La Sagrada Escritura tiene un buen número de situaciones extrañas de todo tipo, y ahora trataremos sobre una curiosidad lingüística en las cartas de San Pablo, específicamente en 1Cor 11, 24.
El apóstol de los gentiles dice a los corintios que cinco veces ha recibido de los judíos cuarenta azotes menos uno.
¿Por qué no les dijo simplemente que se trataba de treinta y nueve azotes?
En principio, yo me imaginé que el traductor había puesto en español el número treintainueve, proveniente del latín, de manera no muy ortodoxa, pues en el idioma de Ovidio ese número se dice precisamente undecuadraginta, es decir, uno antes de cuarenta, lo que podría dar como resultado una traducción mal hecha, como cuarenta menos uno (azotes).
Pero luego consulté La Vulgata (versión latina de La Biblia hecha por san Jerónimo) y me encontré que su interpretación (él la tradujo del griego) es tan barroca como la de Reina Valera en español, es decir, la traducción de este último era correcta.
Posteriormente, en la versión griega compilada por Kurt Alland vi que el giro lingüístico es muy semejante al latino, lo que significa que san Jerónimo tradujo casi ad líteram el pasaje. No voy a explicar la versión griega porque sería ocioso repetir los conceptos.
Lo que dice tanto en griego como en latín, si nos acercamos al texto original, es que san Pablo presume que recibió una cuarentena de azotes menos uno. No se refiere al simple número, porque en ese caso habría dicho los treintainueve de manera llana, lo que al parecer quería evitar conscientemente para llamar la atención de sus lectores.
¿Por qué dar tanto brinco si se puede emparejar el suelo con una expresión sencilla? Pues precisamente porque san Pablo quería complicar su dicho para indicar que en cinco ocasiones lo dejaron casi muerto a latigazos.
Debemos recordar que la ley judía prohíbe dar más de cuarenta latigazos a un condenado porque pasarse de ese número tal vez llevaba a la muerte del castigado, lo que era un verdadero escarnio para el interfecto, pues la idea era no la condena fatal, sino un simple castigo que dejara vivo al maltratado. Nos referimos a Dt 25, 1-3.
Ya alrededor del siglo primero se acostumbraba reducir el castigo para obedecer con certeza total esta ley, y así solamente daban treinta y nueve azotes, para no excederse accidentalmente.
Y el resultado fue que san Pablo no recibió solamente treintainueve azotes, sino cuarenta menos uno, que no es lo mismo, aunque lo parezca.
Matemáticamente es una igualdad perfecta, pero jurídicamente, y también desde el punto de vista religioso es distinto, porque tanto la autoridad que manda el castigo como el verdugo que lo ejecuta obedecen la ley mediante la resta de azotes, no con la suma. Cuentan al revés para hacer ver que están cumpliendo con un mandato divino y jurídico no solamente con exactitud, sino sobradamente, pues si se cuenta en la dirección acostumbrada, se está añadiendo azotes hasta que se sacie el verdugo, en cambio si se cuenta de atrás hacia adelante, se está limitando el número de latigazos a los que la ley permite, y aun más, se quita uno para evitar el ilegal escarnio del condenado.
Entonces encontramos que en este caso el barroquismo en la redacción responde no a un deseo de retorcer las expresiones para adornarlas, sino a una obediencia a ultranza de la ley, pues aunque cuarenta menos uno sean los mismos que treintainueve, tienen que ser cuarenta menos uno, no faltaba más.
Aquí se cumple con la ley.