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La doma india

CLAUDIO PENSO.-

¿Cuáles habrán sido las sensaciones de los hombres y mujeres que vivían en estado cuasi salvaje al ver por primera vez un caballo?

El indio pampa vivía en total sintonía con el medio y le atribuía a este animal un carácter sagrado, porque creía que era enviado por Dios.

No tuvo maestros en la doma, por lo que desarrolló un modo de amanse totalmente natural, sin agresiones de ningún tipo. Los jóvenes comenzaban con las primeras tareas de adiestramiento y exhibían sus habilidades junto a las de oratoria ante el cacique.

Era un método sin método, tal vez inspirado en la intuición. Establecían con el animal una relación intensa, basada en la comprensión de su temperamento singular. No había un sistema rígido, sino que estaba basado en crear un vínculo afectivo para que la educación pudiera fluir naturalmente.

En la doma india se entrelazaban los signos del lenguaje corporal, qué significaban para el caballo los gestos sutiles y cómo reaccionaba ante ellos. El lenguaje sonoro y finalmente el lenguaje por contacto. Era un proceso que confirmaba que todo lo que se había hecho a la distancia, daba sus frutos. Las caricias, empujones, palmadas, cada acto a su debido tiempo producía un efecto en el caballo y en la persona. Era un vínculo que se iba construyendo lentamente a sí mismo. Jamás el hombre debía defraudar la confianza del caballo. No intentaban dominarlo, lo acostumbraban en los primeros años a vivir con los humanos. Cuando consideraban que ya estaba listo, lo llevaban a un arroyo o lago no muy profundo, con el agua hasta el lomo. Allí lo montaban por primera vez.

El indio le enseñaba a galopar en los médanos, en los cangrejales, con la cabeza tapada; a nadar cruzando ríos caudalosos; a saltar. Lo hacía echar entre los pajonales; lo manejaba con las piernas sin utilizar riendas; le enseñaba a quedarse inmóvil durante mucho tiempo. Lo llamaba con silbidos o gritos, podía utilizarlo como mangrullo para mirar el horizonte.

La ecuación perfecta se daba cuando el domador era capaz de enseñar justo lo que el caballo estaba en condiciones de aprender. Ni más ni menos.

Era una amalgama perfecta. Esos hombres y mujeres que eran considerados salvajes inspiraron el liderazgo, la educación y la comunicación mucho después de haberse extinguido. La doma india es sin duda un compendio de sabiduría, un legado valiosísimo. Tuve la fortuna de verla en acción en un espectáculo y es ciertamente sobrecogedor, impactante la relación que es capaz de forjase entre el caballo y el jinete, una relación de confianza y amor incondicional.

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