Algunos son deseos terrenales. Otros anhelos auténticos, con la vehemencia que suponen. También hay simples sugerencias, producto de la información. Hay mucho de convicciones.
Deseo que a Sheinbaum le vaya muy bien. Lo deseo por el futuro de quienes me rodean, por la descendencia, por los que vienen y vendrán. Lo deseo por amor, así suene cursi, a mi país, el que dio espacio a mis bisabuelos paternos, a mi abuelo paterno, emigrados por la pobreza que invadía a España. Lo anhelo, con algo de vehemencia, porque estoy convencido de que -como dijera P. Sloterdijk- estamos en el mismo barco. Coincido en lo esencial, primero los pobres. Pero para lograrlo como un éxito nacional permanente, no debemos engañarnos con la fórmula seguida en los últimos años. No hay atajos: educar, ahorrar, crear empleos formales y de calidad, incrementar la productividad, que el pastel crezca para recaudar más. También nuevos impuestos. Sólo así tendremos un estado más fuerte. Recaudación débil, estado débil. Eso no cambió. Gastar bien es parte esencial de la fórmula. La certidumbre jurídica es condición de todo lo anterior. Esa, hoy, se tambalea.
Arrinconar a la pobreza, supone seriedad. Nombrar a los más capaces, como dijera el clásico, pensar en la próxima generación y no en la próxima elección. El gasto en educación cayó, también en salud, qué decir de la inversión. Si México quiere crecer a una tasa de alrededor del 5%, la inversión deberá rondar el 25% del PIB.
La distorsión de las verdades acreditables a nadie ayuda. Lo sabe, es científica. Mentir sistemáticamente, a la larga, lo único que logra es que la gente no crea en nada. En esas estamos. Un país atrapado por las mentiras o por la incredulidad, naufraga. Para evitarlo hay una regla muy sencilla: que la información no surja de las partes. Tienen que ser entidades autónomas o la propia sociedad las que nos informen y así evitar la inútil discusión sobre la veracidad. Deseo que Sheinbaum logre restablecer las verdades básicas del rumbo del país.
Anhelo con vehemencia, que la primera presidenta de México se aleje de los insultos, de los ataques, del uso de información fiscal en contra de quienes le molesten en el camino. También, que exista una búsqueda real de concordia y de convivencia pacífica. Me dolió la cachetada a nuestro presidente. No recuerdo algo similar y espero no volverlo a ver. Esos odios son el resultado de las granjas de odio que hoy se pelean en las redes sociales por el país. Deseo y también exijo que se restablezcan los cuerpos de seguridad presidencial -el Estado Mayor- que hoy anda disfrazado de civil, pues de la seguridad de un jefe de estado, depende también la certidumbre nacional. El jefe de estado de un país con alrededor de 2 millones de kilómetros cuadrados, necesita un transporte aéreo adecuado y digno. Es parte de su seguridad, de los instrumentos de trabajo requeridos. Será nuestra presidenta y hay que cuidarla. El incidente en el elevador, no es anecdótico.
Deseo que la primera presidenta de México se dé a respetar a cualquier precio, pues eso marcará el futuro de decenas de millones de mujeres. Deseo que la parte simbólica sea cuidada escrupulosamente. Dejar Palacio Nacional, ir a una casona adecuada a las necesidades presidenciales. Como en muchos otros países, Colombia, Uruguay, Argentina, por citar rápido. Los requerimientos son complejos: seguridad, reuniones múltiples. También para no estorbar -con sus traslados- la vida cotidiana de los ciudadanos.
Deseo que ejerza su capacidad de condena frente a los evidentes errores, que se apoye en la ciencia. Deseo que cuide más la palabra presidencial, que se exponga menos a las pifias. Anhelo que recupere la sensibilidad social: mujeres, niños, enfermos, desplazados. Que no se pelee con el mundo. Necesitamos señales que fundamenten el optimismo. La primera: su visita a Acapulco.
Lo mejor para ella y su equipo. Eso será lo mejor para nuestro México.