En México, durante demasiado tiempo, élites poderosas han creado reglas que benefician a pocos a expensas de muchos.
Acaban de ganar el premio Nobel de Economía tres académicos cuyo trabajo se ha centrado en los factores que explican la prosperidad e incentivan la desigualdad. En quizás el libro más famoso de Acemoglu y Robinson -Por qué fracasan los países (2012)- usan a México como ejemplo de un país que no logra ser exitoso; no logra crecer más ni redistribuir mejor. El fracaso recurrente no se debe a la geografía, al clima, a la cultura o al neoliberalismo. La razón real detrás de nuestro subdesempeño crónico tiene que ver con élites rapaces, extractivas y excluyentes. Tiene que ver con la incapacidad de crear instituciones de calidad, democráticas y pluralistas. Lamentablemente el lopezobradorismo continuado por Claudia Sheinbaum está instrumentando políticas que nos alejan de la ruta que deberíamos recorrer. Vamos en sentido contrario.
Es cierto que ha disminuido la pobreza por ingreso. Es cierto que ha aumentado el salario mínimo. Eso hay que reconocerlo y celebrarlo; los programas sociales y los cambios en el mercado laboral han producido un México más incluyente. Pero como ha argumentado Luis Monroy Gómez-Franco, este proceso va acompañado de otro, en paralelo: la reconcentración del poder político para, con ello, concentrar poder económico. En el corto plazo, México parece más inclusivo; pero en el mediano y en el largo plazo, se volverá más extractivo. Porque el modelo de economía política engendrado por la 4T no encara las condiciones estructurales e institucionales que permiten el rentismo, impiden el crecimiento económico acelerado, e inhiben la redistribución sostenible de la riqueza.
Los gobiernos de la transición tampoco lograron ese objetivo. Su fracaso para desarrollar instituciones incluyentes explica -en gran medida- por qué AMLO triunfó y su narrativa se ha vuelto hegemónica. El PRI y el PAN se montaron sobre el modelo extractivo heredado de la Colonia y permitieron su perpetuación. Esfuerzos institucionales como la Cofece y el Ifetel fueron insuficientes para desmantelar el capitalismo de cuates, liderado por élites políticas y económicas coludidas entre sí, apoltronadas en la punta de la pirámide, desde donde instrumentaron reformas de tinte neoliberal que no atacaron la raíz del problema: el amasiato entre el poder político y el poder económico que engendra monstruos como Ricardo Salinas Pliego o Carlos Slim o el clan de Andy López Beltrán o los beneficiarios de Sedena S.A. de C.V. Es un error creer que la llamada "transformación" ha acabado con las élites extractivas. Los lopezobradoristas son las nuevas élites extractivas. Las fuerzas armadas son las nuevas élites extractivas. Slim y compañía siguen estando ahí, exprimiéndonos y enriqueciéndose.
En México, durante demasiado tiempo, élites poderosas han creado reglas que benefician a pocos a expensas de muchos. Han concentrado el poder económico y político en manos de quienes dominan a la sociedad en lugar de rendirle cuentas. El PRI arrebató las riendas de una dictadura y creó otra: la de élites extractivas. Hoy AMLO/Morena/Sheinbaum la encabezan. Incluye a monopolios públicos y privados rapaces, a líderes sindicales corruptos, a concesionarios complacientes, y a políticos impunes que hacen negocios con bienes de la nación. Abarca a quienes le venden carbón al gobierno y forman parte del gobierno. Engloba a Televisa, a TV Azteca, a Elektra, a Telmex, a la CFE, a Pemex, a Grupo México, y a muchos de los empresarios que fueron al CEO Summit, organizado por Marcelo Ebrard.
El pacto extractivista en México está formado por todos aquellos que se oponen a una reforma fiscal progresiva, justifican la destrucción institucional, y avalan una "reforma judicial" que les permitiría presionar a jueces, magistrados y ministros para que los juicios favorezcan a sus intereses, como siempre. El gobierno cuyo lema es "por el bien de todos, primero los pobres", sigue aceitando la maquinaria que los produce. Una economía mexicana en manos de compadres cuatroteístas que no crece a la velocidad que podría y debería. Un andamiaje institucional de baja calidad que se volverá aún peor cuando acabe completamente capturado por el partido/gobierno. El crecimiento letárgico y la baja competitividad y la falta de innovación y la cuatitud pingüe seguirán produciendo los mismos resultados históricos. Un país que teniendo todo para prosperar, continúa saboteándose.