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Presión humana sobre la naturaleza

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

La convivencia del hombre con su entorno natural no siempre ha sido controversial, de hecho, desde que aparece homo sapiens la mayor parte del tiempo sostuvo una relación cordial con las otras especies y el ambiente con las que convivió, ya que era parte de este, una especie más en la cadena alimenticia, su supervivencia se sujetó a las mismas condiciones de selección natural. Con el tiempo evoluciona y se convierte en la especie dominante, desplazó a las demás del género homo, se expandió por el planeta, para subsistir acabó con la mega fauna, y así sucesivamente hasta que descubre la agricultura, abandona la vida silvestre y se asienta en comunidades al encontrar en la domesticación de plantas y animales una forma de asegurar su alimentación.

Esta condición le permitió ya no solo evolucionar biológicamente, también culturalmente, desarrolla el arte, la religión, la política y otros rasgos que le permitieron transitar de un estadio a otro hasta construir grandes civilizaciones en Oriente Medio, América y Asia, creando economías y multiplicándose demográficamente con el consecuente aumento de la demanda de alimentos para subsistir y materias primas para realizar actividades productivas, levantar edificaciones, etc. Esto ocurre durante los últimos diez mil años, en los cuales el impacto de sus actividades no produjo alteraciones drásticas en los sistemas naturales, y cuando lo hizo, colapsó, aunque geográficamente puntual, civilizaciones enteras.

El impacto grave se empieza a manifestar a partir del advenimiento del capitalismo y la industrialización, que intensifica la extracción de bienes que altera, ahora sí, cada vez más drásticamente, a la naturaleza, ya no en un espacio geográfico, sino a nivel mundial. El móvil de esa producción extractivista fue generar riqueza con la pretensión de obtener mayores ganancias y acumular capital, los sistemas económicos, incluido el socialista (como sucedió con el lago Aral, en la ex Unión Soviética), se convierten en un modo de producir y vivir, en un rasgo que caracteriza a la llamada civilización occidental, ya extendido por todo el planeta.

Cuando esta presión rebasa los umbrales de los sistemas naturales, provoca desequilibrios en ellos, surgen las crisis ecológicas. Pero no es lo mismo aquellas que surgen en casos específicos o las que provocaron el derrumbe de civilizaciones en una parte del orbe a las que ahora enfrentamos de manera global, como el cambio climático, la destrucción de ecosistemas con pérdida de biodiversidad, la contaminación del aire atmosférico o el desabasto de agua, por mencionar algunas de ellas, que ponen en tela de duda esos modos de producir y vivir.

Hoy en día las crisis ecológicas se multiplican, el modelo de producción extractivista se replica. En regiones como La Laguna sobran ejemplos de la presión humana sobre la naturaleza como el sobrado ejemplo de la crisis de agua, con el principal y más grave botón de muestra, la sobreexplotación de nuestros acuíferos que se vuelve tabú para los tomadores de decisiones, gobernantes y grandes empresarios agropecuarios, unos porque no cumplen su función de regular las extracciones de agua del subsuelo o de intervenir al respecto, y otros porque hacen como que no pasa nada cuando saben que provocan externalidades, como las afectaciones sociales que sufre la población, en ambos recae la responsabilidad del mayor desequilibrio ecológico que padecemos los laguneros.

No solo en el tema del agua aquí se presiona la naturaleza. La expansión de edificaciones en espacios urbanos y rurales a la par del crecimiento y concentración demográfica, particularmente dentro y en el entorno de la Zona Metropolitana, han provocado que la mayor parte de los ecosistemas naturales sean afectados, incluso aquellos que se declararon como espacios protegidos están sufriendo impactos por el turismo desordenado, como ocurre en Jimulco donde ya se pretenden realizar actividades comerciales en una de las Zonas Núcleo, las Dunas de Bilbao y el Cañón de Fernández, prácticamente invadidos por la población citadina, donde algunos de los visitantes carecen de los valores ambientales básicos de respeto y convivencia armónica con la naturaleza.

También el aire atmosférico reciente esa presión humana. La multiplicación del parque vehicular, en gran parte debido a la falta de infraestructura (vialidades para movilidad no motorizada, espacios peatonales y corredores verdes, etc.) y equipamientos (transporte colectivo) para desarrollar una movilidad sostenible, han convertido al transporte particular y comercial en la principal fuente de emisiones de dióxido de carbono, complementadas con las emisiones de metano que genera un hato ganadero concentrado en grandes explotaciones privadas, y otras partículas que lo contaminan, frente a un deficiente sistema de medición de su calidad.

La lista puede continuar con los suelos agrícolas sujetos a contaminación histórica por fertilizantes sintéticos, agroquímicos y agua con altas concentraciones de sales, y otros aspectos como el irresponsable manejo de la fauna doméstica por los ciudadanos, la deficiente cobertura vegetal y la dispersa infraestructura verde en los espacios urbanos, etc. En pocas palabras, no podemos presumir que vivimos en una región en la que se nos caracterice por una convivencia amigable con la naturaleza, cuyo desarrollo se oriente por el camino de la sustentabilidad, algo que tenemos que reconocer para cambiarlo y dejar de presionar la naturaleza, puesto que de su cuidado depende en gran parte la calidad de vida que aspiremos.

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