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Mi amigo robot

HUGO J. CASTRO

La ilustradora estadounidense Sara Varon, autora de la novela gráfica Robot Dreams (2007), experimentó uno de los momentos más críticos en la vida de una persona, decidir dormir a una mascota de compañía debido a una enfermedad.

El dolor de esa decisión la dejó marcada, ya que un amigo no es fácil de sustituir, ni de olvidar. Además, buscó plasmar una historia que hablara de lo que significa una amistad, el cariño, pero también la pérdida. Al ser su primer trabajo se dio cuenta que dibuja mejor de lo que puede escribir, por eso su novela gráfica, que en un principio era una narración corta, pero por petición de su editor aumentó, es silente, es decir, sin diálogos ponderando el trazo por encima de la palabra.

Recibió una gran respuesta por el público, por lo que había que llevarlo a la pantalla. Y aquí aparece la figura del director español Pablo Berger, quien es recordado por su versión de Blanca Nieves, en donde la protagonista es una torera, la película está en blanco y negro y en silencio.

Al unir estos talentos nos llega Mi Amigo Robot (2023), una producción independiente española-francesa, que fue nominada al Oscar y otros reconocimientos, así como ganadora del Goya. Se hizo viral como Berger y su equipo celebró el momento en que conoció que eran nominados al premio de la Academia junto a grandes estudios como Disney-Pixar, Ghibli y Sony.

Esta es la historia de Dog (de apellido Varon), que tiene una vida monótona, solitaria y muy rutinaria en un Nueva York ochentero y que lo habitan diferentes especies de animales. En esta soledad, observa un promocional de conseguir un amigo automatizado, algo que en poco tiempo será común.

Pide su robot de compañía e inicia la aventura. Dog recibe su Robot, con quien vivirá momentos diferentes, tanto de mucha alegría como algunos vergonzosos, creciendo la amistad entre ambos, al punto de que Dog y Robot disfrutan de estar juntos.

Sin embargo y luego de una visita a la playa, Robot se oxida y no se puede mover, por lo que Dog no alcanza a levantarlo para poder regresar a casa. De ahí el primer golpe para todos los espectadores, porque se empieza a dar una experiencia que a todos nos ha golpeado, dejar atrás a ciertas amistades por diversos motivos, desde el cambio de gustos, de domicilio y hasta por la misma muerte.

Y de la alegría de la canción September de Earth Wind and Fire, se va bifurcando en diversos momentos, en donde Robot imagina escenarios posibles, ideas de su propia relación con Dog, mientras que el protagonista hace su vida lo más normal posible, pero siente la ausencia del amigo.

Aquí el talento de Berger nos ayuda a entender la profundidad de como unos trazos nos pueden conmover, muy diferente al ojo lagrimoso de las animaciones japonesas como Remy o Heidi, sino con la simplicidad, al punto que conforme pasa el tiempo se hace pesado saber cómo está el otro, saber si habrá oportunidad de volver a verlo a los ojos para por lo menos sonreír una vez más.

Por eso, esta animación se vuelve poderosa, ya que más allá de las lágrimas y las risas que son expresiones externas de nuestros sentimientos, nos permite experimentar algo más profundo, que nos conlleva a cada uno a “ponerse el saco” de su propia vida.

A pesar de que la paleta de color es muy clara, el equipo de producción supo aprovechar diversas tonalidades que nos alegran, por más que pudiera ser el gris que puede ser el entorno. Por ello la historia se va metiendo en tu memoria, al punto que se vuelve una experiencia de catarsis, en donde como espectadores bajamos la guardia para dejarnos llevar saber porque todos aquellos que han pasado en nuestro andar forman parte de lo que somos.

Por eso esta película, más allá de que el tema sea la pérdida, nos remite a vernos a un espejo para ver el cómo nos podemos aferrar y ahogar en una ilusión, o crecer y dejar ser al otro en su libertad y en su propia experiencia.

En la historia aparecen una infinidad de referencias cinematográficas como Kubrick, Hitchcock, Wes Craven, Woody Allen y otros recuerdos gráficos, que para quienes crecimos en los 80’s forman parte de nuestra memoria visual.

Mi Amigo Robot cumple con la idea que Guillermo del Toro ha promovido “la animación es cine, no un género”, el cual comparte Berger y que con esta película nos da un matiz diferente de cómo contar historias, que parecerían hechas para los pequeños, pero que le hablan a nuestro ser en sus diferentes dimensiones y diferentes tiempos.

Es grato experimentar esta película, por lo que se agradece que aún en la Comarca hay la oportunidad de verla en una sala de cine, ya que esta forma la puedes disfrutar a nivel total, aún en tiempos de las pantallas de todos tamaños, pero como se decía allá por los 80’s, “El cine se ve mejor en el cine”… Do you remember…

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