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Quiero Palomitas

Silvia Pinal

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HUGO J. CASTRO

El oficio de la actuación exige no solo recursos y calidad en el ejecutante, sino también una gran pasión por lo que hace, pero en un muy particular punto de vista saber dejarse moldear, al punto de convertirse frente a nuestros ojos en un personaje que vio a la luz en unas cuantas hojas de papel y de repente tiene un cuerpo y una voz que será el vehículo por el cual nos llegue.

Es por ello que meterse a actuar no solo es brillar porque le agrades a la cámara, sino porque dejas que el director pueda ir construyendo un fantasma que quedará plasmado en el celuloide, la cinta o en bytes de video, y ni que decir en el escenario. Por ello la experiencia de esta rendición a veces es un trabajo de colaboración, de renunciación, de pugna o simplemente de coincidencia.

Aún creo que no hemos dimensionado el tamaño de la trascendencia de Silvia Pinal y el arte que dejó plasmado en todos los medios posibles, al punto que si lo ponemos en la balanza gana su presencia en la televisión, y de hecho se puede decir que formó parte de la creación de lo que hoy es Televisa no solo como espacio de creación del melodrama al estilo mexicano, sino como compañía que trascendió fronteras, diversificó los temas de contenido y fue un nuevo escaparate para varios talentos (pero también para varios no talentos) que son reconocidos por la mayoría de las personas de nuestro país y de Latinoamérica.

Sin embargo, la carrera de doña Silvia fue un elemento que irrumpió en el cine mexicano, en donde ella llegó en una etapa de transición, los últimos respiros de la famosa época del Cine de Oro (que luego se reforzó por su presencia inevitable en la televisión nacional), pero que poco a poco va dejando de ser ese lugar donde se mostraban las “buenas costumbres” de una sociedad mexicana que vivía el Milagro Mexicano, para ir “pellizcando” a temáticas poco convencionales, que iban en sentido contrario a esta forma de hacer cine, para ser un irruptor de formas que “atentaba” a la buena sociedad.

Por ello, la Pinal ya no se ajusta a ser solo una “cara bonita” que atrajo miradas y pasiones al por mayor, sino que buscó ser diferente.

El tiempo de las vedettes y las rumberas se estaba extinguiendo, venía las manifestaciones de la contracultura, donde términos como la “chaviza” y la “momiza” dividían el interior de las familias, en donde (los hoy abuelos) se dejaron llevar por el amor libre y la experimentación en todos los campos, preponderantemente en el arte.

Así que entrando a la nueva década de los 60’s, Silvia y su esposo Gustavo Alatriste fueron a buscar al polémico director español Luis Buñuel.

Este había regresado del exilio por la Guerra Civil y el Franquismo, que lo llevó a vivir junto a su familia con pocos recursos en Francia, en Estados Unidos y luego arribo a nuestro país, en donde volvió a hacer cine.

Sacude las conciencias con una película que rompió todos los esquemas llamada Los Olvidados, al grado de que Jorge Negrete aseguró que de haber estado él en el momento de la producción, en calidad de líder del sindicato de actores, no hubiera permitido hacerla.

Como regalo de bodas, Alatriste lleva a Silvia a España para tratar de convencer de realizar una nueva película, que él iba a poner el capital. Y este gesto de amor fue lo que propicio una obra maestra llamada Viridiana (1961), la cual fue censurada por el Vaticano y el gobierno de Franco, al ser considerada una blasfemia y dejar en ridículo todas las “sanas instituciones”.

Por ello fue mandada a destruir luego de recibir el Premio de Cannes a la Mejor Película. Según la leyenda, unos amigos de la Pinal enterraron tres copias de la película en su jardín, mientras que ella pudo traer a escondidas una a México.

Más allá de la polémica, Silvia Pinal luce como una actriz que rompe con el estereotipo en que se le había encasillado, para ejecutar una de sus mejores actuaciones.

Al año siguiente Buñuel vuelve a trabajar con doña Silvia pero ahora con una historia surrealista llamada El Ángel Exterminador (1962), una historia en donde la fuerte critica a lo establecido por la sociedad de ese momento (y no muy lejana a lo que aun vivimos) hicieron nuevamente que director y actriz volvieran a irrumpir a los espectadores con la idea no de complacer sino de mover de sus asientos a aquellos gustos refinados, para mofarse de estos.

Es por ello que una noche luego de la función de ópera, unos aristócratas se vean enclaustrado en una mansión, por razones desconocidas, para tratar de sobrevivir en este encierro sin razón.

Finalmente, en 1964, vuelven a unir sus talentos para plasmarlos en Simón del Desierto, una película totalmente crítica a la visión de la religión cristiana, en donde la burla a los dogmas y a lo que se considera “sagrado”. Aunque se quedó en un mediometraje, por falta de presupuesto, dejó huella en algunos festivales internacionales.

Es por ello que más allá del lado A de Pinal en el cual se le recuerda sus actuaciones junto a Pedro Infante, Cantinflas, Tin Tan, Enrique Guzmán y otros por historias cómicas o dramáticas ajustadas al cine convencional, el Lado B de doña Silvia no desentona y hace que entendamos que ella era “la actriz” que aportó mucho a la presencia de México desde otra dimensión, ya no la charra ni la de la mujer abnegada, sino como la mujer que tenía una pasión sin igual por contar historias y hacerlas suyas.

Eterna admiración por el talento de doña Silvia Pinal.

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