
Quiero Palomitas
La novela de Juan Rulfo es imposible de filmar. Posiblemente, no sea la primera idea que surja luego de ver el trabajo que hizo el talentoso, multipremiado y reconocido fotógrafo cinematográfico mexicano Rodrigo Prieto; sin embargo, hay que entender por qué una adaptación no es solo el transformar la letra en imagen.
Todos sabemos de esta historia porque forma parte del catálogo de lecturas que encontraremos en nuestro camino de formación básica.
De lo contrario, es bueno echarse un clavado para de nueva cuenta penetrar a Comala, un lugar emblemático en la literatura latinoamericana como es el Macondo de García Márquez o Santa María de Juan Carlos Onetti.
Pero no solo es tratar de entender este relato que tiene como “hilo de Ariadna” la búsqueda de la figura del padre, pero no como elemento físico o como el proveedor del amor o el odio, sino como el motor de este transitar por la vida, cargando el peso de la ausencia, pero también de la insatisfacción de no tener del todo la imagen totalizadora de sus motivos para habernos dado la vida.
Así, Juan Preciado va en busca de su padre, por encargo de su madre. Y este deseo se vuelve en compromiso, con la idea de hallar un porqué.
Pero en el camino de Preciado, la realidad y la fantasía se entremezclan para darnos entender que la vida y la muerte son lo mismo, que lo perseguimos y los que nos persiguen no son más que fantasmas, ideas que nos hemos hecho en la mente para tratar de no caer en la sin razón que aparentemente nos llevarían al darnos cuenta de que todo lo que tenemos alrededor se irá, poco a poco, pero la sensación del vacío posiblemente nunca.
Para Rulfo, la experiencia de quedar huérfano de madre y padre a temprana edad, lo motiva a meterse hacia su interior para poder encontrar alguna referencia de estas referencias que las tiene impregnadas en su cuerpo y sangre, pero no en la memoria, así que por ello la construcción del mito de Pedro Páramo parece ser la reconstrucción de esa parte latente e hiriente.
Es verdad que en una adaptación de una narración escrita hacia la imagen del discurso cinematográfico tiene la condición de buscar no apegarse tanto al texto original, sino al tratar de mostrar un mundo diferente, casi independiente de la misma obra original.
De ahí que tengamos películas que fueron más exitosas que la novela en la que se basaron, pero con sus claros desacuerdos entre director y escritor (recuerden la madre de todas estas batallas llamada El Resplandor, en donde Stephen King terminó odiando de por vida a Stanley Kubrick).
Por ello, la dificultad de hacer que dos caminos distantes parezcan uno solo es una labor casi imposible, no solo por las dificultades que representan tratar de que el lenguaje escrito tenga la profundidad y la resonancia que debe ofrecernos la imagen, la cual tiene que enamorar a la vista, sino sacudir a nuestros cerebros porque no solo distinguimos la belleza, sino que nos conmueve a tratar de descifrar las formas y los fondos.
Con la película de Rodrigo Prieto, es la cuarta ocasión en que se ha llevado esta historia a la pantalla, y posiblemente no deja a todos satisfechos.
Pero aclaremos, no es porque sea complicado filmar el “realismo mágico”, y más si esta novela no puede ser catalogada en estos términos, sino que tenemos que partir que el alma de esta historia va más de las anécdotas que habrá recopilado Rulfo para crear un mundo etéreo, cercano al México posrevolucionario y que pocos ecos se han mantenido en nuestros días.
Lo que tenemos en las páginas de Pedro Páramo es una experiencia vital, en la cual el escritor trata de desencarnarse para intentar volver a reconstruir su cuerpo, no para darle la redención necesaria a los espíritus que han perseguido a Rulfo, sino para darle un espacio de dimensión vivida al mito del padre y de la madre, con una idea de entender qué vida sigue a pesar de que en Comala lo único que hay es la nada representada por el calor insoportable queda guardado en los huesos.
Si bien esta nueva versión busca que un nuevo público se interese por la experiencia de la lectura de Pedro Páramo, hay muchas probabilidades de que hay sentimientos encontrados.
Por ello, la dificultad de filmar esta historia no es por la falta de capacidad ni en el director, ni en los guionistas o los intérpretes de los roles de la historia, sino porque el texto obedece a una dinámica que revive al contacto de nuestras miradas, al palpitar de que nuestro corazón late a la par de los recorridos de Juan Preciado y como se van metiendo en las hendiduras de sus heridas la salvaje idea de la imagen del padre (hasta Freud lo dijo en uno de sus textos “el padre siempre falla” y aquí está la muestra).
El mérito de la película es crear una atmósfera que refleje algo a lo que sería un Comala de este nuevo siglo. Aunque si bien cada uno de nosotros ha recreado ese pequeño pueblo que Rulfo no hizo que lo viéramos o como nuestra última o como la única morada de todos nosotros, los mexicanos.