Recientemente trató de hacerse eco sobre la perorata del diputado español comunista Javier Sánchez Serna, representante de Podemos; partido que llevó a España a la profunda crisis política, social y económica de la que este país no ha logrado salir avante desde hace diez años.
En un discurso cargado de ingenuidad propia de su edad, el congresista pretendía la exigencia de disculpa al Rey de España que el ex presidente López había hecho demagógicamente, recurriendo a un burdo intento de falacia de falsa equivalencia donde equiparaba la epopeya de la Conquista de Tenochtitlan -donde lucharon 800 españoles apoyados por más de 80,000 indígenas- con los terribles genocidios perpetrados por las hegemonías británicas, belgas y alemanas en sus colonias africanas y orientales durante el siglo XIX y XX.
Sin embargo, la ocurrencia de López de exigir perdón por la Conquista llegó con más de 30 años de retraso, pues este ya se había hecho en el umbral de la Cumbre de las Américas en 1990 por iniciativa propia de Juan Carlos I ante los indígenas con quienes convivió armoniosamente en vísperas de los 500 años del Descubrimiento de América.
El 13 de enero de 1990 el padre de Felipe VI y Sofía de Grecia viajaron a Oaxaca para reunirse con los representantes de las principales etnias, a quienes invitaron: "…a conmemorar con claro sentido constructivo el V Centenario del encuentro entre dos mundos" que celebraron en 1992.
Ante todos ellos, el Rey lamentó los abusos que se cometieron durante la Conquista, a pesar de que la Monarquía Española procuró siempre defender la dignidad del indígena por iniciativa propia desde el principio. Este encuentro histórico se llevó a cabo en el antiguo Palacio Municipal de Antequera (Oaxaca) donde por la noche los indígenas invitaron a los Reyes a celebrar con ellos nada menos que la Guelaguetza: festejo de origen prehispánico que se celebra el mes de julio pero que los nativos organizaron en enero para que coincidiera con la visita de los Borbones.
El Rey emérito se dirigió a los indígenas y sus representantes de manera directa y cordial en los siguientes términos: "La Corona de España procuró desde el mismo momento del Descubrimiento del Nuevo Mundo la defensa de la dignidad del indígena", recordando que incluso su gran antepasado, el Emperador Carlos V, hizo observar enérgicamente a Hernán Cortés que: "Dios Nuestro Señor creó a los indios libres y no sujetos a servidumbre".
Juan Carlos I reconoció que pese a que la Corona siempre protegió a los indígenas, se cometieron abusos (como la Consolidación de Vales Reales a los indígenas y a la Iglesia) y se refirió en concreto al polémico, aunque brevísimo, sistema de encomiendas que repartía indios entre conquistadores y colonos: "Claro que la prudencia y la ecuanimidad de los Monarcas fue, a menudo, lamentablemente desoída por ambiciosos encomenderos y venales funcionarios que, por la fuerza, impusieron su sinrazón.
Ello suscitó la reacción de gentes de bien que alzaron sus voces en defensa de los derechos de los indígenas, y la Corona siempre los escuchó". Entre esas voces, el Rey citó igual a Fray Toribio de Benavente "Motolinía" y los doce apóstoles franciscanos que al polémico Bartolomé de las Casas: "cuya encendida defensa de la población autóctona americana propició e influyó considerablemente en la promulgación definitiva en 1542 de las instituciones y Leyes Nuevas de Indias".
Por ende, pretender equiparar los genocidios perpetrados criminalmente por las naciones sajonas con la gesta que emancipó a todas las tribus del Anáhuac después de 200 años de la esclavitud y el canibalismo mexica; hecho que impuso una paz al final de cuentas, fomentó el hermanamiento desde el mestizaje de lo mejor de ambos mundos y los derechos indígenas consagrados en las Leyes de Burgos y las Leyes de Indias -desde Isabel la Católica, Carlos V y Felipe II- puede entenderse hasta cierto punto en nuestros paisanos adoctrinados bajo la "revolución triunfante" durante décadas por el Smithsonian (a través de la SEP como filial suya) pero resulta inconcebible y triste en un peninsular que como representante político de su país ha perdido toda noción de identidad y dignidad propia al grado de desconocerse, repudiándose a sí mismo por politiquería, desde su ignorancia histórica.