dormidos o anestesiados.
En esas circunstancias, el enojo o a veces la culpa, acuden tardíamente sin poder remediar nada. Lo que debería ser un parto natural con dolor, culmina en cesárea con más dolor.
¿Pariendo será la manera en que el universo nos tiene reservado el aprendizaje más contundente?
Marchamos sin brújula ni mapa, vamos descubriendo el camino, andando a tientas, experimentando. Las consecuencias de lo que pensamos, decimos y hacemos contienen indicios acerca del misterio que llamamos vivir.
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