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Piedra de toque

GERARDO HERNÁNDEZ

Morena pondrá a prueba por primera vez su maquinaria electoral el 2 de junio. En 2018, sin gobernar un solo estado, ganó la presidencia y la mayoría legislativa a pesar de las campañas de los poderes fácticos y de la comentocracia para evitarlo. La decadencia de la partidocracia tradicional (PRI-PAN-PRD) y de un sistema venal y distante de la sociedad allanaron el camino. Morena es hoy la principal fuerza política del país y Andrés Manuel López Obrador, a quien debe su ascenso, su activo más importante. No de balde el frente opositor asesta toda la artillería en el oriundo de Tabasco. Sin embargo, la estrategia de descalificar al Gobierno de la 4T para restarle votos a Claudia Sheinbaum puede infligirle al bloque antioficialista una derrota aún mayor de la que las encuestas anticipan.

El PRI no representa ya a las mayorías y el PAN jamás ha sido un partido popular. El descrédito y la fusión de ambas siglas, enemigas a ultranza en el pasado, explican el rechazo ciudadano, los desplantes efectistas de Alejandro Moreno y el fracaso inminente. Con cinco estados en poder del PAN y dos en manos del PRI, Xóchitl Gálvez, candidata de la alianza Fuerza y Corazón por México (de nuevo se usa el nombre del país para atraer incautos), no puede aspirar a grandes votaciones. Ni aun sumado el sufragio diseminado en la república.

El aparato electoral de Morena lo controlan 23 gobernadores cuyos territorios concentran el 70% de la población nacional (Inegi). Los estados constituían la mayor fuente de votos del PRI. Sin ese apoyo y sin dinero para la movilización, difícilmente le aportará a Gálvez los 7.6 millones de papeletas obtenidas en 2018, cuando gobernaba casi la mitad de las entidades; hoy su bandera ondea solo en dos: Coahuila y Durango. El PAN pudo ganar la presidencia en 2000 con ocho estados, propulsado por el deseo de cambio y el liderazgo de Vicente Fox. Sin embargo, como presidente fue una decepción. El partido fundado por Gómez Morín, a duras penas consiguió un segundo periodo, a Felipe Calderón lo siguió siempre la sombra del fraude electoral.

Morena es el partido más joven del país, aunque con los vicios de las organizaciones políticas caducas. Accedió a la presidencia en tiempo récord: cuatro años después de haberse fundado. Tras el éxito de 2018 afrontó el desafío de asumir la administración del país sin disponer de cuadros suficientes ni de perfiles idóneos. El movimiento de López Obrador sigue en proceso de maduración, pero la estructura gubernamental y territorial le conceden ventajas enormes en la carrera presidencial. A diferencia de Fox, Calderón y Peña Nieto, AMLO no representa un lastre para Morena ni para sus candidatos; al contrario, su popularidad les suma votos.

El PRI y el PAN abdicaron de sus principios para echarse en brazos de camarillas inescrupulosas y venales en vez de reformarse, abrirse a la sociedad y formar candidatos competitivos para las elecciones en curso. La apuesta por el desgaste de AMLO falló en redondo. Con el tiempo encima, no tuvieron más remedio que unirse en torno Xóchitl Gálvez. La política hidalguense tampoco se preparó para una empresa de tamaña envergadura. Su campaña y desempeño han sido erráticos, y por más que se esfuerza, no convence. Sheinbaum -la «dama de hielo», como la calificó en el primer debate- tiene el control de su equipo y talla presidencial. La aplanadora de Morena, capitaneada por AMLO, está lista para la prueba de fuego. El PRIAN perdió de antemano.

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