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Quiero Palomitas

A Cielo Abierto

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HUGO J. CASTRO

Esta historia inicia con una experiencia al límite, y no precisamente de los protagonistas, sino de su guionista.

Guillermo Arriaga compartió en su cuenta de X (antes Twitter) una historia personal muy fuerte, pero que él la convirtió en un motor de inspiración, no en busca de consuelo, sino de poner en perspectiva lo frágil que es la vida.

Una pequeña “pestañada” hizo que Arriaga junto a los ocupantes de su camioneta nueva sufrieran un aparatoso accidente que los llevó a dar vueltas por un barranco y que de manera por demás milagrosa llegaron a la calle de un pueblo en San Luis Potosí.

La narración nos lleva al periplo que fue llegar a la carretera, ir de aventón al DF (en ese entonces así lo conocíamos), ser bajado por el trailero que le dio “raid” luego de vomitar sangre debido a su nariz fracturada; ser atendido por un practicante de medicina, subir a un camión “pollero”, aventarse 12 horas de camino, para llegar y ser llevado a urgencias en la gran urbe y sobrevivir para contarla.

Esto trajo para Arriaga un intenso sentimiento de querer explorar en la escritura de historias para el cine y de cuentos, el ver cómo la vida nos confronta a imponderables que de la nada aparecen para llevarse todo por la borda en literalmente un abrir y cerrar de ojos.

La primera de esas historias (a lo mejor les suena Amores Perros o 21 Gramos) fue A Cielo Abierto, que se quedó guardada en algún rincón del universo de Arriaga (bueno, en una caja). Y como historia casi bíblica, Guillermo le pide a su hijo Santiago que la busque, este la encuentra y se lo pasa a su hermana Mariana, quienes al leer este script (el guion) piden llevarlo a la pantalla, a lo que el padre da un paso al costado y cede el honor a sus retoños (aunque “el jefe” se aventó la chamba de la segunda unidad).

Así llega a las pantallas este trabajo a seis manos, pero con un solo corazón que palpita con una fuerza muy envolvente. Y como esta historia trata del amor, también es así como la familia Arriaga decide venir a Coahuila para convertirlo en el escenario de la búsqueda de Salvador y Fernando, dos chicos que viven en la Capital, aun con las heridas abiertas por lo que ha sufrido su familia.

Ambos deciden viajar a Piedras Negras en busca de un motivo que les pueda brindar un poco de redención. Sin embargo, en esta “road movie” no solo vemos la inquietud de los jóvenes por ir abriéndose paso en sus propias vidas, sino tratar de vivir con sus cicatrices que fueron producto de lo fortuito.

Es interesante ver el respeto que tanto Santiago como Mariana pudieron hacer del entorno de nuestro estado, porque no lo muestra como una visión desde los ojos de la CDMX, sino que se adaptaron al medio para entender cómo es el desierto, en donde no basta el conocimiento, sino el poder vivir palmo a palmo con la ausencia de la mano del hombre para sentirse un elemento más de los miles que hay en un entorno sin tanta vegetación, con la presencia de riesgos en la noche y el día, con sonidos generados por los matorrales o los coyotes.

No es fácil entender al desierto sin querer modificarlo para adecuarlo a lo que todos pensamos que es el norte de México. De hecho, una de las escenas mejores logradas es la de la cruz en el camino, porque no es la clásica puesta en escena melodramática en la que hemos crecido (vean la insaciable necesidad de Paula por las telenovelas), sino que en lo sencillo o en la misma escasez se pueden encontrar elementos para aquietar por un momento nuestras almas.

Las actuaciones de Theo Goldin (Salvador), Federica García (Paula) y Máximo Hollander dejan un buen sabor de boca para una oferta de cine mexicano que se ha centrado en “celebridades” de televisión o del internet, Julio César Cedillo (quien ya había trabajado con Guillermo) hace una intervención de gran nivel, y ver a Cecilia Suárez y Julio Bracho en otro matiz de su rango actoral es muy agradable.

La hechura de la película es el amor por los hijos a los que queremos que salgan adelante a pesar de las ausencias, por el otro que te enseña más de lo que solo aprenderías de ti mismo, por el desierto que a pesar de no ofrecer mucho a los ojos del más exigente sabe dar la vida en cada centímetro de este. Gracias, Mariana, Santiago y Guillermo, por entender un poco de lo que somos en esta parte del país.

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