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Pangloss entre nosotros

Leibniz, Locke y Newton fueron sin duda unos gigantes del pensamiento, pero no dejaron de tener sus sombras o, de plano, francas tinieblas.

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Nadie podría dudar de la aguda inteligencia y de la amplia cultura de Wilhelm Leibniz. Su teoría del conocimiento y sus aportaciones al cálculo infinitesimal le aseguran un lugar prominente tanto en la historia de la filosofía como en la de las matemáticas. En ambos campos tuvo competidores geniales, entre ellos sobresalen John Locke e Isaac Newton. Ese simple hecho nos habla de su elevada categoría intelectual. ¿Qué otro mortal osaría entrar en exhaustivos debates con esos aguerridos colosos del pensamiento?

En la noche de los tiempos se pierde el origen de las rivalidades académicas entre las potencias europeas. Es más que milenaria la contienda entre los pensadores insulares y los intelectuales del continente. Los británicos concitan feroces ataques de franceses y germanos. No obstante, la talla de Locke fue reconocida por Voltaire: “El señor Locke ha esclarecido la razón humana de la misma manera que los excelentes anatomistas explican los resortes del cuerpo.” (Diccionario filosófico). “Nunca hubo quizá un espíritu más sensato, más metódico, un lógico más exacto que el Sr. Locke.” (Cartas inglesas). Que un británico fuera elogiado así por un francés —cáustico a más no poder— sigue sorprendiendo a todo tipo de lectores.

Por su parte, Isaac Newton es considerado por muchos como el científico más genial de todos los tiempos. Nadie mejor que Isaac Asimov para decirnos el porqué: “Newton fundó las matemáticas superiores después de elaborar el cálculo. Instauró la óptica moderna mediante sus experimentos de descomponer la luz blanca en los colores del espectro. Creó la física moderna al establecer las leyes del movimiento y deducir sus consecuencias. Constituyó la astronomía moderna estableciendo la ley de la gravitación universal”.

Leibniz, Locke y Newton fueron sin duda unos gigantes del pensamiento, pero no dejaron de tener sus sombras o, de plano, francas tinieblas. Leibniz seguro estaba que todo, absolutamente todo lo que ocurre, por nefasto que se perciba, es siempre para beneficio de los seres humanos. Según él vivimos en el mejor de los mundos posibles. Todo tipo de desgracias, injusticias, catástrofes, invariablemente eran para el bien de las personas. Voltaire no tuvo clemencia y escribió Cándido para ridiculizar la tesis que Leibniz expuso en su libro Monadología. El protagonista Cándido es discípulo de un personaje llamado Pangloss, excéntrico filósofo que sostiene que todo ocurre para bien. Voltaire tenía muy presente dos calamidades de su época que cobraron miles de vidas humanas: el terremoto de Lisboa de 1755 y el comienzo de la guerra de los Siete Años en 1756. Al ingenuo Cándido le secuestran y le violan a su amada Cunegunda; él sufre cárcel, malos tratos y pierde su patrimonio, pero Pangloss (parodia de Leibniz) una y otra vez le dice que todo será para su bien. Y por supuesto ese bien nunca llega.

John Locke es considerado paladín de la tolerancia y de la libertad, pero la tolerancia que pregonó jamás debía tenerse con los ateos y menos aún con un grupo peor a su entender: los católicos. Para Locke la función por excelencia del Estado era salvaguardar la propiedad privada y la libertad que le importó fue la de empresa. El destino de las mayorías realmente le tuvo sin cuidado.

Por su parte, Newton valoró más sus escritos religiosos que su labor científica. Era un rabioso “unitarista”, es decir, consideraba que las confesiones cristianas, con su dogma de la Santísima Trinidad, eran perversiones a la religión del Dios que se manifestó en el Sinaí en una zarza ardiente y en los escritos proféticos de Israel. Cultivó la alquimia, se interesó por la magia y fue cabalista. Seguro estaba de que había criptografías apocalípticas en La Biblia y que sólo él podría descifrarlas. No tuvo conciencia social. Fue un pensador de torre de marfil al que no le importó la suerte de los marginados. Quedó atrapado en sus elucubraciones herméticas.

Si esos tres portentos de la inteligencia incurrieron en dislates, es sencillo entender los desvaríos que afectan al común de los mortales. Si hay universitarios con posgrado que abrazan las supercherías más ramplonas, entonces los legos son presa fácil de charlatanes. Hay que comprar cuarzos, someterse a tratamientos energéticos, pagar por la visita a domicilio de arcángeles. Es imperativo además consumir drogas enteógenas (ayahuasca et al) y contratar a expertos en feng shui. La cultura del esfuerzo, la vida metódica, el estudio serio y el sentido común han sido eclipsados por el pensamiento mágico. Decretemos a la manera de Pangloss que vivimos en el mejor de los mundos y si nos va mal digamos que el sufrimiento será para nuestro bien.

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