
Quiero Palomitas
La fama o las altas expectativas en muchas ocasiones juegan en contra de la persona o al artista en su trabajo, por esa razón el regreso Francis Ford Coppola a la pantalla con Megalopolis, una fábula, puede dejar a mas de unos de los espectadores con la pregunta de ¿qué era lo que buscaba provocar el director estadounidense en la audiencia?
Si bien a Coppola compara su trabajo como la de un pintor contemporáneo, en donde el trazo o la dimensión va mas en función del sentir más que del concepto, en esta ocasión trata no solo de retomar muchos elementos que a lo largo de la historia de las letras, la arquitectura, la política, la sociedad y el arte han surgido para dejar su huella en nuestra visión, sino crear un experiencia cinematográfica tan cerca y tan lejos del mismo cine.
La historia se desarrolla en un Nueva York distópico, en el cual se busca ofrecer una mejor versión de la ciudad para trata de rescatar aquello que es fundamental en la visión política, es decir hacer negocios a como dé lugar.
Pero la disonancia a esta propuesta pragmática realizada por el alcalde Cicero (interpretado por Giancarlo Esposito) la formula un arquitecto-artista llamado Caesar Catilina (Adam Driver), quien, en lugar de poner al dinero en el centro del proyecto de rescate de la ciudad, se enfoca a crear una visión diferente, teniendo en cuenta no solo su don de poder detener el tiempo para controlar hasta cierto punto el paso de este, sino buscar que la ciudad pueda tener vida propia.
En gran medida Coppola mantiene la conversación en este tema sobre la importancia de la forma más que el del fondo, debido a que no nos percatamos que el entorno urbano no solo es un espacio que se llena con nuestra presencia, con nuestras creaciones y también con nuestros desechos, sino que sabe bien que la visión de la ciudad debe dar un paso más adelante, concibiéndonos no solo como nuestro entorno-hogar al que merecemos nos permita generar recursos que puedan ayudarnos a generar el tan ansiado “desarrollo” económico-social, sino como nuestro cuerpo-hábitat en cual viviremos para desarrollarnos o quedarnos en ciernes como un simple intento de inteligencia.
La propuesta del director, quien nos trajo Apocalypse Now o la trilogía de El Padrino, se enfoca a tratar de rebasar a la narrativa cinematográfica ya no solo en función de generar una propuesta diferente, sino que sea a través de esta que el espectador descubra la importancia ya no solo de aferrarse a la ficción, sino que es el peso de la letra, la imagen, el trazo, el sonido, lo que nos permite reflejarnos para poder hacer que el trance de la vida no sea solo un pasar por pasar, sino acercarse a la realización de cada individuo junto a su entorno, como diría el filosofo español José Ortega y Gasset “soy yo y mis circunstancias”.
Pero por momentos toda esta información y visión se viene a nuestros ojos en forma de grandilocuencia visual, pero que a veces parece vacío, como si estuviéramos ante una pieza de arte contemporáneo, la cual permite una interpretación libre de cada espectador, porque el artista así lo decidió.
Pero también trae consigo la dificultad de seguir las secuencias de las acciones con un hilo lógico (en donde está Ariadna cuando más se le necesita), para no verse abrumado por el hartazgo en las diversas historias que quiere contar, en los múltiples medios que quiere aplicar, en esta idea de mostrar un collage de las manifestaciones artísticas, pero en ocasiones no acaba de “cuajar”.
Es verdad que se nota toda la maestría de Coppola en la manufactura de esta su historia, pero es complicado no quedar del todo convencido con la propuesta, ya que a pesar de buscar una reflexión de que tanto hay paralelismo entre el Imperio Romano y la historia de los Estados Unidos (aunque realmente la decadencia que vive nuestro vecino del norte es lo que le ha pasado a todo imperio grande o pequeño), la crisis ideológica y política que se vive en este momento (y más a unos cuantos días de una elección crucial en donde puede ser que por primera vez una mujer tomará el poder de este pueblo), y la famosa vuelta a lo “orgánico” en función de mejorar las condiciones de vida, pero que el costo no va en función de los dólares sino más en el convencimiento y reeducación de la sociedad.
Coppola, por tanto, deja en gran medida en el espectador la posibilidad no solo de ver una película, sino de participar con la reflexión hacía como podríamos generar una nueva visión renunciando a nuestros tradicionales conceptos, lo cual conlleva a una revolución que algunos lo seguirán y otros simplemente abandonarán la sala del cine, en busca de una propuesta que pueda mantenerlo en su propio mundo.