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Para oxidarte mejor

Juan Villoro

El escultor Richard Serra ha muerto a los 85 años. Su padre era un inmigrante de Mallorca que pertenecía a la clase obrera industrial, y él creció entre fábricas de acero. Ahí encontró la principal motivación para sus obras: "El material con el que trabajas se convierte en una extensión de quien eres", diría.

En un principio quiso ser pintor. Se sintió capaz de medirse con Cézanne, De Kooning y Pollock, pero en el Museo del Prado entendió sus limitaciones: "Velázquez me detuvo", decía. Ante la sutileza de Las meninas, prefirió recuperar sus ásperos orígenes fabriles. Durante casi seis décadas creó inmensas curvas de acero oxidado para ser vistas de modo peripatético: "Si no caminamos, no existen", explicaba.

En 1986, en el pináculo de su fama, recibió un encargo del Reina Sofía de Madrid. Entregó una obra de 38 toneladas que se exhibiría junto a una gran retrospectiva, El siglo de Picasso, y que bautizó de modo pretencioso: Equal-Parallel/Guernica-Bengasi. Estados Unidos acababa de bombardear Bengasi, en Libia, y asoció esta matanza con el tema del Guernica. Pero a nadie escapó que la verdadera comparación era entre él y Picasso.

La curadora Carmen Giménez consideró que la obra no debía ser adquirida, pues ocupaba demasiado espacio. Sin embargo, Equal-Parallel fue comprada en 30 millones de pesetas. En 1990, el temor de Giménez cobró realidad. El museo no podía conceder una sala a una sola obra y contrató a la compañía de embalaje Macarrón S. A. para que la llevara a un almacén. Quince años después alguien quiso recuperarla y. ¡la escultura había desaparecido! ¿Cómo se desvanecen 38 mil kilos de acero?

Juan Tallón ha dedicado una apasionante novela documental a este misterio: Obra maestra. Entre las muchas personas entrevistadas, se cuenta la periodista Natividad Pulido, que declara sin ambages: "Siempre es un buen momento para publicar un escándalo en el Ministerio de Cultura". La noticia era alucinante: el gobierno no encontraba la escultura monumental que había comprado.

La primera pista fue buscar al responsable del traslado al almacén, Jesús Macarrón, pero su empresa se había declarado en suspensión de pagos en 1995 y disuelto en 1998. Sus bodegas habían sido sustituidas por una oficina pública. Otra información salió a la luz: la compañía nunca recibió los diez millones que el Ministerio le debía por el almacenaje de la pieza. Macarrón S. A. quebró, fundamentalmente, porque recibió encargos que no le pagaban. Los más importantes tuvieron que ver con el montaje de obras para la Exposición Universal de Sevilla, en 1992. El gobierno creó un círculo vicioso: Cultura no pagaba y Hacienda sancionaba. El pintor Rafael Congar comenta al respecto: "Macarrón quebró por la deuda con el Ministerio de Cultura, que le encargaba cosas y no le pagaba [.] Yo creo que ha vendido la pieza para resarcirse de alguna forma de las pérdidas". La última frase es, por supuesto, una broma. ¿Quién compra 38 toneladas de acero? El beneficio de fundir los cuatro bloques que integran ++Equal-Parallel++ sería de siete mil euros, pero tan sólo en grúas y transporte habría que pagar 3,720. Obviamente, su valor artístico es muy superior. Pero ¿qué coleccionista guarda en secreto una obra que puede ser detectada por Google Earth?

"¿Y si la escultura está allí, donde siempre, y en realidad nadie se la llevó?", pregunta Carlos Solchaga, patrono del Reina Sofía. En tal caso, los enormes bloques de acero habrían sido enterrados.

El escritor César Aira aporta la idea que da título a la novela de Tallón: "Estoy seguro que la obra fue robada por el propio artista", y agrega: "¿A quién más beneficiaba que hubiese desaparecido?". El escándalo fue la mejor publicidad. Conocedor del arte conceptual, Aira atribuye a Serra un ingenio ajeno a su contundente estética.

En su pieza The Bank: Inside the Counting House, el artista catalán Antoni Muntadas calcula los cambios de moneda necesarios para que un billete de cien dólares desaparezca a fuerza de comisiones.

Obra maestra ofrece otra metáfora: sólo la burocracia logra que se disuelvan 38 toneladas de acero. Una maraña de expedientes, ya ilocalizables, impide saber dónde se perdió el hilo que conducía a la pieza. En cierta forma, se trata de un perverso homenaje a Richard Serra. Los trámites que nunca se resuelven son como el óxido al que el artista entregó sus obras.

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