Ayer se cumplió un año de la detención del periodista del The Wall Street Journal (WSJ), Evan Gershkovich, en una cárcel rusa bajo cargos infundados de espionaje. El presidente Joe Biden emitió un comunicado condenando al gobierno de Vladimir Putin por usar a los estadounidenses como moneda de cambio política.
Otros líderes en este país, de ambos partidos, condenaron la detención de Evan y exigen su liberación. Así mismo, el WSJ publicó una historia que recuenta el "año perdido" de su colega en que se perdió de eventos familiares, y una carta del editor en jefe que reconoce su resiliencia y cómo él representa los riesgos que conlleva esta profesión.
Es gratificante que en Estados Unidos el liderazgo político y el gremio están unidos condenando la detención y exigiendo su liberación. Lamentablemente, el caso de Gershkovich muestra cómo seres pequeños intentan apagar la llama de la verdad con brutalidad. No obstante, hay peores casos.
En México, la organización Artículo 19 reportó a principios de año más de 40 periodistas asesinados y casi 3 mil ataques contra miembros del gremio en lo que va de este gobierno. La estadística refleja personas que dejan huecos familiares y vacíos informativos donde la intimidación sigue resonando mucho después de ser arrebatados.
La administración López Obrador es en la que más violencia y muertes ha habido contra periodistas, situación que ocurrió bajo un constante acoso del jefe del Ejecutivo desde el atril de Palacio Nacional. La cobardía de abusar de un poder temporal para influir en la cronología de los hechos duros y comprobables.
El periodismo tiene una importancia vital para la democracia pues permite a quienes lo ejercen investigar para que la sociedad tome decisiones educadas. Sean reporteros y editores reportando notas, o escritores de opinión, tenemos la obligación de actuar sin prejuicios o predisposiciones. Ser justos. Apoyarnos con datos duros como este: 41 periodistas asesinados desde que AMLO llegó al poder y hasta enero pasado.
Y es precisamente el acoso del Presidente lo que lleva a repensar a los ejecutivos de medios de comunicación qué tipo de coberturas tienen. Decidir si hablan de incidentes de tráfico en televisión, pero ignoran el estado de devastación del sistema de salud del país. Pasar por alto potentes investigaciones del equipo de Latinus y Carlos Loret de Mola sobre la corrupción en este gobierno, ampliamente documentada, o mejor le dan la vuelta y proyectan imágenes de lo que ocurre en Kazajistán. Se trata de una traición a nuestra misión informativa. No obstante, hay otra clase de sabandijas.
Me refiero a aquellos que se prestan a evangelizar a favor de un régimen sin intención de autocrítica ni apertura. Algunas empresas relevantes dan espacios a propagandistas que especulan y escupen teorías de la conspiración a favor de su causa. Es el caso de Epigmenio Ibarra que insulta y miente por dogma o conveniencia, mientras simula una vana sofisticación al citar libros y autores para disfrazar sus infamias.
Personajes como el anterior son traidores e indignos de ser considerados sujetos éticos. En esa misma canasta también están los YouTubers lamebotas en la mañanera. Ya que ningún periodista que se respete se entrega o alinea con docilidad al poder.
Pero recuperemos lo valioso, mi solidaridad y admiración para los periodistas que a pesar de las presiones de los enanos del poder siguen comprometidos a informar, con equilibrio y honestidad. Para que juzgue la calidad de la información considere lo siguiente: un reporte es justo cuando incluye varios puntos de vista e información de fuentes confiables. Pero si se ve como porrista, se conduce como porrista y habla como tal, es un traidor.
@ARLOpinion