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No apaguen las noticias

VICTORIA HOP.-

En ocasiones, la realidad es un golpe que no vemos venir, un huracán que arrasa con todo a su paso, y nos deja frente a la cruda fragilidad del ser humano, en este caso, frente a las fuerzas implacables de la naturaleza. Este sentimiento me invadió al contemplar por primera vez los esqueletos de las casas y edificios en Acapulco, mudos testigos de las vidas que algún día fueron entre sus paredes, y el dolor de haberlo perdido para siempre. Un huracán, cuya categoría 5 solo se conocía por fotos y videos. A lo que me refiero es, para los que nunca han experimentado la devastación de un desastre en carne propia, es difícil concebir los sucesos que dieron pie durante aquella noche de octubre. Físicamente alejados del desastre, a veces es tan fácil como apagar las noticias para "olvidar" y "desaparecer" lo que sucede.

Habiendo participado en centros de apoyo durante el periodo de respuesta inmediata al huracán, me tocó experimentar otra faceta del desastre. Para mí, Otis tenía forma de bodega. Fue muy fácil conectar con la generalidad del desastre, con el syntax de la palabra huracán, más no con la humanidad que conocer historias individuales permite.

Por lo que al llegar a Acapulco se rompió en mi una capa de cristal que mantenía cierta inocencia. Ver estas estructuras básicamente en obra negra, no es lo mismo que ver una construcción cerca de tu casa, si no, en esta contemplaba los restos de una vida completa esparcidos entre sus escombros. Cada apartamento, cada casa, cada comercio, era una historia truncada, trabajo de años traído a las ruinas, un sueño convertido en pedazos. Fue entonces que empecé a pensar en las pequeñas cosas que conforman una vida: un salero, un álbum de fotos, un estuche de colores… objetos que de repente cobraron una inmensa humanidad al representar los recuerdos y vivencias de quienes las poseían. De esta manera, la dimensión del desastre se volvía más palpable. Dejé a un lado los números y comencé a pensar en personas y familias.

Frente a la devastación, sin duda surgió la resiliencia de la gente de Guerrero, las cuales inmediatamente salieron a reconstruir sus casas y comercios, y desde entonces no han dejado de hacerlo. Al regresar nuevamente después de aquella primera visita, la transformación del paisaje era sorprendente.

En una ocasión, durante una visita a la comunidad de Yetla, una mujer se acercó para preguntar si habíamos visto el huracán en las noticias, incrédula me miraba mientras le explicaba que si. Aunque habían recibido ayuda, ella no podía entender que no se estaba haciendo más por apoyarlos. El desastre ocurrió hace meses, y desde entonces nuestras vidas se han llenado de nuevas noticias y preocupaciones. Quisiera rendir homenaje a esa mujer transmitiendo mis experiencias, y que este escrito sirva como recordatorio que Acapulco no ha dejado de necesitar nuestro apoyo. Siempre hay algo que queda por hacer. Dejemos de sembrar indiferencia, y les suplico, no apaguen las noticias; el sufrimiento ajeno no desaparece tan fácilmente.

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