A una semana de asumir la presidencia de México, Claudia Sheinbaum ya ha dejado claro que su política exterior será una extensión directa de la controversial estrategia de Andrés Manuel López Obrador. El desaire al Rey Felipe VI de España, justificado por una supuesta afrenta histórica, no es sólo un incidente aislado, sino un preocupante indicador de lo que podemos esperar en los próximos seis años.
Esta decisión, lejos de ser un gesto de independencia, revela una inquietante continuidad con la retórica nacionalista y confrontacional de López Obrador. Sheinbaum, quien se presentó como una líder con "sello propio", parece más bien dispuesta a mantener viva la llama de los agravios históricos, aun a costa de relaciones diplomáticas cruciales para México.
La decisión de Sheinbaum de mantener viva la polémica carta de AMLO al Rey de España enviada en 2019, en la que exigía disculpas por agravios de hace 500 años, revela una preocupante falta de visión diplomática. En un mundo globalizado, donde las alianzas estratégicas son cruciales, México parece empeñado en reabrir heridas históricas en lugar de construir puentes hacia el futuro
La pregunta que surge inevitablemente es: ¿con qué otras potencias extranjeras continuará la pelea cuando haga falta para fortalecer la narrativa nacionalista interna? Si el patrón establecido por López Obrador es un indicador, podríamos esperar fricciones con Estados Unidos sobre temas migratorios y comerciales, tensiones con Canadá respecto a políticas energéticas, e incluso la prolongación de disputas con naciones latinoamericanas como Ecuador y Perú.
Esta estrategia de confrontación constante plantea riesgos para México. En un mundo donde la cooperación internacional es crucial para abordar desafíos globales como el cambio climático, la migración y la seguridad transnacional, continuar con el aislamiento autoimpuesto de México es absurdo y contradice las promesas de quien llegará al poder en una semana.
Más preocupante aún es la aparente disposición a la radicalización de Sheinbaum a sacrificar oportunidades económicas y diplomáticas en el altar del populismo nacionalista. Y digo radicalización pues vale recordar que en 2018 el Rey Felipe si acudió a la toma de protesta de López Obrador.
En un momento en que México necesita inversión extranjera, cooperación en seguridad y alianzas estratégicas, la nueva administración parece decidida a perpetuar una política exterior basada en agravios históricos y retórica divisiva.
Sheinbaum tiene la oportunidad de demostrar su independencia, de trazar un rumbo propio que esté en equilibrio con las necesidades diplomáticas de un México moderno. La verdadera prueba para Sheinbaum será si puede equilibrar las expectativas de la base lopezobradorista con las necesidades reales de México en el escenario global. ¿Podrá resistir la tentación de utilizar la política exterior como herramienta de distracción interna? ¿O caerá en la trampa de alienar aliados cruciales para mantener viva una narrativa de victimización histórica?
La comunidad internacional espera ver si México, bajo el liderazgo de Sheinbaum, optará por una diplomacia madura y constructiva o si continuará por el camino de la confrontación. La decisión que tome Sheinbaum en los próximos meses no solo definirán su presidencia, sino también el lugar de México en el mundo durante los próximos seis años.
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